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In Memoriam

A la Memoria de Fernando Belmonte, un melillense excepcional

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He esperado un tiempo, el preciso, el necesario quizás para poder afrontar mi deseo de escribir sobre mi compañero, mi pareja, mi amigo, mi confidente y mi cómplice, mi siempre amado Fernando Belmonte, sin que la opresión me ahogue y las lágrimas me impidan dominar el teclado. No voy a dedicarle ni una sola palabra más a nuestra relación personal. Eso se queda en nuestro ámbito privado y no pretendo tampoco que sea el objeto de este escrito.

Voy a escribir del colega, del maestro, del erudito apegado al conocimiento, de ese hombre lleno de luz, desinteresado y generoso que tanto bueno aportó a esta ciudad sin que, tras su muerte, apenas haya tenido otro eco que la fría narración de su principal proyección pública como periodista. Un periodista, no obstante, que, aunque brillante, tampoco lo fue al uso y que, por demás, acabó abandonando el Periodismo para adentrarse, primero, en la recuperación del ámbito más vivo y palpitante de nuestra memoria, a través de la fundación y promoción del Archivo Audiovisual de Melilla, y el fortalecimiento, después, de nuestra realidad multicultural, con un decidido empeño personal en que cada vez fuera más intercultural.

Fernando, aunque apenas se ha subrayado, fue el autor técnico del Pacto Social por la Interculturalidad de Melilla que se aprobó por la anterior Asamblea de Melilla con el voto a favor de 23 de sus 25 diputados. Una herramienta única que, como tantas cosas que afrontó, exige de compromiso y continuidad por parte de la sociedad melillense pero que, en su trabajo, tiene grandes pilares para crecer y sobrevivir con éxito.

Como licenciado en Antropología Social y Cultural, Premio Fin de Carrera en Ciencias Políticas y Sociología, Master oficial en Unión Europea y hombre cada vez más apegado al conocimiento más diverso y amplio que pueda imaginarse, no dejó nunca de formarse, de crecer intelectualmente, de hacer de su privilegiada mente un instrumento de servicio en beneficio del engrandecimiento de Melilla más que en el suyo propio.

Porque Fernando, a pesar de las insidias que algunos vanidosos y mediocres quisieron hacer llegar a los sicofantas estelares de estos últimos tiempos, tenía un expediente académico tan brillante como su propia mente: la misma que hizo posible que se creara ese Archivo Audiovisual que tantos amantes de la historia de Melilla jamás imaginaron y que -basado en el aserto innegable de que, en gran medida, “somos lo que vemos” y nada hay como el valor de la imagen- hizo posible, a coste cero, acumular para el patrimonio de la Ciudad un tesoro que hoy en día queda como un legado colectivo, gracias a su empeño y también al apego desinteresado que al mismo proyecto brindaron no sólo grandes hombres como Manuel Carmona Mir, sino otros muchos melillenses que igualmente cedieron desinteresadamente sus imágenes en Súper 8 para el registro por siempre de esa Melilla ya perdida que, en esos testimonios gráficos, encuentra ya su mejor documental.

Espero que ese Archivo, que sirvió, entre otras realidades, para alimentar durante más de una década su exitoso y constructivo programa “El Retrovisor”, llegue algún día a convertirse en lo que él siempre soñó. Que la miopía, las envidias y los personalismos que tantas cosas llevan al traste en esta tierra nuestra, no lo arruinen, porque perderíamos una joya que, en su haber de mínimo coste, tiene ya un valor incalculable. Sé que hay personas empeñadas en que no suceda. Confío en ellas por el bien de todos y de la propia Melilla, aunque Fernando, desgraciadamente, ya no pueda disfrutarlo ni siquiera como un melillense más.

Pero Fernando no sólo nos dejó sus maravillosos ‘Hebdomadarios’ en Melilla Hoy o sus crónicas únicas en el Diario Sur y en el referido periódico hoy decano de la Prensa local. No sólo se encargó de vestir de largo Televisión Melilla cuando ejerció como director gerente de la misma, ni únicamente sembró con acierto en su empeño por recuperar la memoria histórica con iniciativas tan maravillosas como el fantástico libro sobre la vida de Lorenzo Lechuga, ‘La Memoria Derrotada’, en el que recuperó, al alimón con su principal protagonista, una etapa de Melilla de escaso registro y gran interés. También nos hizo reír, más bien desternillarnos, con su tremendo sentido del humor, sarcástico a veces, irónico muchas, ingenioso siempre y vivaz especialmente cuando éramos tan jóvenes y a mi me enamoraba, por ejemplo, antes incluso de conocerlo personalmente, haciendo de Presidente Quetela en su caricatura radiofónica del abominable Presidente Videla durante la primera etapa del memorable programa local de la Ser, ‘Los Corazones Solitarios’.

