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Carta del Editor

Melilla, una ciudad económicamente comunista

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Sin libertad económica, no hay libertad, y sin libertad no hay democracia que valga. Esta es, en términos generales, la situación de Melilla, una ciudad gobernada por el centro-derecha con una política económica real de tipo comunista, una economía en la que prácticamente todo es público o depende de lo público, una economía -y una ciudad- burocratizada hasta la náusea Como dijera el norteamericano Brian Riedl, uno de los más destacados analistas presupuestarios de la conservadora Heritage Foundation, "la revolución conservadora radical es el sueño de los conservadores que no gobiernan, pero no la práctica de los conservadores que gobiernan". El primer sueño es el de Hayek y los hayekianos, el del gobierno de reducidas dimensiones, curiosamente el de los políticos innovadores. El segundo es el de los políticos burócratas con una visión muy limitada, basada en ¿cómo podemos conservar el poder político?, la visión de los políticos de la vieja escuela.

El gran debate de la economía mundial es el que protagonizaron Keynes y Hayek. Fue "el choque que definió la economía moderna", según lo denominó Nicholas Washott en su magnífico libro "Keynes vs Hayek". Al final de su libro Washott se pregunta quién ganó el debate y, para contestar la pregunta, deja hablar a Milton Friedman: el debate intelectual lo ganó Hayek y la opinión intelectual del mundo hoy es mucho menos favorable a la planificación y el control central que en 1947, pero no está claro quién ganó el debate práctico, porque el mundo hoy es más socialista que en 1947, el gasto del gobierno de prácticamente todos los países occidentales es más alto hoy que en 1947 y la regulación de las empresas por el gobierno también es mayor. Friedman creía que lo que Keynes había legado a la economía técnica es muy positivo, pero que su legado político era muy negativo, porque "ha contribuido considerablemente a la proliferación de gobiernos demasiado grandes cada vez más interesados en controlar la vida diaria de los ciudadanos".

A modo de ejemplo práctico, sirva el del presidente norteamericano Donald Reagan, el que logró la mayor tasa de desarrrollo y el menor porcentaje de paro de los EEUU. Reagan, basándose en su experiencia anterior a la presidencia, concluyó, muy acertadamente -como después demostró- que los altos impuestos no servían para nada más que para impulsar un sistema de derroche y dependencia, que es lo que desean -aunque digan lo contrario- la mayoría de los políticos que gobiernan.

Y también a modo de ejemplo, pero de signo contrario, sirve lo que pasa en Melilla, una ciudad gobernada por el PP, un partido liberal, conservador, de centro derecha, un partido que, por definición, presunta convicción y programas electorales publicados, debería seguir la línea de Hayek, o sea, gobiernos pequeños, mínimo control en la vida diaria de los ciudadanos, mínima burocracia, máximo apoyo a la iniciativa privada, mínima intervención pública. Pero la realidad melillense es exactamente la contraria. El gobierno no es que sea grande para el tamaño de la ciudad, es que es monstruosamente enorme, absolutamente desproporcionado. El control sobre la vida de los ciudadanos es casi total y algo así como el 90% de los melillenses aspira, por encima de cualquier otra cosa, a un enchufe en la administración o en alguno de sus numerosos aledaños. La burocracia es aún más monstruosamente enorme que el gobierno, es algo que, en su monstruosidad, resulta casi imposible de describir y que, si se logra contarlo, resulta imposible de creer. El apoyo a la iniciativa privada es enano comparado con la multitud de pegas que padece en nuestra ciudad cualquier emprendedor, cualquiera que pretenda desarrollar una iniciativa empresarial grande, mediana o pequeña. La intervención pública es tan grande como angustiosa, agravada por la inmensa crisis de impagos que ha irradiado desde la Consejería de Hacienda, con una Intervención, un interventor y equipo próximo, que debe haber batido todos los records de parálisis y daños en la vida económica de los ciudadanos melillenses.

Sin libertad económica, no hay libertad, y sin libertad no hay democracia que valga. Esta es, en términos generales, la situación de Melilla, una ciudad gobernada por el centro-derecha con una política económica real de tipo comunista, una economía en la que prácticamente todo es público o depende de lo público, una economía -y una ciudad- burocratizada hasta la náusea. O se pone de una vez remedio a eso, o se afrontan una serie de cambios profundos, de privatizaciones inmediatas, de libertad económica e imprescindible, o Melilla no tendrá solución presente ni futuro alguno. Lamento tener que decirlo, pero así lo veo y, mucho me temo, así será.

Los últimos acontecimientos de estos días permiten atisbar -excluyendo lo inexcusable que pasó en La Cañada, una zona de Melilla sin control y sin desarrollo, una muestra más de que no se emplean bien los recursos públicos- sólo atisbar, un soplo de esperanza. Que Esther Donoso se haga cargo de la Consejería de Hacienda, además de Empleo, hace pensar que el área donde se han acumulado los mayores problemas de Melilla -dejando aparte los que originó el capitán al que increíble e injustamente defiende el actual y simplonamente corporativista coronel de la Guardia Civil, que, efectivamente, sí va a tener quién le escriba, pero no para bien, como yo pensaba antes- puede empezar a cambiar. Esperanza que se ve alimentada por el hecho, previsto para el próximo lunes, de que el actual Interventor accidental será sustituido por otro, que jamás, por mucho que se empeñase, podría llegar a hacerlo tan mal y tan dañinamente como, desgraciadamente, lo ha hecho el todavía actual Interventor. Es una sustitución que se produce muy tarde, pero, en fin, más vale tarde que nunca.

Otro soplo de esperanza, aunque a primera vista pueda parecer lo contrario: la enorme crisis del PSOE, un partido que, tal y como va y como oía yo en una radio, iba camino de reducir sus votantes al mismo número que sus militantes, 140.000. El PSOE se ha quitado un gran peso de encima con la dimisión, ayer por la tarde, del nefasto Pedro Sánchez, porque, tal y como iba, se encaminaba, de derrota en derrota, a la extincion final, pero un partido, como cualquier otro tipo de organización que base su ideología en el odio, en este caso al PP, es un partido muerto. El PSOE o cambia radicalmente o, como le ocurrió a Alianza Popular, sólo tendrá la posibilidad de desaparecer o refundarse, con una ideología moderna, muy diferente de la del nefasto Pedro Sánchez (el ídolo de Gloria Rojas) y de la de los populistas de Podemos.

Posdata. Fue un placer recorrer de nuevo El Pueblo guiados por una guía tan excepcionalmente bueno, tan enamorado de su trabajo como Jesús Sáez. Lo que se ha hecho en El Pueblo es enormemente valioso y con guías como Jesús se aprecia muy bien tal valía. Desde luego a nuestra Melilla la Vieja se le podría sacar más provecho turístico y ciudadano, pero en este caso topamos, como en otros muchos más, con la burocracia y el inmovilismo, con la exasperante lentitud y la visión política cortoplacista, orientada más a conseguir votos cautivos que a solucionar problemas ciudadanos y aprovechar las posibilidades de desarrollo.

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