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Acoger sí, pero con control

Quedan atrás aquellos tiempos ya lejanos de finales de los ochenta y principios de los 90 en que los inmigrantes que no tenían cabida en el centro instalado en la Granja Agrícola se veían obligados a dormir hasta en el interior de vehículos abandonados. El Papa Francisco el domingo hacia referencias a las fronteras de Ceuta y Melilla y a España, en una entrevista publicada en El País, en la que señalaba a España como lugar de paso de los inmigrantes hacia países del centro y norte de Europa. El Sumo Pontífice pedía “acoger e integrar” a ese colectivo procedente de África. En definitiva, hacía unas declaraciones que seguramente comparten de forma mayoritaria los ciudadanos.

Pero frente a ese deseo humano y solidario de acoger y de integrar nos encontramos con otra realidad que es la existencia de unos medios que no son ilimitados. En España, en concreto, el solo hecho de atender nuestras propias necesidades deja poco margen a la colaboración con esta triste oleada de inmigrantes que sueñan con llegar a otros horizontes con mejores posibilidades de salir adelante y prosperar que en sus países de origen, aunque no siempre es así. Y es que son muchas las personas en España que carecen de empleo e incluso de hogar lo que dificulta en gran medida esa acogida de inmigrantes procedentes del otro lado del Mediterráneo.

Cuál debe ser entonces la postura. Acoger inmigrantes sí, pero acogerlos en condiciones. Si no se les va a poder prestar la debida atención alimentaria o sanitaria, más vale no hacerlo. De ahí, la existencia en los países del ámbito desarrollado, de unos cupos y unas limitaciones legales a esta corriente migratoria. Una circunstancia que la cabeza visible del orbe cristiano ha reconocido al señalar que cada país “tiene derecho a controlar sus fronteras, quién entra y quién sale”.

Es vital respetar las limitaciones. Sería estupendo poder acoger con la total garantía a toda la inmigración africana y derribar la valla, pero eso es una absoluta utopía y, por tanto, no es el caso.

Pero también es cierto que la situación en Melilla ha ido mejorando progresivamente con el paso del tiempo. De hecho, quedan atrás aquellos tiempos ya lejanos de finales de los ochenta y principios de los 90 en que los inmigrantes que no tenían cabida en el centro instalado en la Granja Agrícola se veían obligados a dormir hasta en el interior de vehículos abandonados, durante su estancia en una ciudad en la que no quieren permanecer sino utilizar como vía de paso hacia otros horizontes europeos.

Los medios desde entonces han mejorado ostensiblemente. El centro de estancia temporal, CETI, ofrece a los inmigrantes atenciones dignas de alojamiento, manutención, sanidad y educación para los menores de 16 años. Por tanto, acogida sí, pero controlada.

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