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Melilla en el espejo de Palestina; ‘Santiago’ cabalga

Foto para ilustrar el artículo de ABDELKADER

Por Abdelkader Mohamed Alí

 

El drama desgarrador que está originando el genocidio en la Franja de Gaza ejecutado con firme minuciosidad desde el terrorismo de estado de Israel y que el mundo, supuestamente ‘civilizado’ (democrático), ha venido observando con manifiesta complicidad, probablemente marcará un antes y un después. Aunque bien es verdad, como ya advirtiera Freud: “la civilización engendra por sí misma la anti-civilización y, además, la refuerza de modo creciente”. Es decir, la civilización lejos de anular la barbarie, la perfecciona. Al asesinato en masa con bombardeos indiscriminados, se suma la ejecución por hambruna. Todo un hito de la modernidad más puntera. En todo caso, ya nada podrá ser igual. El sistema se ha revelado en su crudeza, en su faz auténtica, sin filtros, a pesar de todos los esfuerzos de manipulación mediática y de más de un centenar de periodistas asesinados sobre el terreno en Gaza. Hoy día la ‘verdad’ de los hechos ya no depende de los llamados medios de ‘comunicación’ tradicionales. Con un dispositivo telefónico se puede aunar narrativa e imagen que se difunde simultáneamente conforme se desangran los martirizados. Occidente y sus voceros habrían preferido ocultar este moderno genocidio cuya sombra funesta perseguirá largo tiempo. Y la credibilidad de sus fundamentos supuestamente humanistas han quedado gravemente comprometidos. Quizás finiquitados.

Pero está visto y comprobado que la gravedad de los hechos no afecta a todos por igual ni moviliza en los mismos términos aquí o allí. En Melilla las movilizaciones de solidaridad con la causa Palestina y contra el genocidio en Gaza más allá de la comunidad musulmana, apenas ha interesado a otros sectores de la población, especialmente a la otrora mayoritaria. Salvo aisladas y, sin duda, muy honrosas excepciones. Las imágenes recientes, en el pleno de la Ciudad Autónoma de Melilla en el que el grupo más importante de la oposición aprovechó su tiempo para dedicar un minuto de silencio por los asesinados en Gaza y que no encontró la comprensión humana del grupo mayoritario, el Partido Popular, ilustra nítidamente la polarización emocional, también sociopolítica de Melilla. La balbuciente intervención de Juan José Imbroda, quebrantando torpemente el minuto de silencio, pone de manifiesto el abismo que separa a este desfasado profesional de la política y el sentir de la ciudadanía mayoritaria. La guerra de Ucrania, muy lejos de haber padecido nada similar al genocidio de Gaza, si mereció toda la solidaridad del Sr. Imbroda. Este agravio comparativo alinea su intencionalidad del lado de los verdugos. Así lo ha interpretado la ciudadanía y así lo recordaremos en este tramo final de su vida política.

Los prejuicios étnicos, cultural, religioso y de índole estética, lejos de atenuarse con el paso de los años, ha experimentado una progresión tan evidente como preocupante. Estos prejuicios adquieren toda la naturalidad en el exterior como válvula de escape. El desahogo contra el moro allende las fronteras visibiliza lo que aquí se solapa. En nuestro terreno tenemos a Vox que canaliza las ínfulas de casa y el PP compitiendo con actitudes medidas, siempre abstractas en el mejor de los casos. Incluso aquellos ilustrados de antaño que nos ‘encandilaban’ al teorizar sobre las bondades de la “convivencia” han agotado el discurso asumiendo una discreta militancia rupturista. Aun así, se siguen cuidando las apariencias, envolviendo el contexto en chispeante papel de celofán. Pero vivir indefinidamente en la simulación, es imposible. Por muy ‘sutiles’ que sean los prejuicios raciales de hoy día, su manifestación es inequívoca. Todos lo sabemos: blancos, cobrizos y mulatos, aunque seguidamente haya que pronunciar la palabra ‘convivencia’, el mantra que todos hemos memorizado y que nos presenta políticamente (in) ‘correctos’.

