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En el centenario del asedio a “Tifaruín, El Annual… que se evitó” Capítulo VI (1ª parte)

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Por José Antonio CANO MARTÍN

 

En esta campaña quedaron señalados para siempre los días de los defensores de Tifaruín, ocho días en los que la gloria eclipsó a la tragedia

… El mando de Aviación dispuso lo necesario para emplear el campo de Dar Drius como base de operaciones. Fueron informadas las tripulaciones, con croquis y fotografías del terreno, sobre los propósitos del Mando y maniobra a realizar por las columnas. El fuego de Aviación debería intensificarse a las 9 horas 45 minutos; las tropas se lanzarían al ataque en el momento en que los aviones batieran con sus ametralladoras las trincheras enemigas; en ese instante preciso deberían avanzar los carros de asalto.

Las fuerzas aéreas que habían de operar las integraban los grupos tercero, de «Havilland»; cuarto, «Bristol»; Expedicionario, «Breguet XIV», e hidroaviones de Aviación de Mar Chica.

Comenzó la primera fase de la operación en la madrugada del día 10, siguiendo el curso normal previsto. El enemigo fue batido con la máxima energía; las bombas explotaron sobre las posiciones y trincheras, dejándolas ciegas, ocultas, cubiertas de denso humo. Las escuadrillas «Breguet», al batir las comunicaciones del enemigo con intenso fuego en vuelo rasante, ejercían vigilancia en su retaguardia. La prolongada detención de los carros de asalto, que no llegaron al frente a la hora señalada, en el momento marcado en la orden para el ataque, originó una grave complicación, y con ella una pronta y difícil decisión del Mando.

Un mensaje del jefe de los carros comunicaba que su fuerza se encontraba totalmente imposibilitada para avanzar; la pista de acceso se encontraba cortada por una profunda y ancha trinchera cubierta con ramajes. En ella había caído el carro que marchaba en cabeza, el terreno, cortado en talud, no permitía que los restantes carros salieran del camino para continuar la marcha hasta el lugar en que habrían de iniciar el ataque.

Como la maniobra se apoyaba precisamente en la acción de los carros, el teniente coronel Franco hubo de improvisar una orden perentoria que cambiaba el plan establecido. Unos instantes después el teléfono transmitía sus decisiones de carácter urgentísimo. Se retrasaba el asalto hasta las 11:15; las escuadrillas deberían cambiar su horario para concentrarse en tal momento y volar sobre las vanguardias de las columnas, supliendo el fuego de los carros.

Llegó la hora marcada; sobre el frente volaban todas las escuadrillas a cien metros de altura, con los aviones en fila, sucediéndose una tras otra, para lanzar las bombas y ametrallar, acompañando a las fuerzas de tierra en el momento del asalto

La lluvia de metralla, el denso humo de las explosiones de las bombas, favoreció a la Legión, que avanzaba a la carrera con los fusiles armados a la bayoneta. Los legionarios se protegían del fuego enemigo ocultándose en el humo de las bombas de Aviación, que explotaban a pocos metros de distancia; los aviones, uno tras otro, volando en círculo, formaban la corona que los cubría, y con ellos se desplazaban. Se combatió con mucha fuerza. Pero no era posible estacionarse y recibir de frente los fuertes ataques del enemigo, decidido a morir. Se imponía la maniobra, una decisión genial que desbordara, sorprendiera y aniquilara al enemigo. El jefe de la columna, teniente coronel Francisco Franco, con serenidad y audacia en momentos tan críticos, dispuso que se iniciara una maniobra, al parecer temeraria, pero que había de causar sorpresa y pánico en el enemigo, acostumbrado a vernos avanzar siempre por las cumbres, respetando como inaccesible sus puestos en los barrancos, desde donde podían combatirnos con la tranquilidad de tener cubierta la retirada. Magnífica decisión, que por sí sola acredita la competencia del jefe que actúa en inmediato contacto con la línea de fuego.

La columna, en pleno, chocó con el enemigo en combate al arma blanca. La maniobra le produjo tal asombro que, en franca y espectacular huida, permitió hacerle numerosísimas bajas vistas. Sucesivamente se ocuparon las fortificaciones. Las compañías de la Legión, al llegar hasta el Morabo y el Aljibe, dieron apoyo en momentos críticos a las fuerzas allí empeñadas en tremenda lucha dentro de las trincheras. La batalla había llegado a su momento culminante. Franco, lanzó contra las trincheras enemigas la totalidad de las compañías de reserva. Tras unos momentos indecisos de extraordinaria emoción, el enemigo salió de las trincheras en desordenada huida, que abarcaba varios cientos de metros del frente, para ser definitivamente vencido.

Los aviones volaban en su persecución e intensificaban el ataque sobre la segunda línea de resistencia, desde la cual el enemigo dirigía su fuego contra las posiciones que acababa de perder. La Legión siguió en su puesto, tratando de retirar los heridos y muertos que habían caído delante de las fortificaciones conquistadas; no había perdido arrojo en el anterior esfuerzo, que podía ser tal vez el más duro y heroico de los librados por la Legión en África.

(Continuará. Bibliografía consultada al final del último capítulo)

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José Antonio Cano

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