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Las relaciones entre la oferta educativa y las oportunidades de empleo

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La educación: nuevos objetivos ante la vida activa en la sociedad futura (III)
El reconocimiento internacional del derecho a la igualdad de oportunidades en materia de educación como derecho fundamental del hombre y la valoración, a lo largo de las últimas décadas, de que las inversiones en educación son finalmente las más rentables social y económicamente fueron los grandes acicates de la rápida expansión de los sistemas educativos en todo el mundo, particularmente en los años sesenta.

A ello contribuyó muy eficazmente la planificación integral de la educación que se implantó a partir de mediados los años cincuenta. Pese a que la planificación educativa insistió generalmente en la primacía de la calidad de la educación y en la eficaz gestión del sistema educativo y de sus recursos, los ingentes déficits escolares existentes por aquellos años en todos los niveles y la demanda social altamente motivada obligaron en muchos casos a una respuesta rápida de justicia distributiva que no siempre permitía tomar las medidas deseables para garantizar en todos los aspectos la calidad necesaria. Sin embargo, sería injusto no reconocer que, pese a muchas y aun grandes lagunas en contenidos, métodos y medios, se dio generalmente también un gran salto de calidad en términos comparativos con la situación general de la educación en el pasado, además de las excepcionales iniciativas y experiencias dirigidas por algunos notorios pedagogos e instituciones de excelencia. Precisamente a causa de la preocupación en favor de sistemas educativos más eficaces y adecuados, frente a una contestación universitaria en la que se mezclaban reívlndícaciones políticas y académicas, se produjeron a finales de los años sesenta en algunos países reformas educativas de gran alcance y aliento en las que se propugnó la educación global y permanente.

Eran aquellos años de gran crecimiento económico durante los que nadie planteaba aún los «límites» o los «desafíos» del crecimiento, dando por supuesto el pleno empleo de la oferta educativa ante las oportunidades que ofrecían el mercado de trabajo interior o el exterior. Aun así se reconocían y se procuraban resolver algunas inadecuaciones de las estructuras, de los contenidos y de los métodos y medios de enseñanza para lograr una incorporación más fácil y eficaz de los graduados a la actividad profesional.

Por ejemplo, la reforma educativa española adoptada en 1970 introdujo, entre otras cosas y en línea con los principios de la educación permanente, una especial valoración de la formación equilibrada en ciencias y letras, junto con una iniciación a las tecnologías en los distintos niveles educativos, dando prioridad absoluta a la formación general en el nivel básico, de bachillerato y de un primer ciclo de educación superior que permitiera una posterior formación profesional específica acelerada en una técnica concreta, además de las reconversiones profesionales ulteriores necesarias, convencidos del mayor rendimiento cultural, social y económico de una fórmula flexible de este tipo, tanto más cuanto las previsiones precisas de demanda de personal especializado son cada vez menos fiables.

Las nuevas realidades, en particular las económicas y tecnológicas, han venido a reforzar estos planteamientos sobre todo ante la fuerte tendencia a pasar del trabajo manual al intelectual, de la profesión vitalicia al cada vez más frecuente cambio de profesión, de la actividad repetitiva a la combinatoria y a la creatividad, y de las actividades de producción industrial a las de comunicaciones y servicios. Sin embargo, además de estas tendencias ha venido a ponerse dramáticamente de relieve la necesidad de revisar la estructura tradicional de los sistemas educativos formales y de incluir con la mayor consideración las enseñanzas no formales más diversas, además de actualizar los contenidos de la enseñanza que no pueden limitarse a la transmisión del conocimiento, propio de un sistema de "mantenimiento», sino que tiene que ser complementado por un planteamiento «anticipatorio» que familiarice a los alumnos y profesores de los diversos niveles de enseñanza con la problemática mundial, la tecnología más avanzada y los métodos de gestión de la sociedad moderna.

Esto se refiere, por ejemplo, a la incorporación precoz del aprendizaje de las herramientas de trabajo de uso corriente, especialmente la informática y las lenguas extranjeras, así como el dominio de los procesos de solución de problemas (problemsolving) o el adiestramiento para la mejor gestión de los asuntos personales (finanzas, familia, salud, ocio, etc.). Como quiera que las oportunidades de empleo han mermado considerablemente, la oferta educativa tradicional ha sido sometida a escrutinio y así se han puesto dramáticamente de manifiesto los considerables problemas de rentabilidad de los sistemas educativos (accountability), incluidas las pruebas académicas, de madurez y de selectividad que han puesto a veces en entredicho hasta los principios de evaluación continua, confundiendo su verdadera naturaleza y alcance.

