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Las cadenas que nos oprimen. Slava Ukraini.

Cuando creímos que la esclavitud había desaparecido, esta resurge con fuerza en el campo de las ideas y en el ámbito político, creando cadenas que nos oprimen y limitan nuestra capacidad de pensar. La esclavitud de las ideas surge de nuestro entorno, exógena, pero también de forma endógena del sistema de creencias que, como el ADN, forman parte indivisible de nuestro yo. Yo soy yo y mi circunstancia, dice Ortega y Gasset. Yo me atrevo a añadir que también de las circunstancias de mis antepasados, que nos las heredan a través de la educación que recibimos.

Nuestro pasado remoto y cercano se entremezclan con el impuesto sistema de ideas del presente, las dictatoriales que conocemos como ‘políticamente correctas’, creando una limitación de nuestro libre albedrío, que llega a ser con frecuencia dictatorial o cuasi dictatorial.

¿Hasta qué punto, en el entorno en que vivimos, podemos pensar lo que queramos y decir lo que pensamos? ¿Qué capacidad real tenemos para discriminar el falso mensaje, recibido repetidamente, de la realidad? ¿Cómo el ámbito cultural y familiar heredado limita mi libre albedrío? ¿Qué grado de influencia tienen nuestras pasadas experiencias en nuestras decisiones futuras?

Si nos atrevemos a, y somos capaces de, reflexionar en profundidad sobre cada una de estas preguntas, tratando de quitarnos el filtro impuesto, por nosotros y por los demás, con el que vemos nuestras realidades interna y externa, muy probablemente descubriríamos que nuestra capacidad para decidir con total y real libertad es muy limitada.

Hay circunstancias en que esa limitación es obvia, física además de ideológica, como sería el caso de los ucranios que viven en zonas ocupadas por Rusia. O el de los ciudadanos que viven en naciones con regímenes políticos muy cercanos a la dictadura absoluta, como Rusia y China. Menos visible, pero con ámbito universal, es la dictadura de las ideas impuestas.

Es el caso de la trágicamente denominada ley de la memoria histórica, en España, que no pasa de ser un panfleto político patéticamente transparente, sin valor científico alguno. Pero, a fuerza de repetir incansablemente esa mentira histórica, de alguna manera ha conseguido permear el subconsciente de parte de la sociedad española, creando divisiones y rencores que estaban enterrados y bien enterrados. Se atribuye a Göbbels, el jefe de propaganda de Hitler, la siguiente frase: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.  

Para los que dudan de la veracidad de esta frase, les voy a poner un ejemplo, cercano en el espacio y en el tiempo.

En el discurso de investidura del presidente Leopoldo Calvo Sotelo, en febrero de 1981, España anunció su interés en unirse a la OTAN. En ese momento, según el diario El País tan solo el 18% de la población estaba de acuerdo con entrar en la organización, el 52% estaba en contra, y el 30% restante no respondía.

Después, en 1982, el socialista Felipe González llega al Gobierno bajo el lema “OTAN de entrada no” (observen como la falta de comas hace al texto equívoco) y proponiendo la celebración de un referéndum para sellar esa oposición. Como la realidad es muy tozuda, y tiende a sacar la cabeza cuando menos se espera, Felipe vio la luz, no sabemos si como lo hizo San Pablo cuando cayó del caballo en su camino a Jerusalén.  

Hubiera caída del caballo o no, esa tajante oposición a OTAN se vio ‘milagrosamente’ cambiada cuando, tras retrasar al máximo posible la celebración del prometido referéndum, con la esperanza de que el ‘pueblo’ lo olvidara, Felipe pasó de defender la no entrada en la OTAN, bajo ninguna circunstancia, a pedir enfervorecidamente el voto a favor de la pertenencia a ella. Empleando para ello una campaña de publicidad mediática gigantesca, por cierto.

Llegados a este punto, debemos incitar a los lectores a que obtengan una copia de dos de los libros de Eric Arthur Blair,​​ más conocido como George Orwell. Señalar que Orwell, marxista convencido en sus inicios, pasa posteriormente a denunciar el estalinismo y los regímenes dictatoriales de ese signo.

En el primero, publicado en español con el título de “Rebelión en la Granja”, nos encontramos con que los cerdos de una granja, con ayuda de los siempre fieles perros, se hacen con el poder, expulsando a sus dueños humanos. Afirman que el Hombre es el único enemigo que ellos tienen, porque consume sin producir, no da leche, no pone huevos, es débil para tirar del arado, y su velocidad ni le permite atrapar conejos, pero es dueño de todos los animales, a quienes les da lo mínimo para mantenerse y lo demás se lo guarda para él. Con el paso del tiempo el poder corrompe a los cerdos – el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente (Lord Acton, 1887)- El trabajo esclavo de los demás animales, o sea, nosotros con nuestros impuestos, hace que los cerdos vivan en la abundancia. A todo el que se le oponga al líder, se le declara traidor. Nada es culpa de su mal gobierno, toda la culpa se la echa al cerdo Snowball (el COVID y la guerra de Ucrania). El líder cerdo se mantiene, apoyado por la propaganda que hace su emisario -no pongo nombres- un cerdo que falsea la verdad y la acomoda en favor del régimen. Las ovejas, escasas de inteligencia, solo corean frases para favorecer al cerdo en el poder.

Si alguna enseñanza nos queda clara en esta fábula realista, es que las dictaduras se endurecen con la ignorancia de los más débiles, el fortalecimiento del aparato ideológico se nutre de la sumisión de los demás.

El reescribir la historia es garantía de éxito. No tener autocrítica ni capacidad de darle prosperidad a los gobernados, es la constante que a la larga produce subdesarrollo, infelicidad y pobreza.

El otro libro de Orwell, de obligada lectura, es «1984». De nuevo Orwell nos enfrenta a la realidad de cómo funciona un régimen totalitario, situación a la que cada vez más y más rápidamente nos estamos enfrentando en la actualidad.

Él ‘Gran Hermano’ del libro son ahora el internet y las redes sociales, que recopilan cada una de nuestras actividades y alimentan una gigantesca base de datos capaz de predecir cada una de nuestras preferencias.

Orwell vio que las organizaciones de todo tipo se dirigen a nuestras emociones, no a nuestra razón, para crear estados de opinión favorables a sus intereses. Cita los -ismos, como el nacionalismo y el populismo, que se dirigen a activar la más peligrosa de las emociones, el resentimiento.

Ambos libros representan una premonición de la situación política y social actual, con toda su crudeza.

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Gonzalo Fernández

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