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La columna de Salido

Los Wasaps nos invaden

Hay muchas cosas que se apoderan de mis nervios, y además ahora con eso de tantos grupos de WhatsApp en mi teléfono móvil es una de las que más. ¿Quién idearía este maldito invento del demonio? Y lo que es más desconcertante aún, ¿Con qué mezquino propósito? Seguro que fue por despecho. Algo tan tremendamente perverso sólo puede atender a tales intenciones. Del trabajo, de la asociación de vecinos, del gimnasio, de los amigos del pueblo, de los colegas pensionistas del almuerzo semanal, de la familia y los habituales y circunstanciales de la boda del amigo, del hijo/a, de las despedidas de soltera/o, etc. Solo me faltaría la del grupo de bancos a los que “debo dinero con muchos intereses y me querrían desahuciar”…Yo me pregunto, o más bien nos preguntará la gente joven de ahora, cómo organizábamos las cosas hace años o muchos años sin grupos, ni WhatsApp, ni listas de envío genéricas, por ejemplo.

Si además de esto sumamos que cada uno tiene sus ritmos, sus tiempos y sus horarios y que difícilmente éstos coinciden con los de los demás, los grupos se convierten en el mayor generador de estrés de nuestro siglo. ¿No os irrita mirar vuestro teléfono móvil encima de la mesa del despacho, del banco de trabajo, en el bolsillo de la camisa o chaqueta, en el sillón al ver nuestra serie preferida o ya encamado por la noche, también en la mesa de la cocina, en el baño al hacer nuestras necesidades, “esto es para cagarse”. Todo ello mientras la pantalla se va encendiendo con el “tiqui-tic, tiqui-tic, pi pi pi detrás de otros” correspondiente a la llegada de cada uno de esos mensajes nuevos. Y el caso es que la mayoría de ellos son contestaciones de otros, con su “jejejé, jajajá, sí, no, gracias guapa/o, etc. etc”. Ahí la vida y el aparatito tan pesado, pone a prueba nuestro autocontrol y a muchos nos llevan los demonios, pero ahí seguimos. Hiciste muy bien Juan: primero decidiste abrirte al Wasap, pero, a los pocos días, unos quince más o menos, seguramente entre unos y otros te pusimos el “tarro” y la vista a reventar, así que después, seguramente otros y yo recibimos ese “último sms” donde nos decías que hasta ahí habías llegado y volviste a lo tradicional, nada de wasap.

En ocasiones, cuando definitivamente puedes consultar el grupo tal o cual, te encuentras con cientos de comentarios que leer y que, con el objetivo de ahorrar tiempo, reduces a los más inmediatos sin enterarte prácticamente de nada. Y claro, preguntas. ¿Qué ha pasado que no me entero de nada? Con lo que vuelven las decenas de mensajes para explicar nuevamente lo que apenas unas líneas más arriba ya ha sido expuesto. Nuestros envíos de fotos, vídeos, chistes, gente con poca ropa o nada y el “toma que dale”. Todo una pasada, muy cansino y pesado, pero ahí seguimos. Cuando cojo el autobús o el Tran en Castellón (un servicio público de transporte más parecido a autobús que a tranvía, el cuál circula mitad por catenaria y algunos tramos sin ser eléctrico. Ahí en ese momento de relax, si somos 50 los pasajeros, 45 con el móvil y el dedito juguetón. La juventud que lo coge mucho para ir a la universidad especialmente (el Tran) todos con su móvil y escriben a dos manos cual teclado de ordenador (bueno todo sin correcciones ninguna cual mensaje a descifrar de la KGB). Los he visto hasta en bici manejándolo y es que nos pasamos un montón, incluso, hay quien dice que no podría vivir sin el “aparatito”.

Resumiendo y acabando, éste se ha convertido en una auténtica adición en el que muchas veces decimos lo que a la cara quizás no nos atrevemos a contar. Recuerdo que en otro escrito comenté un sms que me llegó, si no recuerdo mal referido a alguien al que se le había olvidado el “dichoso aparato” en casa, se hacía cruces por el tremendo olvido y se preguntaba ¿Qué iba a ser de su vida todo ese tiempo?…Tremendo. Pues sí queridos jóvenes de ahora, antes, hace ya muchos años nos apañábamos y bien sin el móvil y, hasta sin teléfono…existía “el telegrama” y ¡Menudo susto! Cuando recibíamos alguno sin haber leído aún su contenido.

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