Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

La cáscara y el fruto

Apropósito del aniversario de ‘Ibn Arabî o la recuperación del Islam ‘perdido’

Entre las muchas falsedades deslizadas por el orientalismo durante una dilatada época, destaca una de ellas, y es la de negar al Islam la parte espiritual inherente a su ortodoxia, es decir el sufismo como parte indisociable del Islam. En consecuencia la idea que ha prevalecido en occidente es la de una religión árida, desprovista de la belleza espiritual. Esto, paradójicamente, ha gozado de un aliado incondicional desde determinados sectores del Islam anclados en el reformismo modernista salafí/wahabí que rechazan y niegan la propia esencia del Islam, cual es precisamente la esotérica.

Curiosamente cuando se quiere arremeter desde occidente contra estos sectores del radicalismo salafí se dice, –como se ha hecho desde las páginas de este periódico– “nos quieren retrotraer a la época medieval”. Craso error. Y qué sabias las palabras del ya desaparecido filósofo catalán Eugenio Trias de quien citamos un párrafo de un interesante artículo publicado hace ya tiempo en el diario El Mundo intitulado “El Islam espiritual”, dice así:
“La gran paradoja del Islam consiste en lo siguiente: lo que más se le reprocha desde Occidente es, justamente, lo que menos hace justicia a sus mejores esencias. Se dice a veces, con tono frívolo y descerebrado, que los creyentes de esa religión no han traspasado la Edad Media. Una Edad Media de caricatura o comic, que es el saldo o la rebaja descerebrada de un discurso ilustrado convertido en baratija convencional. Pero lamentablemente lo más dañino y nocivo del Islam de hoy no es, precisamente, lo que proviene de esa ‘Edad Media’ tan denostada como escasamente conocida.”
Edad de Oro del Islam
En los tiempos del Profeta Sidna Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él) la intensidad con la que se vivía la espiritualidad fruto de la proximidad a las fuentes de la Revelación hacía indisoluble los componentes exotérico (dahir) y esotérico (batin) de la Tradición islámica, es decir era inconcebible bifurcar la sharia (ley islámica) de la haqiqa (la Verdad o Realidad última, es decir Allah/Dios). Ciertamente el término sufismo no existía en la época del Profeta para designar la realización espiritual, aparecería aproximadamente dos siglos después cuando empiezan a aparecer las ideas corruptoras que van separando esos dos elementos esenciales del Islam, sharia y haqiqa. De ahí posteriormente a la aparición de las órdenes sufíes con la intención de preservar la enseñanza espiritual, lo esotérico, la haqiqa. Lo que antes estaba en todas partes allá donde se manifestara el Islam en los inicios de la Revelación se consolidaría a través de las órdenes sufíes dada la relajación en la que incurrieron muchos musulmanes. En lo sucesivo, los sufíes no practicarían nada que no hubiera practicado el Profeta y sus compañeros, especialmente Ali Ibn Abi Talib, Abû Bakr, Abû Darr, Salman, Bilâl…, (Radia llâhu ‘anhum/Dios esté complacido con ellos) que recibieron del Profeta sus enseñanzas esotéricas. Una de las prácticas principales del Profeta era precisamente el retiro espiritual, especialmente en fechas claves como hiciera a partir de mediados del mes Sagrado de Ramadán. El dikr (invocar a Allah) fue una constante en su vida y así mismo instó a sus compañeros a ejercitar el dikr en las reuniones como en privado. En estas perennes enseñanzas del Profeta han basado los sufíes sus prácticas y transmisiones hasta nuestros días. Un vistazo objetivo a la historia del Islam demuestra fehacientemente que los sufíes han sido siempre los más fervientes seguidores de la tradición del Profeta y han seguido su ejemplo y enseñanzas en cada instante de sus vidas.

Un largo y accidentado camino se recorrerá hasta el siglo XII cuajado de incomprensiones, desencuentros y enfrentamientos con juristas y teólogos opuestos a la tradición esotérica. Es en este ambiente de crispación cuando aparece la figura Abû Hâmid al-Gazzâli (1058–1111) quien definitivamente legitimaría el sufismo en los ámbitos oficiales y en los círculos jurídicos y teológicos, recuperando la integración de los aspectos exotérico y esotérico del Islam. Conforme la civilización islámica se alejaba de las fuentes de la revelación más se hacía necesaria la recuperación metodológica de la espiritualidad. Esto aviva, entre otros motivos, la eclosión del Siglo de Oro de la “mística” islámica, es decir del sufismo. El camino estaba allanado para la aparición de Shaij al-Akbar, el Doctor Máximus de la espiritualidad islámica, también llamado Muhyiddîn (el vivificador de la religión), es decir, Ibn ‘Arabî, una figura central en la historia del islam y obviamente del sufismo.