Sin embargo las coincidencias locales con la posición oficial Europea y de Occidente en general, no es fruto de ningún genio reflexivo, en puridad se corresponde con la propia naturaleza histórica de ‘adelantados’ para determinadas inercias africanas. A Occidente, especialmente a Europa, la historia la demandará por realinearse con lo más oscuro de su historia dinamitando todos sus postulados y de ese pretendido humanismo que ahora se constata (ya lo sabíamos) ser sólo para blancos oriundos. Pero las consecuencias para esta Melilla en ciernes son más bien de un inevitable ahondamiento en el repliegue. Quien no perciba esta empecinada realidad, habita en la virtualidad propagandística. Todo está cogido con alfileres, al mínimo amago, el chiringuito se tambalea. Así que cada cual en su casa y Dios en la de todos. Pero seguiremos con el señuelo discursivo (insustancial verborrea) de la “convivencia”. Incluso quienes hemos defendido hasta la extenuación el proyecto de la interculturalidad, nos invade un plomizo sentimiento de duda. ¿Puede llegar a ser real esa recurrente ‘convivencia’?, ¿tiene viabilidad objetiva en nuestro contexto? En Melilla la credibilidad insiste ser un proyecto siempre demorado, pendiente de actuación.

 

‘Santiago’ Matamoros en Rusadir

Sin embargo a cada paso progresivo hacia ese proyecto de futuro le sucede una veloz carrera en sentido inverso. Hay quienes ya no se esmeran en cuidar las apariencias. Lanzar la sospecha sobre toda una comunidad musulmana, española y melillense, –a la que siempre se le atribuye la condición de ‘nacionalizado’, es decir, documentalmente españoles, pero el título en sí mismo no termina de otorgar la gracia de esencialidad española–, sin recurrir, tantas veces, a la ascendencia de la que se es original. La “ascendencia marroquí”, según parece, otorga una pátina de apestado que determina ya una suerte indefinida. Una condición que marca de por vida, in eternis, a toda una comunidad por razones evidentes, allá que pasen tropecientas generaciones. Siempre habrá argumentos falaces que soliviantará a la otra parte que inevitablemente pierde preeminencia y precisa de argumentos que justifiquen el espíritu supremacista.

Alguien recientemente, desde instancias institucionales del Partido Popular de Melilla, afirmaba en rueda de prensa que la acusación de “racismo” en Melilla se había convertido en “manido discurso”. Esta afirmación adquiere mayor relieve cuando la persona que la pronuncia con vehemencia es, precisamente, musulmana. Pero nunca sorprende la actitud escorada del converso, siempre presto a ser el más papista, urbi et orbi. Sin embargo, decía Ramón Grosfoguel, profesor del departamento de Estudios Étnicos de la Universidad de Berkeley en California en una conferencia pronunciada en Granada hace unos años (14.05.2017): “hay dos cosas del racismo que a mi me parece fundamentales, la primera es que racismo no es solamente prejuicio y estereotipo, racismo es también y sobre todo, y es lo más importante, es el racismo institucional y estructural.”

Tanto nos gustaría hablar de un nosotros, abarcador en su conjunto. Una unidad en lo común y enriquecedor en las particularidades. Casi cuarenta años después de aquellas movilizaciones de la comunidad musulmana de Melilla de los años ochenta para alcanzar por derecho ser españoles, la asimetría de los afectos sigue imponiendo una dualidad diferenciadora. Se impone construir una política decolonial, inventar una dignidad común, y alcanzar un consenso contrario a los prejuicios si de verdad compartimos esperanzas. Educar a las nuevas generaciones en otro discurso inclusivo, creíble, y huir de poses partidistas meramente electoralistas.

Cerramos el círculo de esta reflexión en el punto inicial de arranque centrados en el reto de civilización con que abríamos este artículo trayendo a colación las palabras del gran Aimé Césaire extraídas de sus obras más conocida, “Discurso sobre el colonialismo” (1955), quien afirma “Una civilización que le hace trampas a sus principios, es una civilización moribunda”. Ojalá alcancemos hacer creíble el optimismo que nos inspire un mínimo de confianza. No es fácil, ver lo que está delante de nuestros ojos requiere de esfuerzos continuados.

 

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