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El rincón de Aranda

Recordando a mi amigo D. Rafael en una “adopción” tardía

melillahoy.cibeles.net fotos 1793 Juan Aranda web

El 8.12.2002, día de las Conchitas escribía yo en la biblioteca municipal de mi barrio, donde suelo pasar mi tiempo de lectura y apuntes, junto a mi buen amigo D. Rafael, (Rafalito para los amigos), q.e.p.d.. En el jardín de una casa cercana, existía un panal donde laboraban cientos de abejas. Allí descubrí que a las abejas, si no las molestas, ellas te dejarán en paz; …

…pero no me digan ustedes que no entra un poco de jindama cuando ves a tu alrededor algunas de ellas, aguijón en ristre, pensando que le vas a hacer daño a su reina, como a mí me pasó en la cuesta del Nacional frente a Correos, donde luego se instaló la casa Kraemer, hace más de 60 años. Mi madre siempre decía que era la Cuesta del Kursaal, en vez del Nacional, que en la actualidad lo han vuelto a rebautizar. Aquél día fue para mí un renacer, porque me picaron el ciento y la madre, que las parió, creo yo, dejándome la cara y los brazos empedrados; y todo por trincar un poco de miel, a fuerza de meter un palito por uno de los agujeros que había en la pared. Bueno, volviendo a mis laboriosas vecinas de la biblioteca, resulta que a veces una de ellas, debió ser tonta la pobrecita, revoloteaba junto a mis palabras buscando alguna flor donde libar su esencia. Yo, un tanto bromista, la dejaba, sabiendo que le era imposible llevarse nada, porque solo había papel y tinta, que es lo que hay en una biblioteca. Se le veía muy laboriosa y curiosona, pero furiosa cuando me amenazaba con su estoque de defensa. Debió saber, quizás me olió, que soy un goloso empedernido y que su miel me encanta, y como decía mi abuela: “…Que estando dulces hasta los cagajones…”, y el polvillo de las flores que recogía en sus patas coloreaba mi cuartilla dándole el tono de un dibujo abstracto. Yo le puse el nombre de Margarita, como una niña que vivía en la calle Sagasta, muy cerca del cementerio; que la muy brujita, tenía la manía de llevar un alfiler y pinchar al niño que se metiera con ella. En Melilla hubo un tiempo que muchas niñas, mas bien zagalonas, les daba por hacer eso; ¡qué gracia, verdad!, y todo era porque llevaban bordado su nombre, Margarita, por ejemplo, en la blusa a la altura de una teta, y nosotros los niños desvergonzados, les decíamos que nos dijera el nombre de la otra. Margarita, mi amiguita la abeja, como si yo fuese amigo de toda la vida, a veces me traía a varias de sus hermanas para presentármelas. A una la llamé Sofía, que es la que más se acercaba a mi mano con insolencia; las demás, desconfiadas e indolentes, se largaban sin despedirse; yo les decía adiós con mi bolígrafo en posición vertical, mientras que el lector que estaba a mi lado, todo acojonado, se levantaba lentamente, y haciendo mutis por el foro se largaba sin decir ni pío.
“Tu has debido ser un niño muy amontonado de la risa”, me decía Rafalito. Pues sí que me amontonaba mucho, y aún me sigo amontonando como si tuviera diez o quince años; porque desgraciado sería si mi amontonamiento no fuese de alegría y de risa. Amontonarse, según mi amigo anciano-octogenario es reírse de todo y con todos, pero nunca de nadie. A mí me encantaba conversar con él y más cuando me decía cosas de Melilla en plan poético: “…Melilla es una ciudad que entreteje su alegría florida con fragantes herencias de siglos de gloria patria. Con un cielo azul entero, y sin nubes grises que lo empañen…”. Y a quién no, mi querido amigo. Este hombre fué un enamorado de nuestra ciudad, y yo como melillense, y porque tengo deseos de ser maestro de ceremonias, le “concedí” el grado de “Melillense Adoptivo”. Qué menos que a un señor, que sirvió a la Patria en nuestra ciudad hacía casi 80 años, como él decía, no se le imponga ese título. Aquél día yo le escribí en una cuartilla: “Mi querido D. Rafael, malacitano, educado en un colegio de curas, buen conversador, calvo que usa una amplia boina, muy limpio con olor a colonia cara, muy buena persona, amigo de Juan J. Aranda, melillense del Callejón del Aceitero, es adoptado por éste como hijo adoptivo del mismo Callejón, y también de las calles Castellón de la Plana, Duque de la Torre y adyacentes, como el Cementerio, que tanto le gustó en su etapa de cuando marcaba el “kaki”. ¡Ah!, también quedó nombrado alumno honorífico, con carácter retroactivo, de la banda de música (él le soplaba al fliscorno) de D. Julio Moreno, como del Colegio de Ataque Seco, hoy España; visitador y bañista del “Agarraero” en los Cortados, hoy desaparecido; de la “Piedrahogá”, también desaparecida; de los baños en la Ensenada de los Galápagos, antiguamente de Los Viejos; del arrastramiento de latas el domingo que resucita Jesucristo, de todas las carreras en bicicletas de piñón fijo alquiladas en el Rastro, espinillas dañadas incluidas, y muy particularmente, también con carácter retroactivo queda adoptado como amigo de todos los amigos de la infancia de este que te escribe, o sea, yo; y si algo se me ha olvidado, quedas también de ello adoptado”. Se lo firmé con la redondilla letra que me enseñó D. Felipe, maestro de la Academia Saavedra, y para presumir, se la rubriqué con trazos elegantones, como los virreyes de las Américas. Más no puedo hacer, Rafalito: te adopté retroactivamente desde mi niñez, ahora en nuestra vejez, (tú fuiste más viejo, lo siento) fuimos amigos de los de verdad, de los chachipiruli. Sé que te encantó, lo mismo que yo lo fui de Málaga adoptado por un compañero, Antonio López Yeto q.e.p.d. (otro guasón de uno de los corralones del Perchel), que me impuso “La Medalla Malacitana del Puro y Genuino Cachondeo”, la cual acaricio cada vez que le hago una réplica a un sinlachón-camaleón.

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