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Buzián, el primer musulmán marroquí laureado (V)

… -¿Designo yo a los Policías o ha de escogerlo el maun que vaya a Ifrit Bucherit?
-Me da figual. le dijo el teniente, lo que quiero es que sean buenos. ¿A quén maun le toca ir?
-Al maun Buzián, mi teniente.
-Pues dígale que venga a verme.
Saludó el sargento militarmente y salió en busca del maun. Poco después entraba en la tienda de campaña, en la que un áscari narraba a sus compañeros cuentos de Yehá. Estaba la tienda abarrotada, ya que, debido a la lluvia, todos se guarnecían bajo las lonas.Asomó el sargento y preguntó:
¿Está aquçi el maun Buzián?
-No, le respondieron varios.

  • ¿Dónde está?
    -Está rezando las oraciones del alars, le dijeron.
    El sargento se retiró y fue a dar cuenta al teniente de que el maun Buzián tardaría un poco en presentarse a él, porque estaba rezando en aquel momento.
    Buzián Ben Al-lal Gatif era muy religioso y cuando causa de fuerza mayor no se lo impedía, cujplía siempre con los preceptos religiosos. En la 4ª. Mía sólo veinticinco o treinta Policías rezaban las cinco oraciones diarias de precepto, esto es, la oración del alba, llamada assubh, la del mediodía o adduhr, la de la tarde o alars, la de la puesta del sol o almagrib y la de la noche o alixá. El maun Buzián estaba rezando las de la tarde, porque cada una de estas oraciones tiene un periodo hábil para rezarla. La del alba debe rezarse en el tiempo comprendido entre la aparición del día y la salida del sol, para la del mediodía, el que va desde el momento en el que el astro empieza a declinar, lo cual se conoce en la disminución de la sombra, hasta que en que un objeto es igual en longitud a la sombra proyectada: para la oración de la tarde, el tiempo que media entre este momento, es decir, al término de la anterior oración, y aquel otro en el cual la sombra proyectada es dos veces la del objeto; para la oración de la puesta del sol no hay un periodo tan extenso y debe hacerse a raíz del ocaso; para la oración de la noche, es periodo ordinario el que va desde la desaparición del crepúsculo rojo hasta la terminación del primer tercio de la noche.
    Cuando alguien está rezando, no debe ser molestado por nadie, salvo casos de excepcional urgencia o necesidad, pues la más ligera distracción, interrumpe la oración y el que reza ha de volver a empezar de nuevo.
    El sargento Budug estaba pendiente de la oración del maun Buzuán y cuando la vió que la daba por terminada, le gritó:
    -¡Ah, Buzián! Se acercó el maun y le saludó militarmente y antes de que le preguntara el motivo de su requerimiento, el sargento le explicó:
    -A ti te toca ahora turno de destacamento; el teniente te llama para esto. Presentate a él y vete corriendo, que ya te espera hace rato.
    Disciplinado, preocupado por haber hecho esperar al teniente, Buzián se dirigió a la oficina de la Mía y al llegar a la puerta pidió permiso para entrar.
    -Pasa, Buzián, le dijo en tono afectuoso el teniente; ya sé que vienes de hacer la oración de la tarde. ¿Te a dicho el sargento porqué te llamaba?
    -Si mi teniente.
    -Bueno, pues prepara a la gente y prepara tus cosas; quiero que al anochecer esté hecho ya el relevo.
    -¿Cuántos Policías llevo, mi teniente?
    -Cinco, el mismo número de los que hay allí.
    -¿Y quienes van conmigo?
    -Te doy libertad para escoger los que tú quieras de los que están libres de servicio. Cuando lo hayas ekegido y tengas todo preparado, pasa de nuevo por aquí para recoger la munición y darte las últimas instrucciones. Tú, vas, como ya sabes, de jefe de puesto de Ifrit Bucherit.
    -Sí, mi teniente.
    Al maun Buzián se le infló el pecho de un sano orgullo; desde aquel momento empezó su cabeza a dar vueltas y en su pensamiento se agrandaba la responsabilidad recibida. ¿Y a quién llevo conmigo?, se decía a sí mismo. Durante unos minutos no pudo controlar sus nervios, que nadie pudo notar porque todos estaban resguardados de la lluvia mientras él daba vueltas por la explanada de Mars el Biad. Por fin se dirigió a donde estaba el sargento Budug y le informó de cuanto le había dicho el teniente.
    -¡Y a quién vas a llevar? No lo sé aún.
    -Llévate si quieres, a Mesaud Ben Hach Boaza; contigo irá de buena gana y contento, y ya sabes que es bueno.
    -Ya estaba pensando yo en él, le dijo el maun; se lo voy a decir ahora.
    Lo llamó a la tienda y allí le habló.
    -Mesaud, ¿Quieres venirte conmigo al puesto de Ifrit Bucherit durante cuatro meses? Marchamos hoy y a mí me gustaría que tú vinieras…
    -¿Y quiénes son los otreos?
    -Aún no se lo dije a ningún otro; tenemos que ir seis, conmigo.
