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La posverdad o el ‘arte’ de la mentira política

Por Abdelkader Mohamed Alí

Inútil repetirlo: política y mentira suelen ser buenas compañeras. La creciente antipatía a la denominada ‘clase política’ se ha generado en gran medida por la percepción que se tiene de éstos: todos los políticos mienten, impunemente, se piensa. Sin embargo, lo diremos una vez más, toda generalización es necesariamente injusta.

Pero, ciertamente como bien señalara nuestro amigo Pepe Megías en uno de sus habituales artículos “la fe en los políticos”, –los políticos de estos tiempos–, probablemente todos la hemos perdido. Que Melilla esté entre las primeras ciudades de España donde más se vota por correo, (14% del total de sufragios) es un indicativo objetivo que la democracia en esta ciudad está severamente adulterada. La mentira electoral campea. Y el espectáculo cotidiano en lo que se ha convertido el asedio de la política, es a todas luces descorazonador. Hipérbole, manipulación, mentiras, engaño…, una característica, arto evidente. Probablemente sea el distintivo principal de los tiempos que corren.

Abdelkader Mohamed Alí, autor del artículo

La astucia, siempre con objetivos inconfesables, ha derivado en una suerte de “arte” bien conocido aunque claramente renovado, actualizado. Falsear los hechos para llegar a fines particulares aunque se esgriman como nobles objetivos colectivos, es ciertamente muy viejo en el haber humano. Sin embargo, estos tiempos de ‘posverdad’ han transformado la mentira en un “arte” (malas artes) en sí mismo. Para escudriñar este “arte” recurriremos a diversos referentes que quizás nos ayuden a contextualizar este ascendente fenómeno de la mentira política. Una de las obras más consultadas en torno a este tema es la de Jonathan Swift precisamente titulada “El arte de la mentira política” (Ediciones Sequitur. Madrid, 2006).

Ha pasado ya tiempo desde que se publicó el breve opúsculo de Swift, a penas algo más de noventa páginas, no obstante su actualidad lo certifica los pocos cambios producidos en estas “artes” en la gestión política. Adviértase que la palabra “arte” ensalza la manipulación y el engaño a esa categoría superlativa, es decir, artística. Esa es, a nuestro juicio, una de las diferencias esenciales con respecto a nuestros días. Hoy la mentira está unida a la proliferación de la mediocridad, son mentiras más burdas, torpes. Véase el ‘genio’ gaseoso de la presidenta de Madrid, la señora Ayuso. Y si bajamos algunos escalones, obsérvese nuestra realidad local e inmediata, donde se disuelven como azucarillo las imprecisiones calculadas, es la nueva ambigüedad dialéctica. Recientemente una ascendente ‘estrella’ de nuestra política local identificaba impúdicamente, en el marco del Acuerdo del Turia, localismo y nacionalidad.

Mentiras saludables

“La mentira política es el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables” nos advertía Swift en su libro. Ante la necesidad humana de creer en algo para no caer en la frustración, el político de turno lo tiene relativamente fácil al no precisar de complejos argumentos que expliquen el lío en el que nos han sumergido. Nos inundan de mentiras y verdades a medias y así nos ahogamos en la falsedad. El pueblo está ahí para confiar en sus representantes de ahí a que “no existe ningún derecho a la verdad política”, es más, advierte nuestro autor: “la abundancia de mentiras políticas es una distinción clara de la verdadera libertad”. Todo queda en casa. La única medida legitimadora que da pábulo a esa ‘posverdad’ es el grado de aceptación popular. Al fin y al cabo, los votos ‘legitiman’ la mentira. Según Jonathan Swift, las que “traspasan los niveles habituales de lo verosímil” incluso estos extremos de manipulación, en no pocas ocasiones, son de extrema utilidad, ya que “espantan e infunden terror”. Hoy en día, estas maquiavélicas manipulaciones velozmente se propagan, máxime cuando “siempre [existirán] algunas personas dotadas de gran credulidad”. Ya sea por necesidad gregaria u otra debilidad humana. Por eso, sentencia Swift: “A estas personas competerá difundir lo que los otros han acuñado; ya que ningún hombre suelta y expande la mentira con tanta gracia como el que se la cree”.