El tema central y más candente de esta legítima dialéctica es el de la calidad de la educación y su adecuación a las necesidades de hoy y del mañana. Conviene subrayar la dificultad de establecer criterios objetivos para medir algunos aspectos importantes de la calidad educativa en cuanto hay un sujeto que aprende (el alumno) y otro que enseña (el profesor), ya que en esa interacción también intervienen significativamente el entorno (la ciudad educativa y la institución educativa que debe ser evaluada), así como los medios (métodos de enseñanza, textos, libros de consulta, equipamiento). Por otra parte, la administración educativa, sobre todo la de un país, por muy buenas leyes o normas que imparta, nunca puede llegar a influir directa y eficazmente en las aulas donde se realiza realmente el acto educativo, y menos aún en la relación del aprendizaje profesor-alumno que tiene que ver con los mecanismos últimos y unipersonales del aprendizaje individual. En esa realidad íntima y decisiva, la labor insustituible es la del profesor con verdadero conocimiento, formación y vocación, y la garantía real es la existencia de una verdadera escuela o institución educativa en búsqueda de una educación de excelencia. En ese sentido, toda verdadera educación debe ser elitista, ayudando a todos a tratar de lograr los más altos niveles de conocimiento y la más exquisita formación, y cada centro debería ser experimental, estar ligado a una red de investigación, y procurar la excelencia en sus enseñanzas. En la práctica, sin embargo, eso se da en contados casos y requiere medios humanos y materiales excepcionales, pero sobre todo verdaderos maestros.

De cara a la futura sociedad, las relaciones entre la oferta educativa y las oportunidades de empleo parece ser que vendrán marcadas, por una parte, por las nuevas tecnologías que van abriendo nuevos horizontes y modalidades, junto con un sinfín de nuevas actividades subsidiarias de las mismas, sin olvidar que, pese a las atractivas visiones de la «tercera ola », ninguna sociedad (de subsistencia, agropecuaria, o industrial) ha venido hasta la fecha a sustituir totalmente a la anterior, sino que coexisten, en forma acumulativa, en una proporción muy significativa. A la sociedad de la información, de la comunicación o del conocimiento, probablemente le ocurrirá lo mismo, pero además es muy probable que provoque una sociedad de servicios personales, producto de los nuevos valores y hábitos de vida que requieren nuevas soluciones de convivencia. En ese sentido es previsible una gran demanda de servicios de carácter social para la atención de los ancianos desvalidos, en ausencia de las familias extensas del pasado; para la atención de los enfermos solitarios; para el cuidado de los niños cuyos padres trabajan; para la organización del ocio de distintos grupos de población; etc. Estas actividades pueden llegar a constituir la demanda de un gran colectivo de ocupaciones eficaces, a las que nos referíamos en otro apartado, complementarias de los empleos productivos y que podrían paliar seriamente la desesperanza de los millones de parados actuales y futuros.

En otro orden de cosas también es importante señalar que ante esta situación tendrá que modificarse fundamentalmente el planteamiento demasiado extendido de ofrecer enseñanzas cuyo fin, no declarado pero real, es el de preparar gente con mentalidad de empleados en vez de procurar cada vez un mayor número con mentalidad de empleadores, con iniciativa para procurar la creación de riqueza, aunque sea para su propio autoempleo.

En el futuro es muy probable que las pequeñas empresas se multiplicarán. Ya empieza a estar de moda la teoría y la práctica de las empresas dimensionadas en mínimos viables, incluso en sectores tradicionales del gigantismo empresarial como son las empresas eléctricas. En el sector de servicios parece obvia esta tendencia que permite comercializar las propias destrezas dentro del campo de sus respectivos intereses o inclinaciones profesionales. De este modo también la educación, o mejor dicho el aprendizaje, se irá adaptando cada vez más al «consumidor».

En este marco referencial conviene plantearse algunas cuestiones respecto de España, de Europa y del mundo, tales como:

  • ¿Siguen siendo válidos los planteamientos educativos de las últimas décadas respecto de las oportunidades de empleo actuales y futuras y, en casos afirmativos, en qué medida?
  • ¿Cuál es la estructura óptima y cuáles los criterios para la determinación de contenidos, métodos y medios de enseñanza? ¿Cuál es y cuál debe ser el papel de la educación general respecto del empleo y cuál debe ser, en su caso, el alcance y las modalidades de especialización en los diversos niveles de enseñanza?
  • ¿Cuán significativa es la calidad de la educación de cara al empleo y cuáles los medios y garantías para alcanzarla?.
  • ¿Cuáles son las probables nuevas oportunidades de empleo futuras? ¿En qué modalidades?

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