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Buzián, el primer musulmán marroquí laureado (VI)

… Buzián Ben Aal-Lal Gatif. Primer muslmán marroquí Laureado
Nació en la cabila de Beni Bu Ifrur en el año 1884. Sus padres, Aal-Lal Ben Mohamed y Mamma Bent Tafarján, se divorciaron cuando Buzián aún no había cumplido los diez años.

En el aduar donde residía con su madre no había mezquita, y Buzián no pudo asistir a la escuela coránica por este motivo.

Su madre era muy pobre y se ganaba la vida comprando miel por los poblados inmediatos a Segangan, que cada semana vendía en el zoco. Su hijo le ayudaba a ganarse la vida de esta forma, y cuando fue un poco mayor, marchaban andando a Melilla y ofrecían por las casas la miel de Beni Bu Ifrur.

El pequeño negocio de la miel lo ampliaron más adelante con el de la venta de huevos que servían a las casas de familias españolas. Así fue familiarizándose Buzián con el idioma español, y a los dieciséis años era un muchacho alto, despierto, trabajador, humilde, cariñoso con su madre, a la que quería mucho, y hablaba bastante bien el español.

En 1908, su madre se colocó como doméstica en casa de una familia española en Melilla, y Buzián, que entonces tenía veinticuatro años, se traslada con ella. En la ciudad trabaja como peón en las obras que el Ayuntamiento realiza para pavimentar las calles y a la vez frecuenta la mezquita, en la que aprende las primeras letras de la enseñanza coránica.

En Melilla comía y dormía en un cafetín del barrio moro, y los días que no trabajaba le ayudaba al dueño, obteniendo a cambio una rebaja en el precio estipulado. Sólo gastaba en vestir y en el pequeño vicio del vaso de té, que costaba por entonces treinta céntimos. El resto del dinero se lo entregaba a su madre, a la que procuraba ver todos los días.
Un tío suyo formó parte del pequeño grupo de indígenas armados que el coronel Larrea había utilizado para la ocupación de Cabo de Agua el 12 de mayo de 1908, grupo que dio origen a la Policía Indígena.
En 1912, cuando Buzián tenía veintiocho años, las unidades de la Policía Indígena de Melilla, dotadas ya de una orgánica militar, hicieron una recluta para aumentar sus efectivos a seis “Mías” de Infantería y dos de Caballería. Para ingresar en la Policía Indígena se exigía como requisito indispensable ser presentado por dos moros notables y de influencia, además de poseer buenas condiciones físicas y morales. Buzián fue presentado por su tío y fue admitido en la 4ª Mía de Policía. Su madre se alegró, pues el solo hecho de ser admitido suponía un reconocimiento a las buenas cualidades que ella veía en su hijo.
Hombre responable, leal, serio, disciplinado, de pocas palabras, Buzián es pronto definido por su compañeros y superiores como un policía ejemplar, condiciones que le incluyen siempre en aquellos destacamentos que han de llevar a cabo misiones delicadas. Su vida transcurre así por las distintas posiciones establecidas a todo lo largo y ancho del Garet.
Buzián no se casó a pesar de las facilidades que un musulmán tiene para hacerlo; cierto día, siendo ya policía, prometió a su madre que mientras viviera toda la “muna” sería para ella, y cumplió su promesa.
En 1915 ascendió a “maun”, cargo equivalente a cabo. Ser “maun” en la Policía Indígena era un gran honor y suponía el reconocimiento oficial a unas dotes de mando probadas en el campo de batalla, a una disciplina, a una lealtad y a una conducta intachable, virtudes que se reflejaban en una mayor remuneración económica y en una exaltación del prestigio personal ante los compatriotas. Buzián Ben Aal-lal se sintió orgulloso en su nuevo empleo.
El día 20 de diciembre de1916 se le nombró jefe del destacamento de Ifrit Bucherit, al mando de un pelotón compuesto por cinco áscaris de la Policía de la 4ª Mía.
Tres meses después, el nombre de Buazián Ben Aal-lal Gatif quedó para siempre escrito en la historia. En la noche del 22 de marzo de 1917, su pequeño puesto fue atacado por 50 harqueños; pero él prefirió morir antes que dejarse vencer. Su vida y su muerte fue así un testimonio de suprema lealtad. España le premió con la Cruz Laureada de San Fernando.
Buzián, el hijo que tanto adoraba Mamma Bent Tafarján, fue el primer musulmán marroquí laureado de España.

