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Naturalizar las ciudades significa volver a abrirlas

José Vicente Cobo – Portavoz del Movimiento en Defensa del Arbolado de Melilla

A pesar de que al hablar de los ríos o de sus cauces solemos utilizar el término renaturalizar, en el caso de las ciudades es más apropiado usar el termino naturalizar, puesto que echando la vista atrás comprobaremos que las ciudades nunca han sido naturales del todo, es más, en su crecimiento desmedido lo que sí se consiguió con mucha eficacia fue arrasar con la vida que existía de forma natural, es decir con fincas, terrenos silvestres y campos colindantes; siempre se trató de un crecimiento sin apenas control donde lo natural no tenía valor. Echando la vista atrás se puede comprobar como las ciudades crecieron bajo una especie de agresividad desnaturalizada contra la naturaleza, la mayoría de las veces alentada únicamente por los incontables beneficios económicos que reporta la construcción.

En el caso de Melilla el crecimiento también fue descontrolado básicamente porque surgieron barrios ilegales donde no estaba previsto que los hubiera. Y aunque contamos con poco terreno al final el crecimiento urbanístico propiamente dicho ha sido tan salvaje como en el resto de ciudades de nuestro país. Y sí, las ciudades deben crecer, pero con toda seguridad se podría haber hecho de otra forma, de una forma más amable con el medio ambiente, de lo cual nos estaríamos alegrando ahora en vez de tener que buscar soluciones inminentes para devolver a esos espacios ganados al campo de forma abusiva un mínimo de lo que fue, un mínimo de vida.

Las ciudades se han convertido en lugares duros para la vida. El término “ciudades duras” se ha puesto de moda, al igual que terminará poniéndose de moda la expresión “barrios duros”, terminología que se entiende mejor con ejemplos concretos: no es lo mismo Cabrerizas que El Real, uno sería un barrio duro, el otro un barrio amable. Y la diferencia radica sobre todo en la cantidad de árboles que hay en uno, y la escasez que hay en el otro. Y es que los árboles al final terminan creando paseos, bulevares, parques y zonas de recreo, lo que además y por si fuera poco revaloriza el barrio, es decir los hacen más interesantes para el inversor al ser lugares más agradables donde vivir.

En los pasados años las ciudades se construyeron para los coches, diseñando ciudades con sus propios circuitos, pistas rápidas o lentas y parking al aire libre, y eso nos parecía lo normal, es más, se ha normalizado hasta tal punto que cuando los ecologistas hablamos de naturalizar las ciudades ni se entiende ni se comparte ¡hasta ese punto han llegado las secuelas de la falta de conciencia medioambiental del pasado!, de hecho muchos se extrañan cuando les decimos que las ciudades son lugares donde vivir las personas, no los coches. Por eso toca tomarse muy en serio el instruir, informar y reeducar en relación a este importantísimo asunto, puesto que no se puede realizar un cambio real y completo mientras las personas no entiendan por qué motivo se cambia.

Necesitamos zonas verdes, árboles, jardines, parques y zonas de tierra para frenar las altas temperaturas que azotarán nuestro país en las próximas décadas, y esto no es ninguna broma, pues estamos hablando de aproximadamente 12 grados o más de diferencia entre el asfalto y un jardín. Y vivir con 12 grados menos en pleno verano puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, y esto no solo para las personas, también para la fauna que habita nuestras ciudades.

La propuesta de naturalizar las ciudades pasa ineludiblemente por volver a abrirlas. Y esto que puede sonar a desvarío será la única solución para empezar a que nuestras ciudades sean realmente más habitables. Y sé que más de uno pensará que exagero muchísimo al afirmar que las ciudades se tienen que volver a abrir, pero es que el verbo es el adecuado, es literal, y no hay otra solución a medio o corto plazo. Las ciudades se tienen que levantar pero no para volver a hormigonarlas o asfaltarlas, sino para dejarlas abiertas y que la vida vuelva a ocupar el lugar que le corresponde. Entre otras cosas las ciudades deben dejar de ser impermeables para convertirse en esponjas que puedan absorber el agua de lluvia sin que termine en tragedia cada pequeña inundación.

Ni que decir tiene que todo este proceso de reabrir las ciudades debe ir acompañado de una inclusión total de plantas autóctonas que necesitan poco riego para subsistir por sí mismas. Además de sustituir el césped por otro tipo de ajardinamiento verde muchísimo menos caro de mantener, lo cual existe y además con resultados económicos y sostenibles. En este punto me gustaría recordar que algunos estudios realizados en ciudades como Madrid llegaron a la conclusión que el derroche de agua en verano no lo causan las piscinas, sino el césped que se suele plantar en torno a estas. 

Qué duda cabe que a la hora de elegir las diferentes especies que habitarán los nuevos parques o zonas ajardinadas la planificación será de suma importancia, puesto que se presupone que ya hemos aprendido primero sobre biodiversidad y segundo que no todas las especies combinan bien entre sí, lo que en Melilla costó un alto precio cuando se perdió el magnífico drago del Parque Hernández regado hasta la pudrición para mantener verde el césped a su alrededor: el agua que daba vida a uno mató al otro.

Es hora de abrir las ciudades, es más ya vamos tarde, lo que nos obliga ahora a ir muy deprisa. Y es que la naturaleza debe volver a recuperar su lugar y el hormigón, el cemento y el asfalto deben dar varios pasos atrás. Y esto al final solo generará múltiples beneficios para las personas. De hecho ya se conocen diferentes y reconocidos estudios que confirman que las personas son mucho más felices y sanas cuando viven cerca de un parque, un jardín o una zona verde, en definitiva cerca de la naturaleza.

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Redacción

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