Tener razón a toda costa

Abundando en nuestras observaciones sobre las “artes” en la que se fundamenta en gran medida la sociedad que hemos dado en construir, traemos a colación una magnífica película proyectada recientemente, creo recordar en la 2 de TVE, titulada «Una razón brillante», de Yvan Attal. La película reflexiona sobre las perversidades de una sociedad auspiciada sobre pilares insolventes, cuando lo menos importante es la verdad, especialmente cuando se trata de tener razón a toda costa. El argumentario que utilizará un profesor de la universidad de París para preparar a una alumna, Neïla Salah de origen argelino, una joven del extrarradio parisino que sueña con ser abogada. Mazard, el referido profesor utilizará un conocidísimo libro del filósofo Arthur Schopenhauer intitulado “El arte de tener razón” –o “El arte de tener siempre razón”, en otras versiones– básicamente es el centro del argumento. En una sociedad como la de hoy día donde las nuevas tecnologías todo lo mediatizan, la retórica y la oratoria se consideran inútiles disciplinas cuando todo transcurre velozmente sobre complacientes vulgarismo. Pero como no siempre se puede tener la razón, como humanos somos obviamente erráticos, la mentira juega su rol necesario para “tener siempre la razón”. Preguntarse sobre el lugar de la verdad es inútil, porque “la verdad da igual”. Estos son los argumentos del profesor a instancias de Schopenhauer: “tener siempre la razón” independientemente de la verdad. Este ejercicio lo practican a la perfección los políticos de hoy día. Pero más aún, en una de las escenas finales de la película referida, el profesor de Neïla Salah utilizará una misma argumentación para defender primeramente una posición aunque posteriormente utilizará el mismo argumento para defender lo contrario. Es decir, la verdad es lo de menos cuando se trata de manipular y convencer. Es la capacidad de disuasión la que al final condicionará la convicción del interlocutor.

La verdad arrastrada
Obviamente la política y el afán principal del político es ganar el poder y una vez instalado en las alturas mantenerlo. Pero el peso aplastante de la verdad da magros resultados electorales. Hoy en día nadie gana las elecciones esgrimiendo un discurso ‘limpio de polvo y paja’. Hoy, en comparativa a la época de Jonathan Swift, todavía “la falsedad vuela, mientras la verdad se arrastra tras ella”. Sin duda la mentira se vive en todos los sistemas, en la política y en la sociedad. Pero la mentira del político es devastadora ya que miente a toda una sociedad. Fractura la confianza social, aun persistiendo determinados círculos sociales propensos a ser crédulos. Y en esto tiene mucho que ver la sensación de que el criterio de lo que es verdad o mentira ha cambiado.
Pero en estos últimos años, –aunque objetivamente es evidente desde hace ya mucho tiempo– la capacidad de mentir y manipular en nuestro espacio inmediato no tiene límites, ni ideológico, ni religioso, ni cultural, ni de otra índole distintiva. Pero la mentira en política, lamentablemente, es universal. Mucho se ha escrito al respecto. Pero como colofón de esta reflexión citemos a una de las teóricas de la política más importante del siglo XX, la escritora Hannah Arendt que escribió su obra celebérrima por excelencia: “Verdad y mentira en política” (Edit. Página Indómita, 2017). Exactamente comienza el libro asegurando, de modo claro y contundente: “Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas. Siempre se vio a la mentira como una herramienta necesaria y justificable no sólo para la actividad de los políticos y los demagogos sino también para la del hombre de Estado.”
No obstante los políticos mienten sin el más mínimo rubor porque saben y sus asesores así les indican, el ser humano necesita argumentos y emociones del momento que sustenten sus creencias aun prescindiendo de la verdad. Por eso jamás se miente tanto como en periodo electoral. En consecuencia, que las promesas de los políticos no se cumplan, entra en el ámbito de lo habitual. Por eso a quien verdaderamente comprometen esas promesas y esas mentiras es a quienes las creen.

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Redacción

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