Concesión de la Laureada
El maun de las tropas de Policía Indígena de Melilla Buzián Aal-lal Gatif, que mandaba el puesto de Ifrit Bucherit, guarnecido por él y cinco individuos a sus órdenes, fue atacado la noche del 21 al 22 de marzo de 1917 por gran número de rifeños con fuego de fusil y bombas de mano, defendiéndolo a pesar de la muerte de dos de su tropa y heridos de los otras tres. El comportamiento del interesado en este hecho mereció la alabanzo y el elogio más significado por su entusiasmo, elevado espíritu y ejemplo de heroismo dado a los indígenas que mandaba, puesto que después de herido continuó la enérgica defensacon indomable bravura, realzada con su gloriosa muerte.
El Rey ha tenido a bien conceder al maun Buzián Aal-lal Gatif la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando.
Madrid, 22 de noviembre de 1917. (D.O. núm. 264) LA CIERVA

Amanecer con el sol
Desde que se había ocupado la posición del Dráa, cada mañana se hacía el servicio de descubierta en dirección a la avanzadilla de Chucket, en la que diariamente se dejaba montado el servicio, que se retiraba al atardecer. La posición del Dráa estaba guarnecida por fuerzas de la Policía Indígena.
El 17 de abril de 1917 le correspondió el servicio a la sección del teniente de Caballería don Miguel Rodríguez Gálvez, un buen oficial de la escala de reserva. Era este un servicio casi rutinario, cuya principal finalidad tenía por objeto dejar firme constancia de la intención de pacificar la zona, impidiendo a la vez que las bandas rebeldes utilizaran para sus agresiones determinadas posiciones de apreciable valor táctico. La influencia de la guerra europea señaló un compás de espera en las agresiones virulentas que, organizadas y coordinadas en tiempo y espacio, llevaban a cabo desde tiempo atrás las harcas; ahora únicamente había agresiones de menor cuantía, con finalidad de pillaje y robo y que a veces, excepcionalmente, como para dar señales de vida, obedecían a determinadas maniobras ideológicas que patentizaban su contrariedad por la acción de España. Cuando tal cosa sucedía, entraban en juego los agitadores que durante esta época multiplicaban tan tenazmente sus esfuerzos. De ahí que un servicio rutinario como era el de la descubierta que cada mañana se hacía partiendo de la posición del Dráa, se convirtiera, sin motivo aparente alguno que lo justificara, en servicio peligroso y cruento, y de ahí también que las fuerzas encargadas de hacerlo olvidaran la rutina y permaneciesen en constante alerta, efectuando dicho servicio bajo un supuesto real y peligroso.
Chucket era como una avanzada de la posición del Dráa; no existía allí destacamento fijo, porque no se consideraba necesario, toda vez que la distancia que la separaba de las diversas posiciones guarnecidas y fortificadas permitía una economía de fuerzas en consonancia con la idea general de repatriación de unidades militares patrocinada por el Alto Comisario, general Gómez Jordana, y que en aquellas fechas afectó a 20.563 hombres y 3.900 caballos y mulos, que regresaron a la Península.
El día 17 al teniente Rodríguez Gálvez le despertaron las voces del sargento Liasid.
-Mi teniente, son las seis; ya es de día…
-¿Qué hora dices que es, Liasid?
-Las seis; ya amanece y dentro de poco sale el sol
-¿Cómo?, inquirió el teniente medio dormido, ¿que ya sale el sol?
-Sí, mi teniente; hoy tendremos un buen día para la descubierta. Creo que deberíamos salir pronto para evitar el calor, porque hoy calentará fuerte el sol.
-Bueno, bueno; ahora voy. Prepara la sección.
No quedó muy convencido el sargento Liasid de haber conseguido despertar del todo al teniente y marchó pensando que si al pasar un cuarto de hora no había franqueado las puertas de su tienda de campaña, volvería a llamarlo.
Mientras tanto, fue preparando la sección. Tenían que llevar provisiones y ración de agua, ya que hasta el anochecer no volverían al destacamento del Dráa. El sargento empezó a dar órdenes y cuando se dirigía exclusivamente a indígenas solía hablarles en árabe, como hizo eta vez.
-¡¡Ertebú!! ¡A formar!
Los componentes de la sección desiganada para el servicio de descubierta, enterados desde la víspera de que les había correspondido el turno, acudían ya preparados al oir las voces del sargento y cada uno traía su equipo y su armamento. Faltaban algunos rezagados y el sargento insistía en su enérgica orden:
-¡¡Ertebú!!¡¡ertebú!!
Al observar que faltaba uno desterminado, le preguntaba a los que habían llegado:
-¿Dónde está Mohamed Ahmed Buimia?
-Ahora viene, le contestó una voz desde la fila.
-¿Y Mohamed Yilali?
-Está recogiendo la tienda, le dijeron otros.
Cuando ya estaban formados los veinticinco hombres de la sección, llegó el teniente y el sargento le dio la novedad después de haber mandado firmes.
-Esta formada la sección, mi teniente; cada cual tiene su equipo y todo está listo.
El sol quería ya despuntar por el horizonte y como un adelantado heraldo de su presencia durante aquél día; un resplandor azulado enmarcaba la loma del Chucket, que desde lejos se veía cubierta de palmito y daba toda ella la sensación, gracias a los efectos de aquel contraluz, de estar sembrada de césped verde.
El teniente prguntó al sargento:
-¿Has dicho que no lleven manta?
-Sí, mi teniente; consideré que hoy no hace falta y les dije que no la llevaran.-Y Gaffur, ¿Dónde está Gaffur?

