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CARTA DEL EDITOR

Las ideas son más poderosas que los intereses

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“Actuar sin mirar, para no ver lo que no gusta o, lo que es peor, no actuar, en aras al consenso, el diálogo o cualquier otra de las tapaderas que a menudo se utilizan para no actuar cuando es imprescindible hacerlo conduce, inevitablemente, al desastre. En Cataluña vamos abocados a ello, aunque yo también opino, como otros muchos españoles, que al final la independencia no se producirá”

Asistí el pasado jueves en Madrid a una conferencia, en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (ubicado en el que fue palacio de Godoy) de Pedro Schwartz, el primer español que ha conseguido ser elegido presidente de una sociedad internacional tan importante y, voluntariamente, tan poco conocida como The Mont Pelerin, fundada, entre otros (como Karl Popper) por el gran filósofo-economista Friedrich Hayek.

The Mont Pelerin tomó su nombre del sitio en el que se reunieron Hayek, Popper y otros veinte personajes más para fundar la sociedad, que, curiosamente, no tiene empleados ni sede y que se financia con el dinero de sus socios, quienes pagan 100 dólares anuales simplemente para reunirse, una vez al año habitualmente, dos como máximo, en distintos lugares del mundo para «hablar y discutir». Sobre liberalismo y cristianismo, unas relaciones que, curiosamente, no siempre han sido buenas e incluso, en algunos tiempos, han sido bastante malas. Sobre la fuerza de las ideas y su influencia en los cambios económicos en una sociedad libre y abierta. Sobre las instituciones y su papel en ese tipo de sociedades, aunque son más un ideal que una realidad. Sobre el orden legal y los fundamentos morales del capitalismo basado en el sistema de libre competencia (tan poco extendido). Sobre la desigualdad y la importancia del individualismo y la solidaridad. Con una especie de conclusión final (Mont Pelerin no levanta acta de ninguna de su reuniones): que las ideas son más poderosas que los intereses, una frase genial tomada de J.M.Keynes, que no fue un gran liberal, por cierto. Y una segunda conclusión: que en épocas de crisis, como ahora, la libertad de los individuos y lo que podríamos englobar como ideas liberales, que son muy diversas, adquieren más influencia, como lo demuestra el hecho de que seis de los miembros de Mont Pelerin han recibido el premio Nobel de Economía. «Las ideas tienen más influencia que los cañones», resumía Pedro Schwartz al final de su conferencia.

Schwartz describíó también las ventajas de la Ley anglosajona, que encuentra su fundamento en los individuos, en las personas, sobre la nuestra y de otros países occidentales, que basa la Ley en la voluntad política. Y así ocurre y se sufre en Cataluña, por citar un ejemplo próximo. «La voluntad política prevalece siempre por encima de la Ley, porque ésta es precisamente producto directo de esa voluntad política» -algo que ocurre en países como el nuestro, no en los anglosajones, en los que la Ley se basa en la voluntad de los individuos, no en la de los políticos- leo en un libro cuya lectura recomiendo, «El libro negro de la independencia», de Juan Carlos Segura Just, una respuesta brillante y documentada al «Libro blanco de la independencia», publicado por la Generalidad de Cataluña.

En base a esa consideración de que la voluntad política prevalece siempre sobre la Ley, como la historia nos demuestra, Juan Carlos Segura deduce que «si existe -como es el caso- una clara y determinante voluntad política por parte de los partidos políticos nacionalistas de conseguir la independencia, esa voluntad se sobrepondrá, tarde o temprano, a la Ley o la propia Constitución; además, la historia nos ha demostrado que la Ley por sí misma nunca ha podido detener un movimiento de emancipación». Y, añade el autor, «los partidos políticos nacionalistas catalanes tienen inserto en su código genético, como fin único y supremo, la proclamación de la independencia y no van a cejar nunca en ese empeño, porque, simplemente, constituye su razón de ser y su único objetivo final. Han sido creados históricamente para eso y jamás renunciarán a ello». Actúan como el escorpión de la fábula, que le pedía amablemente al cocodrilo ayuda para cruzar un río y, ante las reticencias de este sobre una posible picadura del escorpión durante el trayecto, que provocaría el hundimiento de ambos, el escorpión le contestaba amablemente que esa picadura no se produciría, ya que perecerían. El cocodrilo accedió y el escorpión, subido a su lomo, le picó en medio del río. El cocodrilo, sorprendido, le preguntó por qué lo había hecho y el escorpión, consciente de que la picadura entrañaba también su propia muerte, respondió: es mi forma de ser, soy un escorpión y tengo que picar. Así actuará siempre un nacionalista, concluye Juan Carlos Segura.

Actuar sin mirar, para no ver lo que no gusta o, lo que es peor, no actuar, en aras al consenso, el diálogo o cualquier otra de las tapaderas que a menudo se utilizan para no actuar cuando es imprescindible hacerlo conduce, inevitablemente, al desastre. En Cataluña vamos abocados a ello, aunque yo también opino, como otros muchos españoles, que al final la independencia no se producirá, entre otras cosas por los inmensos aspectos negativos que conllevaría una hipotética República Catalana separada del Reino de España, como Segura bien analiza en su libro.

Pero lo que sí se ha producido, como leo en nuestro periódico a propósito de una conferencia del doctor en Derecho Internacional Miguel Acosta en el Club Marítimo, es que, de manera tan incomprensible como inaceptable, el Gobierno español permitió sin rechistar, en su día, que Marruecos construyera, en aguas españolas y junto al puerto de Melilla, el puerto de Beni Enzar, sin respuesta alguna a ese hecho, lo que se tradujo en una aceptación tácita «que hace todavía mucho más problemática la situación de las aguas», de nuestras aguas, de manera que hoy resulta «imposible» delimitar las aguas jurisdiccionales melillenses. Lo que proponía Acosta, a mi modo de ver acertadamente, es que, ante la imposibilidad de que los gobiernos español y marroquí se pongan ahora de acuerdo sobre tan espinoso asunto, se haga algo parecido a lo que se hizo hace tres años para regular la navegación en el Estrecho de Gibraltar, firmando un acuerdo entre dos entidades privadas o semiprivadas, como Salvamento Marítimo de Tarifa y el Puerto de Tánger Med. Lo que había del sector pesquero en Melilla ya se ha destruido, desgraciadamente, pero al menos salvemos, en la medida de lo posible y lo exigible a cualquier gobierno mínimamente eficaz, la tranquilidad de los navegantes melillenses.

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