    Mesaud había aceptado ya sin contestar, y casi con alegría propuso:
    -¿Quieres que venga Abdeselam Ben Kaddur Ben Ahmed? si se lo decimos vendrá encantado.
    -Naturalmente que quiero. Vete a decírselo y que él te diga si tiene algún amigo que quiera acompañarnos.
    Salió Mesaud y encontró a Abdeselam charlando con Abderrahaman, amigo de ambos. No hubo necesidad de insistir. Ahora ya eran cuatro. Mesaud fue a dar cuenta al maun de su gestión y Ueld Heddín, que estba allí, se ofreció también.
    -Así ya estamos todos, dijo el maun, porque Mohamed Ben Bachir Tambié va.
    Buzián dio cuenta primeramente al sargento y luego marchó a la oficina para ver al teniente, a quien entregó la lista de los cinco Policías que marchaban con él al puesto de Ifrit Bucherit. El teniente leyó despacio la lista y le dijo:
    ¿Vas contento con ellos?
    -Sí, mi teniente; todos somos amigos y son todos buenos y van voluntarios…
    -Muy bien; el cabo de la oficina te dará la munición, y en cuanto a ti, jefe de puesto, el maun Ahmed que vas a relevar te transmitirá todas las instrucciones que yo le dí, las que deberás cumplir y hacerlas cumplir. La próxima semana visitaré yo el puesto y quiero que todo esté funcionando y en orden.
    -Sí, mi teniente.
    Cumplidos los últimos trámites y aprovechando que casi había cesado la lluvia, el maun Buzián partió al frente de sus cinco hombres. Antes de anochecer ya había hecho el relevo y los seis hombres se quedaron solos; pusieron en orden la tienda de campaña, arreglaron las cosas, se designó el turno de centinelas para aquella noche y, como celebrando la alegría de estar juntos, tomaron té invitados por el maun.
    Al día siguiente limpiaron los alrededores del puesto, terminaron de poner en orden las cosas y después se dedicaron cada cual a limpiar su fusil. Todos estaban contentos y cada uno cumplía su obligación con placer y alegría.
    -¿A quién le toca ir hoy por agua?, preguntó el maun.
    -A mí, contestó Mohamed Ben Bachir.
    -No vayas, si no quieres; to quiero lavar la camisa y de paso traigo la cuba llena, le dijo Mesaud.
    Los seis hombres eran seis leales amigos, seis compenetrados camaradas, a los que unía aún más la vida comunitaria de aquel pequeño puesto.
    El maun Buzián era el primero en dar ejemplo de buen compañero y jefe. Serio, con un sentido nato del honor y de la amistad, cumplidor fiel, sin ser excesivo ni cuadriculado, los cinco hombres a sus órdenes estaban tan encantados con él, que un día acordaron hacerle un obsequio, y después de varias proposiciones, coincidieron que lo mejor era una estera de rezo, porque el maun no dejaba de rezar cada día las oraciones del precepto cotánico. Convenido así, aquella misma semana, , al ir uno al zoco por provisiones, compró la estera, que pagaron entre todos. Cuando se la entregaron, Buzián la recibió emocionado.
    La noche del 22 de marzo de 1917 el maun Buzián Ben Al-lal Gatif tomó la estera y se retiró para rezar. Terminadas las oraciones de la noche, antes de entrar de nuevo en la tienda charló durante unos minutos con Mesaud, que hacía el primer turno de centinela.
    -Noche hermosa, ya se nota la primavera, ¿Verdad, Mesaud?
    Enteró en la tienda que estaba a oscura y en silencio. Intentó conciliar el sueño, pero no acababa de dormirse.
    Entró el centinela nervioso y antes de que hanalra, Buzián le preguntó:
  • ¿Qué pasa, Mesaud?
    -Vanía a llamarte. Creo que hay gente en el barrancpo´.
    Se mincorporó velozmente Buzián y despertó a los cuatro restantes. Mesaud, sin dar más explicaciones, salió corriendo de nuevo.
    -¿Qué pasa, preguntarosn todos casi asustados.
    El estruendo de un petardo fue la cruda respuesta-
    ¡¡Nar, nar!! ¡Fuego, fuego!, ordenó gritando Buzián.
    Los seis hombres dispararon apuntando al barranco. Sobre el puesto de Ifrit Bucherit había descargado, como una tromba, la tormenta de una agresión. Un segundo petardo demostró que el enemigo estaba cerca.
    -¡¡Nar, nar!!, volvió a gritar el maun.
    La segunda explosión alcanzó de lleno a Mesaud, que, casi destrozado, murió sin pronunciar palabra.
    Los agresores abrieron un nutrido fuego de fusilería y en los primeros disparos resultó herido el maun en la garganta. Poco más tarde otra bala alcanzaba en el pecho a Abdselan Ben Kaddur, que murió en el acto.
    La partida de los agresores estaba compuesta por unos cincuenta hombres, quienes, creyendo empresa fácil eliminar a los seis defensores, pretendían apoderarse de sus fusiles, para lo que redobladon el esfuerzo, lanzando otros tres petardos más, de los que sólo estallaron dos. Al amparo de estas explosiones, se lanzaron sobre una pared que daba entrada a la posición, y en avalancha, trataban de derribarla empojándola fuertemente. Los cuatro defensores aún vivos disparaban sobre esta avalancha, consiguiendo que cada disparo fuese una baja enemiga. Buzián Al-lal resultó herido por segunda vez, una bala le atravesó la cara destrozándole la dentadura, a pesar de lo cual él seguía disparando.