Significativa y adecuadamente titulaba su conferencia Pablo Beneito, “La morada de la no-morada” el pasado 9 de Febrero en Madrid, en Casa Árabe, en el marco de los diversos eventos programados a lo largo de todo este año en conmemoración del ochocientos cincuenta aniversario del nacimiento de Ibn ‘Arabî. “La morada de la no-morada” en referencia a Ibn ‘Arabî, sintetiza ajustadamente el nivel y grado máximo alcanzado por este singular sufí.

Ibn ‘Arabî, la “senda del amor”
Es, justamente, el murciano Ibn ‘Arabî “sello de la santidad muhammadiana” (Murcia, 1165–Damasco, 1240) quien daría el impulso necesario a la formulación de una doctrina explícitamente articulada del sufismo. Si bien afirmaría “sólo escribo de lo que conozco” nos legaría una ingente obra, más de cuatrocientas según algunos biógrafos llegó a escribir Ibn ‘Arabî, de las cuales y más importante, fue al-Futûhât al-makkiya, (Las iluminaciones de la Meca) escrita durante un largo periodo de tiempo. Según los expertos, de traducirse íntegramente esta obra magna al castellano daría de sí más de diecisiete mil páginas. Ibn ‘Arabî era una auténtica enciclopedia del sufismo, sin embargo, en esta obra referida, al-Futûhât al-makkiya, diría: “No hay bondad en el amor / si la razón lo gobierna”, porque según nuestro maestro, el sufismo no es erudición retórica, ni conocimiento teológico racional, sino “el triunfo definitivo del yo místico sobre el yo racional”. De ahí, como bien expresara en su ilustrativa conferencia Pablo Beneito, Ibn ‘Arabi “lo que nos propone es un auténtico desafío para los límites de nuestra estructura intelectual”.

Durante las primeras generaciones de musulmanes con las indicaciones o directriz (ichara) era suficiente para comprender los significados interiores de las cosas. Posteriormente, en los siglos sucesivos los musulmanes precisarían de una elaborada explicación. Disminuida la capacidad de la intuición, la necesidad de la explicación se torna vital. Con el impulso de Ibn ‘Arabî se aseguraría la supervivencia de la Tradición. Una Tradición asediada por los peligros que suponía la incorrección del razonamiento desviado.

Sin embargo, no es Ibn ‘Arabî un ‘autor’ de fácil comprensión. De los problemas esenciales que suscita su lectura son las distintas posibilidades que nos plantea: lectura externa o literal en su apariencia lingüística, o ir al núcleo central, al secreto del simbolismo de sus palabras a lo interno y oculto. Pero obviamente esto limita sobremanera el acceso objetivo a la realidad subyacente en sus obras. A finales de su vida tuvo que redactar diversos comentarios a su obra para hacerse más accesible. En la actualidad, paradójicamente, hay mucho más publicado sobre Ibn ‘Arabî en inglés y francés que en español. Y de lo traducido, según los expertos, más del 85% son malas traducciones. Digámoslo sin rodeos, siendo importante el dominio de la lengua árabe, no es suficiente, sino que se precisa de cierta sensibilidad espiritual, algo muy escaso en traductores cuyo objetivo principal, por lo general, es la de cubrir unos objetivos intelectuales y profesionales.

Lamentablemente estamos transitando por una época ¿negra? no del Islam, sino de ciertos sectores de la umma musulmana sumidos en una decadencia sin fondo que evidencie el final de tanta ignominia. Sin duda, entre las muchas razones de este descomunal desastre está el hecho de que muchos musulmanes han transformado el Islam en una “religión” encorsetada en rigideces normativas y carente de espiritualidad, para gloria de los arriba referidos orientalistas, cuya obsesión son las formas y no el objetivo principal: aproximarse a Allah por la senda de la mahabba, del amor. En el Islam es la luz del amor la que enciende vivamente el conocimiento.

Uno de los mayores sabios que ha dado el Islam, el jurista y fundador de una de las cuatro escuelas de jurisprudencia islámica (fiqh), el Imam Malik (714–796), no sólo legitimó el sufismo, sino además su imprescindibilidad. Decía Imam Malik: “Aquel que practica el sufismo sin aprender sharia corrompe su fe; mientras que quien aprende sharia sin practicar sufismo se corrompe él mismo. Sólo quien une los dos saberes, alcanza la Verdad”. Varios siglos después, en la misma orientación, sentenciaría nuestro Shaij al-Akbar: “La Ley (sharia) es inducción; la Vía (tariqa), deducción; y la Realidad (haqiqa), unión.

Llegados hasta aquí, inevitablemente acude a nuestra memoria aquel hadiz de nuestro amado Profeta que decía: “Comete pecado de idolatría quien adora a una religión en vez de adorar a Allah.”

__________

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€