No sólo inculcó solidaridad y sapiencia a cuantos tuvimos la suerte de disfrutarlo. Sobre todo, contribuyó enormemente al desarrollo de la Melilla actual, combatiendo, en perjuicio propio muchas veces, las diferencias que, por cuestión de orígenes culturales o muros identitarios, otros tanto gustaron o aún gustan de alimentar entre las distintas comunidades melillenses.

Fernando, hombre nada dado a los convencionalismos sociales y más modesto que lo contrario, prefirió siempre ayudar y compartir más que cosechar para sí mismo, porque poco necesitó mientras vivió y menos apego material tuvo a las cosas efímeras que, tanto a mí como a muchos otros, tan estúpidamente nos apasionan y hasta dominan.

Lo apreció y mucho quien tuvo la suerte de conocerlo, de leer sus artículos sobre el Movimiento del 85, de aprender con su libro sobre el impacto que la primera Ley de Extranjería vigente en España tuvo en esta Melilla nuestra y en su posterior devenir.

Ganaron y ganamos todos con el apoyo que prestó a tantos proyectos como logró poner en marcha en sus tres años al frente de la Gerencia y Dirección del Instituto de las Culturas. A aquellos que supieron apreciarlo sin envidias ni temor a que su luz los opacase y a los que siguen comprometidos con las ideas que fue sugiriendo como embrión de grandes iniciativas iniciadas o por hacer, les ha dolido especialmente la pérdida de quien con tanto entusiasmo se empeñó en trabajar porque Melilla fuese realmente una ciudad más intercultural, con pilares democráticos fortalecidos y fortalecedores frente a esas corrientes importadas y peligrosas, ajenas a nuestra tierra y, sin embargo, tan temerariamente alentadas por quienes juegan a posturas ambivalentes o confusas.

Creo que con su repentina e imprevisible marcha no sólo yo he perdido. La ciudad entera ha perdido y mucho: Nos hemos quedado huérfanos de su mente preclara, de lo mucho que, con su sabiduría y su enorme crecimiento intelectual, habría afianzado en el deseo de contribuir a una sociedad más justa e igualitaria. Porque Fernando –y que nadie se equivoque- fue siempre, como bien sostiene nuestro buen amigo Jesús María Morata, un hombre profundamente progresista que, fiel a sus principios, no buscó nunca los apoyos ni los éxitos que algunas concesiones le habrían procurado. Ni pretendió ni pidió jamás contratos blindados ni sueldos de alta dirección, ni dejó nunca de gestionar el dinero público mirando el céntimo como si fuera más que propio.

No piensen que atenazada por el luto lo he idealizado y que por ello escribo en estos términos. Siempre fui su principal crítica como lo fue él conmigo. Gracias a eso no sólo crecí y mucho en todos los sentidos, sobre todo me convertí en una persona algo mejor de lo que soy por naturaleza, muy lejana de la altura moral e intelectual que él tenía y, les aseguro, no lo digo pecando de falsa modestia.

Ojalá hubiera un multiverso y, en otro lugar, siga con su vida adelante. En éste, quedó truncada con demasiada antelación, precisamente cuando, en mi opinión, estaba más pletórico, más brillante que nunca y con la misma salud inalterable que le mantenía sin ningún achaque, activo en extremo física y mentalmente. Fernando merecía este artículo y por eso, y no por mi amor por él sino por mi fidelidad como colega y amiga, lo escribo. Como amante y compañera de vida mis letras son otras, que quedan en privado.

En este día, cuando se cumplen seis meses de tu nefasta marcha, cuando sigo echándole tantísimo de menos y mi pena sigue siendo infinita por su muerte tan injusta y prematura.

Te quiero, por siempre, mi vida.

P.D.: Mi agradecimiento más sentido y sincero a las muchísimas personas que me han trasmitido su pesar y, en especial, a quienes le dedicaron tan sentidos escritos tras su fallecimiento.

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