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Atril ciudadano

Una medalla compartida

El 23 de junio de este año, muy temprano mi compañero en las tareas de investigación sobre temas militares, Eduardo Sar Quintas me llamaba para comunicarme que me había sido concedida la Cruz al Mérito Militar con Distintivo Blanco. Al escuchar sus palabras rápidamente brotaron de mis ojos lágrimas de alegría y emoción. A la suya siguieron otras tantas de amigos, familiares e incluso de personas desconocidas para mí pero que, sabedoras de la noticia se congratulaban de ella. El pasado día 4. festividad de Santa Bárbara, Patrona del Arma de Artillería, tuve el honor de que el Excmo. Sr. Comandante General D. Fernando Gutiérrez y Díaz de Otazu me la impusiera, a la par que me dedicaba unas palabras de cariño, ánimo y agradecimiento por una labor que desde hace más de una década venimos realizado Eduardo y yo: rescatar de “un olvido involuntario” a miles de hombres que dieron su vida en la zona de Melilla durante las Campañas Militares. No es tarea fácil, pero sumamente gratificante, no solo por esta condecoración, a todas luces inmerecida desde mi parecer, sino por tener la oportunidad de conocer muchas historias, sus historias que estaban escondidas en los diarios oficiales, libros de registros de defunciones, registros civiles, etc., etc.

Ello nos está brindando también la ocasión de contactar directamente con familiares de algunos de ellos y esclarecernos datos que habría sido imposible hacerlo de otra manera.

El cementerio de la Purísima Concepción es un “Cementerio de Héroes”, de jóvenes y menos jóvenes que fueron altamente generosos con su Patria y con esta Ciudad. Personas que no dudaron ni un instante en ofrendar la propia vida en las yermas e inhóspitas tierras del Rif, muy lejos de sus pueblos, de sus casas, de sus familiares a los que dejaron sumidos en la más profunda tristeza cuando fueron conocedores del fatal desenlace que tuvo su hijo, esposo o hermano. Tampoco, en la mayoría de los casos pudieron recuperar sus restos, ni llorar o poner una flor sobre su tumba; muchos de ellos, a día de hoy, descansan en nuestro camposanto, otros con toda seguridad aún permanecen sepultados fuera de territorio español.

Cómo han sido tantas las felicitaciones recibidas a lo largo de estos días, quiero manifestar públicamente mi agradecimiento a todas aquellas personas que han tenido a bien hacerlo y con sus palabras contribuir a que esta concesión fuese aún más emotiva. Agradecer a la Comandancia General de Melilla el que un día del año 2005 considerase que tanto Eduardo como yo, éramos las personas idóneas para la realización de este trabajo.

Al Centro de Historia y Cultura Militar de Melilla, a todos y cada uno de sus miembros, quienes a pesar de no ser compañeros, en el sentido profesional, lo son por sus muestras de apoyo, cariño y afecto en todo aquello que realizo y por ser los precursores de esta iniciativa, por ser ellos quienes pensaron desde el primer momento que Isabel Mª Migallón Aguilar merecía ostentar “algo tan grande sobre su pecho”. También por las notas enviadas a los medios de comunicación para que se supiese la noticia; por unas palabras tan bonitas y llenas de sentimiento: “La grandeza de un pueblo se observa, entre otras múltiples causas, por las recompensas que los ciudadanos merecen y el Estado reconoce”.

Indudablemente al Instituto de Historia y Cultura Militar de Madrid receptor de la petición y enlace con el Ministerio de Defensa último órgano de esta cadena.

En octubre cuando el general director del mencionado Instituto. Enrique Vidal de Loño visitaba Melilla tuve la oportunidad de compartir con él unos minutos de charla en los que no solo me felicitó sino que agradeció también la labor realizada desde esta tierra para recordar a todos los compañeros fallecidos.

Muchas personas me han preguntado por qué me interesa tanto el tema militar, la respuesta es muy fácil. Desde niña he vivido ligada a él. Mi padre con su quehacer diario me enseñó a querer y respetar a sus compañeros de profesión, sin distinción de Unidad ni de graduación. Él, dejó atrás casa y familia para venir a Melilla en el año 1947 al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Alhucemas nº 5. Fue militar siempre, pero con mayúsculas, hasta el último día de su vida. Esto no se aprende, se vive y se siente. En este mes de celebraciones de Patronas, el sábado día 6 sus compañeros de Oficinas Militares se reunían en una comida para honrar a la Inmaculada Concepción. Mi madre, quién vive con mucha emoción también estos días, me decía que uno de los brindis realizados fue en mi honor, en el de la “hija de su compañero”.

No tengo pues nada más que palabras de agradecimiento para ellos y para todos los que han tenido a bien dedicarme unas notas escritas, o una llamada. Para Televisión Melilla, Cablemel y Onda Cero por darme la oportunidad de expresarme y contar cuanto estoy sintiendo en estos momentos. Quiero tener asimismo una mención especial a mi familia por su comprensión, por esas horas que no estoy junto a ellos y las dedico a investigar o escribir. Permítanme pues que esta Cruz la comparta con todos aquellos que murieron defendiendo unos ideales y una bandera, la Nuestra. Melilla no les olvida y yo tampoco, por eso quiero que esta sea una Medalla Compartida con todos y cada uno de ellos que la merecen mucho más que yo.

Para finalizar quiero dedicársela a mi padre al comandante de Oficinas Militares, Don Francisco Migallón Fernández que me enseñó a amar y a respetar al Ejército. Él que ocupa un lugar privilegiado en mi corazón se marchó un día de septiembre de 1998 dejándome un gran vacío por su ausencia pero tan llena de sus enseñanzas y de cariño que he intentado desde entonces equilibrar la balanza de mis sentimientos. Ahora solo espero poder seguir con esta “gran pasión” que me está dando tanto y que estas personas, más pronto que tarde, tengan el lugar que se merecen en la Historia Militar de España.
¡MUCHAS GRACIAS POR TANTAS MUESTRAS DE CARIÑO Y AFECTO!

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