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La educación superior

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La educación postsecundaria ante la sociedad del conocimiento y de las comunicaciones (II)
La educación superior es parte inseparable de todosistema educativo y, por lo tanto, su diseño ha sidoplanificado casi siempre como un todo. De hecho, lamayoría de los sistemas educativos en el mundo hannacido desde su cúpula, es decir, en torno de laUniversidad. Los sistemas educativos han sido concebidos tradicionalmente como pirámides de un procesoselectivo que desemboca en las mismas.

Sin embargo,sólo en el mejor de los casos la Universidad ha asumidoun papel rector o inspirador del restante sistema, aunqueson frecuentes los casos en que aquélla se limita ajuzgar severamente los resultados de los niveles previosdel sistema educativo a través de los alumnos quellegan a sus aulas y laboratorios, sin participar activamenteen la mejora de políticas educativas, formacióndel profesorado, planes de estudio y programas, niplanificación del equipamiento y de los medios adecuados.Tampoco es frecuente que la Universidad asumaprogramas eficaces y socialmente justos para quienesfracasan en la misma muchas veces por razones extraacadémicas.

En cualquier caso, social y culturalmente, la realización personal de un estudiante pasa hoy en díanecesariamente por la Universidad y, secundariamente,por una educación superior ligada, al menos formalmente,al prestigio y a la administración universitaria.Se cumple así un doble despropósito. Por una parte, laUniversidad se ve obligada a asumir, aunque luego seatan sólo parcialmente, la presión y la carga de unademanda social incontenible que sigue siendo abrumadorapese a la tendencia demográfica decreciente en lospaíses más desarrollados. Una reciente encuesta mostrabaque, en España, tres cuartas partes de la poblacióndesean un título universitario para sus hijos apesar de que, al mismo tiempo, hacen una descalificaciónglobal sobre la calidad de esa enseñanza. De estemodo podemos pasar de un millón a millón y medio deestudiantes de educación superior en una década más, con la pretensión en su gran mayoría de lograr finalmenteun título universitario.

Esta situación no permitea la Universidad llevar a cabo el papel que lecorresponde de creadora de saber gracias a la investigaciónfundamental y aplicada, de formación de cuadrosaltamente especializados para la investigación y ladocencia, y de lugar preeminente para la crítica social yla promoción cultural de la sociedad, en un marco devocación universal a la vez que relacionado con entornosculturales y económicos concretos. Por otra parte,el actual esquema es origen de profunda e injustafrustración entre una gran parte del colectivo estudiantilde la edad escolar correspondiente que tiene capacidady voluntad de estudio para alcanzar niveles culturalesmás elevados, así como una formación especializadapertinente para las oportunidades de trabajo que lasociedad emergente apunta. La valoración social esactualmente discriminatoria frente a los estudios superioresuniversitarios en sentido propio y respecto deaquellos que se ven obligados a abandonar la Universidad.Baste con señalar que las encuestas hablan de un61 por 100 de la población favorable a la selectividadpara el ingreso a la Universidad sin preocuparse a suvez de la selectividad para el ingreso a otros centros deeducación superior, suponiendo que la selectividadfuese la mejor y más justa garantía del talento, de lavoluntad de estudio y de las condiciones personales delos alumnos candidatos. Se olvida así que la educaciónsuperior no se agota con la Universidad y se confundeUniversidad y nivel terciario o postsecundario comouna sola cosa.

Ya es hora de que se deje de hablar del problema delacceso a la Universidad. Como universitarios, comociudadanos y como seres humanos deberíamos estarmuy satisfechos de la creciente demanda de acceso a laUniversidad en la medida que fuera expresión genuinade aspiración de desarrollo cultural e intelectual decada cual al servicio de los demás. El actual desbordamientode la capacidad de muchas Universidades anteuna demanda incesante tiene por causa, en gran parte,la conciencia del valor de esa educación como factordecisivo para la promoción personal y como granpalanca del cambio social. El problema, de existir unproblema, son las motivaciones profundas y reales másextendidas actualmente y hasta qué punto los aspirantestienen no sólo la formación científica y humanistaadecuada sino también la voluntad de estudio y trabajo,además de la suficiente disciplina intelectual junto conuna disposición para buscar la verdad con integridad,método y tolerancia. Selectividad sí, pero no comofiltro único y obligado para las diversas modalidadesuniversitarias sino como instrumento exigente de seleccióndentro de cada una de las instituciones de educaciónsuperior universitaria de acuerdo con sus característicasy requisitos específicos, además de diferenciarbien la vocación investigadora, docente o profesionalde cada alumno. Así, por ejemplo, un cierto grado demadurez intelectual y de desarrollo de las destrezasexigibles, junto con cierta capacidad creativa, de iniciativay de relaciones humanas, son aspectos todos ellosesenciales en la mayoría de los perfiles ocupacionalesconocidos. Pero esto no se tiene por lo general encuenta debido fundamentalmente a un planteamientounilineal equivocado, desligado de los nuevos desafíosy oportunidades de la sociedad moderna.

TorstenHusen ha resumido así la cuestión: «El dilemacon que se enfrentan los responsables de la políticaeducativa en la sociedad de educación de masas escómo hacer compatible el principio de igualdad deacceso con la necesidad de selección en ciertos estudios,impuesta por la limitación de los recursos ylo por losriesgos de superproducción de ciertos tipos de mano deobra». Pero cualquiera que sea la solución de estedilema, hay que convenir que la educación superior engeneral debe responder a las nuevas aspiraciones socialesofreciendo a todos no tanto la garantía del empleoprofesional sino una permanente igualdad de oportunidadespara desenvolverse en la vida. Por ello, lacapacidad de desarrollo de la educación superior y de laUniversidad no debe ser restringida invocando unanecesaria correlación de su colectivo con las expectativasde puestos de trabajo. Ni tampoco el criterio derentabilidad de los recursos dedicados a la educaciónsuperior puede venir definido por su ajuste a lascambiantes posibilidades de empleo de sus titulados,ajuste que, por otra parte, siempre se revela inciertopor su inevitable desfase con los datos económicos enque pretende basarse y la consecuente necesidad de unavisión prospectiva y anticipatoria. El criterio de «rentabilidad»ha de ser aplicado a la educación superior entérminos más amplios, pero no por ello menos exigentes,tomando en cuenta lo que la educación superior yla Universidad aportan, por su parte, para la elevacióncultural de la sociedad y para la plena difusión de losbienes del espíritu; lo que representa, en suma, el valorde la formación cada vez más elevada y generalizada detodos sus miembros.

En definitiva, el fenómeno de la Universidad y de laeducación superior en crecimiento no es sino reflejo delcrecimiento y desarrollo colectivos, a la medida de lasnuevas dimensiones culturales, sociales y económicasque los países van alcanzando.

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