  • No está aquí, mi teniente, le informó el sargento.
    Gaffur era el asistente; llevaba a su servicio dos años, tantos como el teniente Rodríguez Galvez en la 7ª Mía de Policía Indígena. Decirle que venga.
    Se presentó Gaffur intentando disculparse:
    -Estaba viendo qué cosas he de llevar para la comida. Pensaba comprar unos huevos en el poblado, al pasar, porque en la cocina se han terminado.
    -Me parece bien; no te olvides de llevar agua. Yo no te necesito; sólo quiero que a la hora de la comida estés allí.
    Y volviéndose hacia el sargento, dijo:
    -Bueno, pues andando.
    Salió la sección; a su frente iba el teniente y unos pasos detrás el sargento Liasid. Los veinticinco áscaris, veteranos en el servicio de descubierta, que ya habían hecho muchas veces, caminaban charlando, gastándose bromas unos a otros y haciendo proyectos para pasar el día en Chucket.
    Cerca de la loma el teniente tomó elementales precauciones.
    -Llévate diez hombres, ordenó al sargento, y avanza con ellos por la izquierda. los demás irán conmigo.
    El sargento obedeció la orden.
    -Estos diez, hasta Mohamed Ben Haddú Sicar, que vengan conmigo.
    Dividida la sección en estos dos grupos, continuó la marcha.
    Cuando el grupo del teniente empezaba a subir la pendiente, mandó desplegar a sus hombres para continuar el movimiento en esta disposición.
    Aún no habían alcanzado la media ladera cuando sonaron unos disparos que delataron la presencia del enemigo dentro de la posición. Sorprendidos, los de la Policía Indígena se echaron cuerpo a tierra y el teniente pudo observar cómo la posición estaba ocupada y cómo por las inmediaciones se escondían bastantes agresores haciendo provocativos alardes de guerra.
    La primera descarga hecha desde la posición no había herido a nadie y el teniento abrigó la sospecha de que quizá el enemigo sólo había pretendido intimidar a la descubierta. Hizo una señal a los quince hombres que estaban con él y reanudaron el avance. Pero cuando ya estaban cerca de la cumbre, recibieron otra descarga, resultando herido el teniente, que cayó al suelo.
    Los de la Policía empezaron a gritar enardeciéndose al comprobar que las intenciones del enemigo no eran buenas; el teniente dio orden de hacer fuego. Hubo un intenso tiroteo durante unos diez minutos, fijando al enemigo el fuego cruzado de los dos grupos que le impidieron asomar sobre los parapetos de la posición.
    Sin hacer caso a la herida que le desangraba, se incorporó el teniente Rodríguez galvez y gritó:
    -¡Adelante! ¡Adelante, hasta ellos!
    Detrás del teniente, todos avanzaron corriendo hacia la cumbre; él iba delante, gritando y disparando a la vez con su pistola.
    Los agresores se vieron copados y decidieron huir, pero antes de hacerlo, cuando los de la Policía estaban a escasos metros del parapeto y dispuestos ya para el asalto, una descarga casi cerrada abatió al teniente por segunda vez. desde el suelo, aún tuvo fuerzas para ordenar que se ocupara la posición como se había hecho los demás días.
    El sargento Liasid le dio el parte de que así se acababa de hacer.
    -A sus órdenes, mi teniente; todos huyeron, ya no se ve a nadie de la harca por los alrededores.
    Pero el teniente no le contestó.
    Asustado el sargento al ver como sangraban las diversas heridas, quiso insistir, con acento de afecto y consuelo, pero comprobó que el teniente acababa de morir.
    Gaffur, el asistente leal y fiel, al oír el tiroteo en las faldas de la loma de Chucket, abandonó su idea de ir al aduar y se dirigió corriendo a incorporarse a la sección. Corriendo iba cuando oyó los gritos que su teniente daba para animar a los Policías; entonces corrió más aún, pero, cuando iniciaba la pendiente, ya los agresores habían huído. Al llegar se dirigió al teniente para decirle que aún no había comprado los huevos para la comida, y, allí junto a él, oyó decir al sargento:
    -Está muerto; el teniente murió…
    Cuando Gaffur se abrazó a su cadáver, el sargento Liasid lo apartó suavemente, diciéndole:
    -Tápalo con mi chilaba.
    Una láfrima que no fue capaz de estallar, cegó momentáneamente a Gaffur… (Continuará)

Bibliografía
Al final del último capítulo

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José Antonio Cano

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