    Dos nuevas bajas, por heridas, tienen ahora los defensores: Abdeselan Ben Heddín y Mohamed Ben Bachir, éste gravemente. Pero tendidos en el suelo, sin quejarse, luchan tenazmente, disparando a tiro hecho, y permanecen como abstraídos al peligro y a la muerte.
    Uno de los agresores les gritó:
    -Si nos dais los fusiles os perdonamos la vida.
    Los defensores contestaron a tiros.
    Inmediatamente después de esta propuesta de rendición, Buzián recibió la tercera herida, esta vez en el muslo, pero desde el suelo, imposibilitado para moverse, siguió haciendo fuego como en el primer momento. Abderrahamán fue alcanzado ahora en el vientre, ya no quedaba ningún defensor sano de cuerpo. Sólo el espíritu de aquellos hombres, inconcediblemente valientes, quedaba intacto y fresco.
    -Os perdonamos la vida si nos entragais los fusiles, gritó de nuevo la misma voz de antes.
    Buzián, que a pesar de sus tres heridas seguía disparando, aún pudo apuntar a quien tal infamia propuso, al que logró derribar para siempre. Entre los agresores se armó en ese instante un gran revuelo; grandes gritos con lamentos de dolor hicieron decaer el fuego, mientras los muertos y heridos eran retirados.
    Ifrit Bucherit seguía disparando; la lucha aún se prometía larga.
    En la posición de Mars el Biad oyeron las explosiones de los petardos y el teniente Cascante, imaginándose lo que pasaba, salió inmediatamente con el sargento Budug y catorce hombres en socorro de aquellos valientes.
    Prestaba allí sus servicios como cabo-practicante Joaquín Herrero Obiez, perteneciente al regimiento de Melilla y agregado a la 4ª Mía fr Policía, quien al darse cuenta que podría ser neceaaria su presencia, se unió a los hombres de socorro voluntariamente sin necesidad de orden expresa.
    -Es necesario dividirnos en dos grupos, dijo el teniente; uno debe de ir por el atajo para llegar antes.
    -Yo voy, mi teniente, porque conozco bien el terreno, dijo el sargento. Me llevo ocho hombres, y haciendo una señal con la mano, dijo: ¡Vamos! Salieron corriendo, y desde el atajo dispararon al aire varias veces para sustar a los agresores, quienes antes de huir intentaron de nuevo penetrar dentro del puesto para apoderarse de los fusiles de quienes ya consideraban muertos. Los defensores heridos, por última vez los rechazaron.
    Y por última vez dispararon sobre el cuerpo aún con vida del maun Buzián; una bala le atravesó la cabeza, abatiendo una vida que ya la gloria se disponía a recoger.
    Al parte dado por el teniente Cascante al jefe del Tabor de Policía pertenece este párrafo impresionante:
    “Llegué a Ifrit Bucherit sobre la una de la madrugada; la agresión se había iniciado una hora antes. La pared que da entrada al puesto estaba teñida de sangre y desde allí un reguero señalaba el sitio por donde los agrasores habían arrastrados a sus muertos y heridos. Al entrar en el puesto creí que los seis defensores estaban muertos; el cabo-practicante, en su afán de prestar inmediato auxilio, reconoció primero al maun, que era el que estaba más próximo a la entrada, y gritó: ¡muerto! Reconoció al que estaba a su lado y volvió a gritat ¡muerto!, y a un grito de nuevo ¡muerto!, al reconocer al tercero. Los tres que estaban con vida presentaban heridas tan graves que me dieron igualmente la sensación de que estaban muertos.Rodeando a sus cuerpos había grandes charcos de sangre. El cadáver del maun Buzián tenía el fusil agarrado fuertemente entre sus manos y a su lado había treinta y seis vainas vacías.
    La firme valentía del maun de esta 4ª Mía, Buzián Ben Al-Lal Gatif, para el que pido la más justa recompensa a que se hizo acreedor por su heroico comportamiento, no sólo impidió que los agresores llevaran a cabo su propósito, sino que demostró la alta moral y disciplina de las tropas de Policía Indígena, contra las que se estrellan cuantos tratan de entorpecer la acción de España”.
    Y así fue como Buzián Ben Al-Lal Gatif, el defensor de Ifrit Bucherit, entró por la puerta de la fama y la gloria. El fue el primer musulmán marroquí a quien España otorgó su más alta y preciada condecoración. Su nombre lo recogió la hstoria como ejemplo de lealtad y valor….

(Continuará)

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José Antonio Cano

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