Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Carta del Editor

¿Va a durar poco Melilla?

melillahoy.cibeles.net fotos 1274 pagina tres

Sólo una sociedad civil fuerte y articulada, sólo una política que se base en dar todas las facilidades posibles, todas, al que venga a nuestra ciudad a invertir dinero y dedicación, puede salvar a Melilla de la, si seguimos así, inevitable catástrofe.

La economía es el motor que mueve el mundo. Si no hay libertad económica individual, no hay libertad. Conocer la historia, sobre todo la próxima, es la mejor manera de evitar la repetición de errores. En España, entre los años 2005 y 2011, se llevaron a cabo gigantescos planes de estímulo público: se gastaron 30.000 millones de euros en políticas de empleo y un 3% del PIB en planes de crecimiento y el resultado fue duplicar la deuda y destruir 3 millones de puestos de trabajo.

Es más que posible que los seguidores de la escuela de pensamiento económico conocida como "austríaca", cuyo economista más relevante es el premio Nobel de Economía de 1974, Friedrich Hayek, tengan razón, sosteniendo el rechazo de toda intervención estatal y que las imperfecciones del mercado las crea la regulación del Estado, y abogando por la reducción del tamaño del Estado hasta unos mínimos y la protección de la propiedad privada como el único principio esencial de la actividad económica.

Cuando empecé a estudiar la carrera de Económicas, en Barcelona, el keynesianismo, que abogaba por una mayor intervención pública para corregir los errores del mercado, estaba de moda. Yo fui, con matices porque siempre me ha gustado poner en duda todo, moderadamente keynesiano. A punto de terminar la carrera, y sabiendo un poco más, me empezó a gustar más Adam Smith o la escuela monetarista, que preconizaban la libertad individual sobre el dirigismo estatal, pero alentando la intervención de un poder independiente que controlase la masa monetaria en circulación y tuviera el monopolio de la emisión de moneda, y de fijar los tipos de interés. Cuando ya empecé a trabajar y a conocer mejor la empresa privada y la administración pública y cuando, a medida que transcurrían los años, conocí y traté más con empresas privadas y administraciones públicas, me fui convenciendo de que la mejor de las tres escuelas en las que se divide el pensamiento económico del mundo occidental es la austríaca, que es precisamente la que, en la prensa de un mundo dominado por las ideas de izquierda, peor prensa tiene. Cuanto más sé y más experiencia acumulo, más me reafirmo en esa idea "austríaca" de rechazo al intervencionismo estatal, de que el mejor Estado es el de tamaño más pequeño y de que la protección de la propiedad privada es la mejor manera de lograr la libertad económica, que es la base de la libertad individual, la única que existe. Donde mejor está el dinero es en los bolsillos de los ciudadanos, no en el de los políticos ni en los de las grandes instituciones, bancarias o de cualquier otro tipo, que, en el fondo, vienen a ser también los mismos, los que nos asan a impuestos y regulaciones infinitas, los que malutilizan el dinero que nos quitan.

Uno de los grandes atractivos de Melilla, y de los pocos que le van quedando, es que es una especie de microcosmos, en el que se puede experimentar. El miércoles pasado, por la noche, decidí ir a Nador con un par de amigos, que me habían hablado mucho de la vitalidad de esa ciudad marroquí próxima, que antaño era un villorrio bastante feo y poco poblado. A las once de de la noche, por eso de la ruptura del ayuno, iniciamos el viaje, y lo primero que nos encontramos fue una frontera absolutamente colapsada en la parte española. Es lo habitual, me dijeron mis amigos. Es increíble, exclamaba yo, una y otra vez, mientras pasaban no ya los minutos, sino las horas. Por fin pasamos la frontera española y, sin problemas ni paradas, la marroquí, dejando atrás una Melilla semidesierta, semimuerta, para llegar a una Nador explosiva, con carencias, pero llena de vida. Compramos algunas cosas en unas tiendas abiertas, a esas horas de la ya madrugada (algo impensable en Melilla, el reino de las regulaciones y el intervencionismo) y llenas de gente, y terminamos en una cafetería inmensa, con centenares de clientes y decenas de camareros, con vida y con un gran edificio moderno de apartamentos hoteleros. ¿De quién es todo esto, pregunté? y me presentaron al dueño, que por ahí, trabajando, estaba. Soy español, me dijo e intenté hacer algo así en Melilla, pero me hicieron la vida económica imposible. A nuestra tertulia se unieron otras personas, algunos españoles, otros marroquíes con cargos públicos importantes en Nador o con empresas importantes en Marruecos. Todos, sin excepción, respondieron a mi pregunta sobre que si en Melilla les dieran facilidades para llegar e invertir lo harían, todos, sin excepción, respondieron que sí.

A las dos y media de la madrugada iniciamos el regreso a Melilla. Pensamos que, a esa hora, llegaríamos pronto. Llegamos a las cuatro y media pasadas, tras casi dos horas de cola en….. la aduana española. La frontera española de Melilla es un desastre, me decían mis interlocutores marroquíes. Melilla se parece cada vez más a una cárcel a cielo abierto, me aseguraban mis amigos españoles. Lo que ocurre con nuestra frontera es un desastre sin paliativos, algo insoportable, una vergüenza y un mal infinito para nuestra ciudad, afirmo yo. Muchas promesas, muchos presuntos planes, pero cada vez peor. Intolerable.

La opinión predominante es que, si seguimos así, Melilla va a durar poco. Cuatro años, dicen algunos. Más, seguramente, pero no muchos más… si seguimos así. Y el inmenso error empieza cuando oigo que todo depende de lo que hagan el Gobierno local y el nacional en estos próximos cuatro años. No tengo, de entrada, demasiada confianza en el Gobierno local que, de forma tan extraña, se va a formar y es casi imposible vaticinar lo que va a suceder a finales de año en los comicios españoles. Pero el problema no estriba en que puedan hacerlo mal nuestros gobernantes, que es lo que inevitablemente sucederá, sino en que los melillense sigamos pensando y actuando como si todo dependiera de lo que hagan "los de allá arriba", "los que mandan". El problema reside en que sigamos pensando como súbditos, en vez de como ciudadanos, con deberes, por supuesto, pero también con derechos, como el de saber, y actuar, como si la administración pública estuviera a nuestro servicio, no al contrario, como ahora sucede.

Sólo una sociedad civil fuerte y articulada, sólo una política que se base en dar todas las facilidades posibles, todas, al que venga a nuestra ciudad a invertir dinero y dedicación, puede salvar a Melilla de la, si seguimos así, inevitable catástrofe.

Y, desde luego, lo que no va a salvar Melilla es una nueva Consejería como la de Empleo. Es un axioma que todos los políticos, cuando intentan justificar el desastre más injustificable, hablan del empleo, palabra mágica que, creen, todo lo justifica. Y lo justificaría si se crease, pero el único empleo real es el que crean los ciudadanos, vía, sobre todo, los autónomos y las pequeñas y medianas empresas. El Estado no crea empleo, lo que crea es gasto, deuda e inflación, que pagamos, arruinándonos en muchos casos, los ciudadanos. El empleo lo crean las empresas y en Melilla ser empresario, y especialmente un empresario innovador y emprendedor, es una proeza casi imposible, inmersos en esta insoportable maraña burocrática.

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€