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Ventana al mundo

La tolerancia, clave de la solidaridad

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Europa ha sido portadora de civilización y de innumerables bienes hasta todos los confines de la tierra, desde el privilegio de su cristiandad originaria. Sin embargo, ahora también tiene que reconocer y saber superar la página de sus muchos horrendos pecados de egoísmo, dominio, explotación y prepotencia, de sus guerras fratricidas, …

…de las ideologías totalitarias nacidas en su seno con desprecio de la dignidad esencial inherente a los hombres, o de los inmensos daños medioambientales causados allende sus fronteras desde sus industrias contaminantes. Todo ello ha sido, en el pasado, por culpa de la sed de poder y de riquezas de sus gentes. Ahora, en nuestros días, sufrimos además de un frágil liderazgo junto con un extendido relativismo moral y la grave crisis de valores que todo lo degrada.

Ante tantos retos, no pueden ser motivo de consuelo o razones para la excusa los muchos otros males, causados por culpa de otros países desde su prepotencia, egoísmo o ignorancia, factores todos ellos principales denominadores comunes de tantos de los muchos daños inflingidos a la Humanidad. La Europa del mañana ha de ser una Europa en paz consigo misma, solidaria con los pobres, los minusválidos y los marginados, siempre ávida de saber, de información y de conocimiento, aunque también y más aún en busca de sabiduría. Para que ésto fructifique tendrá que ser compartido con todos los demás pueblos gracias a las más avanzadas tecnologías puestas al servicio tanto del bien de los hombres como de la Naturaleza, del medio ambiente y del gran tesoro de la biodiversidad , en el marco de un desarrollo sostenido y sostenible.

Esto no es un sueño irrealizable sino, bien por el contrario, una posibilidad muy real. Se trata, eso sí, de una empresa generosa para con las futuras generaciones, cargada de solidaridad eficaz. En todo caso, los más pobres de espíritu, si son ilustrados, también llegarán a comprender que deben cooperar aunque tan sólo sea por su propio egoísmo. Un empeño así también puede ser una especie de manto caritativo con el que cubrir las culpas de nuestros ancestros, que sirva de sedante y restañador de la mala conciencia que nosotros los mayores debemos tener, que tenemos, por tantas graves omisiones en el cumplimiento de nuestro deber y a causa de los muchos lastres que conlleva el legado que os estamos dejando.

En ese gran propósito y oportunidad, cargado de innumerables razones para la esperanza, invito, sugiero y animo para que los jóvenes europeos adopten la decisión y tomen en mano los medios para ser levadura eficaz de esa nueva Europa.

Sin embargo, para que estos propósitos sean positivos, enriquecedores e inspiradores, se requiere poseer y ejercer un espíritu solidario, de cooperación sin cortapisas, cargado de amor limpio y siempre tolerante ante quienes piensan y creen diferente a nosotros mismos. Ejercer la tolerancia es ejercer una libertad democrática esencial que no consiste en plegarse y aceptar sin más el enfoque o las afirmaciones de los otros, sean éstos desconocidos o amigos muy queridos. Las más de las veces, la tolerancia se parece mucho a “poner la otra mejilla”, sin ira, tras recibir un duro golpe en lo más sensible de los propios sentimientos y frente a las propias profundas convicciones. Tolerancia no puede ser entendida como doblegarse a los demás, ni sonreír sobre cualquier asunto con el desentendimiento propio del relativismo moral. Por el contrario, se trata más bien de reafirmar con delicadeza y con redoblada firmeza fraterna los convencimientos propios, la experiencia vivida, las convicciones y la fé ejercidas, vividas de forma coherente y consecuente, escuchando y dialogando en pos de un enriquecimiento mutuo. Es la solidaridad ejercida desde la compasión y la cooperación.

Ante una Europa afortunadamente inconforme consigo misma, necesitada de superarse, y frente a la misión que siempre debió ser la suya propia, ahora es la hora propicia –a principios de un nuevo milenio– para que nazca una gran Europa renovada, ilusionada y unida, gracias precisamente a la inmensa diversidad cultural y etnia de sus gentes. A lo largo de siglos han sido muchos millones de europeos los que se han asentado por todo el mundo, primero a la fuerza y luego gracias a migraciones pacíficas en busca de nuevas oportunidades dentro y fuera de Europa. Hoy, con algunas de las tasas más bajas de natalidad en nuestros países, podemos y debemos corresponder dando oportunidades a los inmigrantes de otras latitudes. Ahora es cuando Europa puede y debe asumir, con los brazos abiertos, una nueva alianza con todos los pueblos de la tierra, desde el crisol o meltingpot que ya fuera durante siglos a golpe de invasiones dolorosas ante gentes de otras razas y culturas. Europa dispondrá así de las mejores fuentes de inspiración y dará origen a una renovada creatividad y a grandes innovaciones para su progreso, todo ello a condición de un renacer y consolidación de su espiritualidad, desde lo mejor de su herencia cristiana.

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