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El Torreón del Vigía

Cuando sueñas lo que yo sueño

Dos raíles paralelos que un día se cruzaron. Cole, Parque, Torres Quevedo, Casino y Club. Fueron las primeras estaciones donde el tren de nuestra vida fue parando, para saborear cada instante, para descubrir a quien se entrega por todos, para conocerte y que mil mariposas revoloteen y por ello, seguir buscándote. Ese ha sido nuestro sino desde aquel instante en el espigón. Siempre el mar, con levantes y sin vernos o con el fresco Poniente que elevaba palabras o nos hacía contemplar mares en calma en noches de agosto. Calma y risas. Verdad. Meseta y Mar. Lo yermo y el agua. Kilómetros pero no cerca, dentro, tanto que eres capaz de hacer una maleta. En ella aún llegaron tus cartas aunque no sabíamos que la comunicación verbal de aquella tarde de Otoño puso todo lo demás. Guardado y escondido hasta volvernos a ver. Rescoldo bajo cientos de días de cenizas, como quemado o malgastado pero no apagado, solo esperando el roce de un sonido o la chispa de una mirada. Amistad para decirnos palabras leales no aquellas que unos oídos quieren escuchar. Por ti no hay tiempo ni espacio, ni leyes, ni bohemias, no hay edad. Hay ejemplo, enseñanzas, valores, es dar una mano y compartir una fe. Contigo puedo superar miedos o tantas miradas que no siendo limpias merecen apearlas de nuestro tren. En cambio en él caben tantos, aunque lejos vivan que buscamos instantes de reencuentros. Ellos aprendieron a quererte tal cual eres para seguir sumando. Somos uno para ascender la cometa de las ilusiones o no dejar de soltarnos cuando el temporal asola y hay que templar y mandar en la plaza de la vida. Así con las manos bajas para evitar mirar al cuerpo o que nos den un puntazo. Y si eso ocurre están tus palabras que calman o quitan la sed. Que ponen luz cuando un día, muy de día, empieza a oscurecer. Entonces hay espacio y la madrugada nos descubre con los ojos buscando esperanza y resolviendo lo que otros o tu mismo has emborronado. Ahí, siempre está María que nos enseña su Sí. Por eso hoy, hace un año, el que nos dábamos entre adolescentes y ya maduros, en su Casa, de tantas maneras o en cualquier lugar debía ser pronunciado ante Ella. Sí a la vida, en común, con entrega, sacrificio y amor, como faro que me hace estallar de emociones y que despierta lo mejor que hay en mí. También te quedas cuando trabajas y solo ves una llamada o escuchas un mensaje. Y más allá del Cabo, duele tu ausencia. Será porque has dado la vuelta a mi vida y que tu retorno es para quedarte. Desde los ventanales del tren hay tantos que vemos que vamos parando la máquina para entrar en la historia del ser sin nombre, de quien merece la misma oportunidad que a ti y a mí nos dieron. Gracias Carmen eres ese alguien que sueña lo que yo sueño.

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