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Ostreros: Paseos otoñales por la orilla

Por Manuel Tapia, miembro de la Sociedad de Estudios Biológicos Iberoafricanos y responsable del área de conservación de la naturaleza de Guelaya-Ecologistas en Acción Melilla

Un gran limícola

Una de las aves más elegantes que se pueden ver en la orilla de nuestras playas durante el paso migratorio postnupcial es el ostrero euroasiático (Haematopus ostralegus). No inverna aquí, sólo descansa un tiempo y repone fuerzas en playas y humedales de nuestro entorno después de cruzar el estrecho, en las pocas semanas de otoño y primavera que aprovechan las aves migratorias para efectuar sus desplazamientos hacia el norte o el sur según la estación. El ostrero es un ave limícola, una de las más grandes. Como su propio nombre indica, se alimenta principalmente de moluscos costeros, como lapas y ostras, rompiéndoles el caparazón con su potente pico. No desdeña ningún tipo de invertebrado acuícola, por lo que podemos ver al ostrero en casi todos los hábitats costeros, ya sean rompientes rocosas, playas, bajíos, lagunas litorales e incluso en las orillas de humedales situados más al interior y los campos de cultivo que los rodean.

Comiendo en solitario, descansando en grupo

Es fácil verlos, siempre durante los pasos migratorios, en las recónditas calas que se forman bajo los acantilados de Tres Forcas, siempre en solitario o en parejas. También podemos verlos con facilidad en la Mar Chica, en grupos más nutridos, descansando en los islotes arenosos que asoman cerca de la orilla de la laguna interior cuando hay bajamar. No suelen mostrar un comportamiento alimentario mientras se encuentran agrupados en estos islotes; parece que para alimentarse hacen incursiones en solitario o en pequeños grupos a la orilla de la barra de arena que da al mar abierto, donde les es más fácil encontrar sus presas.

Plumaje de alarma y amenazas actuales

Cuando se sienten amenazadas y echan a volar muestran unas llamativas bandas blancas en su plumaje, una característica que comparten con otras aves de hábitos costeros, como vuelvepiedras o correlimos; es un mecanismo de defensa que sirve para avisar a sus congéneres del peligro. Por desgracia, este mecanismo evolutivo de supervivencia sirve de muy poco para las amenazas actuales de esta especie. Es ya difícil que sean atacadas por los predadores que las acechaban antaño en las playas, y la causa de que ya no se vean en muchas de ellas es la degradación ambiental que sufren los hábitats costeros en general, siendo esta degradación especialmente grave en las costas mediterráneas. En las últimas décadas el litoral mediterráneo ha sido urbanizado de forma descontrolada, y las pocas playas que han escapado del ladrillo sufren los efectos de la contaminación ambiental procedente de las urbes costeras cada vez más pobladas. No existe ninguna playa que escape a la presencia de fragmentos de redes o hilos de nylon, residuos mortales para las aves limícolas, pues se enredan en sus picos y patas cuando se alimentan.

Amenazas locales

Los ostreros son aves tímidas que no soportan bien la presencia humana en las playas. Huyen al menor intento de aproximación, por lo que sólo en las playas menos transitadas pueden descansar y alimentarse con normalidad. Normalmente durante algunas semanas de otoño y primavera se suelen ver ostreros en las playas de Melilla, casi siempre cerca de la desembocadura del río de Oro, y a tempranas horas de la mañana, cuando aún no hay nadie paseando por la orilla. Algunas de estas aves no podrán continuar el viaje hasta sus lugares de invernada; la gran cantidad de sedales y anzuelos abandonados en la orilla ocasionan no pocos problemas a los usuarios de nuestras playas, pero para los ostreros pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Los sedales de nylon y los anzuelos se enredan y clavan con facilidad en las patas de los ostreros y otras aves mientras recorren la orilla. En el caso de los ostreros, una incidencia de este tipo supondrá una merma de sus facultades justo cuando más las necesitan, en el momento de la migración. Algunas de estas aves, heridas o con movimientos limitados, se quedarán en nuestra costa, sin más posibilidad que realizar vuelos cortos hasta terminar muriendo por inanición.

Queda mucho por recorrer hasta que comprendamos nuestra responsabilidad para con las aves que transitan por nuestro territorio en sus migraciones. Actitudes incívicas como los sedales abandonados en las playas no hacen sino demostrar lo largo que será ese camino.

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Redacción

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