Por María José Ramírez Berenguer
Eran las nueve de la noche y la Iglesia del Sagrado Corazón hervía de ganas, respeto y público ante la expectativa de escuchar uno de los mayores exponentes de la historia de la música, que a veces se entrelaza con la historia de la humanidad.
El Requiem de Mozart es una de esas obras para las que hay que estar preparado. Preparado para interpretarla, preparado para escucharla, preparado para rezarla y encajarla en oración.
Para la asociación Banda, Orquesta y Coro “Ciudad de Melilla” no existe el límite. Ellos nos están regalando una temporada –que aún no termina- con el orgullo de hacer sentir a los melillenses que Melilla es música con letras mayúsculas. Porque en esta ciudad es indiscutible que el trabajo de los músicos e intérpretes de la agrupación va más allá de un trabajo. Trabajar por la música es trabajar por la cultura, es sembrar el germen y que nunca se silencie un instrumento, es asegurarse con una escuela que dentro de veinte cinco años habrá banda, habrá orquesta y habrá coro, que nuestra ciudad jamás dejará de cantar y de sentir con cada nota todo eso que la música hace sentir al ser humano, eso que ninguna otra disciplina puede conseguir. Eso debió pensar el director Ángel Lasheras, cuando descubrió en Melilla una cuna, un diamante que hoy brilla por cuenta propia, por la música, por Melilla.
Un réquiem es un homenaje musical a alguien que ya no está. La escucha del Requiem de Mozart es un viaje de una magnitud emocional desbordante. Quién pudo tener la suerte de escucharlo en la nave central de la Iglesia del Sagrado Corazón en la noche de ayer se ha sobrecogió por la excelencia musical, el uso de timbres sombríos y la utilización de cromatismos muy acentuados con la inclusión de elementos barrocos, secciones polifónicas y fugadas, que casan a la perfección con el contenido de la obra, triste, emocionante, profunda…
Las voces del Coro “Ciudad de Melilla” acompañadas por una representación de compañeros de Granada pudieron dar ese color necesario, no brillante ni festivo, el color necesario para introducirnos en una pura introspección propia de un Requiem, de una música que nace del corazón de un genio y es interpretada por otros corazones. El coro “Ciudad de Melilla” lo dirige María del Carmen Gálvez.
Su coro…esa agrupación de personas que un día decidieron emprender la locura de cantar, de aprender a cantar por ella. Y ella…
Alguna vez habrán oído eso de que nadie sabe de las luchas que batallamos las personas cuando nos tenemos delante. También habrán oído la recomendación de mirar más allá de las apariencias. María del Carmen portaba sus ojos celestes como bandera de la emoción más profunda interpretando, algo que jamás podrá apartar de su existencia. En sus ojos se entremezclaba la pasión, la atención a su director, las miradas a su coro…y el brillo se reflejaba en las esmeraldas que llevaba puestas para la ocasión. El verde y el azul se convirtieron en el campo y el cielo de Alhama, en los recuerdos de la infancia, en tantos veranos al sol, en el cortijo y en la vuelta al lugar que la vio nacer desde donde ayer la escuchaba su madre y la escuchará por siempre. El Requiem de Mozart ya no era de Mozart anoche, fue su Requiem, el homenaje póstumo a “Mari” que nos dejó la semana pasada.
Tenemos suerte porque el coro es nuestro, la banda y la orquesta, los solistas, las ganas de todos y cada uno de ellos de ofrecernos a los melillenses la calidad de una gran obra musical en nuestra Melilla. Tenemos suerte porque MariCarmen es nuestra, nacida en Alhama y con su corazón transportado hasta allí en la noche de ayer, pero ella es nuestra.
Tenemos suerte porque Melilla es música y lo es gracias a ellos, a todos y cuantos forman la Asociación Banda, Orquesta y Coro “Ciudad de Melilla”, una familia con descendencia que aseguran la prosperidad de la cultura en nuestra ciudad.
