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¡La abstención no es una opción!

Por Jaime Benguigui

Resulta ya bastante evidente que una gran parte de la sociedad se «involucra» en la vida política, especialmente mediante las opiniones que se vierten en las redes sociales.

Muchos son lo que opinan, otros recomiendan y aconsejan, algunos critican a la par que censuran.

En definitiva, podríamos decir que la política ha dejado de ser un tema meramente exclusivo de la clase política, convirtiéndose en, aparentemente, una cuestión de interés común para quienes pueden o más bien quieren, opinar sobre ello en cualquier plataforma o red social y así exponer allí, en el mejor de los casos, su opinión.

Bien está, o lo estaría más bien, si estas opiniones únicamente se limitarán a una crítica, constructiva por supuesto, y se dejara a un lado el escarnio en muchos de los casos y las críticas hirientes hacia las propias personas que cargos políticos ostentan.

Estar en desacuerdo con una forma específica de pensar o entender alguna cuestión política en modo diferente, es muy lícito y normal, ya que no todos pensamos igual, y el mundo debe tener cabida para todas las opiniones, siempre respetuosas, y puntos de vista diferentes.

Intentar defender un modelo de gestión diferente, también es legítimo, por supuesto, como así lo es el intentar convencer a otros de la conveniencia de mi modelo político por encima de otro contrario al mío.

Hasta aquí, todo ok y no debiera suponer problema alguno. Pero todo esto, es decir, ese «derecho» el cual uno mismo se otorga para expresarse en estas cuestiones y querer ser incluso tenido en cuenta, debe ser de alguna manera un «derecho» adquirido por méritos propios, ganado de alguna manera. Al menos esta es mi humilde opinión, con la cual pueden discrepar con todo su derecho.
Me intentaré explicar.

Días atrás, compartiendo un café con un conocido, éste me exponía su desacuerdo en algunas cuestiones políticas de actualidad y hacía críticas sobre lo que él consideraba una mala gestión política en general. Después de escucharle atentamente, como no podía ser de otro modo, le formulé una pregunta, de la cual ya tenía más o menos una ligera idea de cual podría ser su respuesta.

¿Votaste en las pasadas elecciones?

Como imaginaba ya, la respuesta fue un rotundo NO, además acompañado de una excusa vagamente ya sostenible y demasiado recurrente para quienes, como él, se privan de un derecho tan esencial como lo es el de votar. «¡Es que al final todos los políticos hacen lo mismo! ¡Todos son iguales!» Así me decía.
Entonces, después de su respuesta y apreciación, decidí contestarle.
En primer lugar, y sirva esta respuesta también para quienes como él quieran verse respondidos, decir que es un gravísimo error generalizar sobre cualquier grupo de personas a las cuales se les considere pertenecientes, por ejemplo, a un mismo colectivo social, religión, cultura, ideología política etc.
Esto es algo totalmente erróneo y sobre todo muy peligroso. Nuestra historia, tanto la pasada como la actual, está llena de claros ejemplos sobre lo nocivo y peligroso que puede resultar alentar esta idea tan alejada de la realidad. Si hay algo que tengo muy claro, es que a la verdad no se la puede tapar y la mentira no se cura con paños calientes, sino mirándola de frente y esgrimiendo los argumentos reales que desmonten dicha mentira. Ejemplos de ello, muchos hay y sin entrar en detalles, a todos se nos puede ocurrir algún claro ejemplo de ello.
Como dije antes, no todos somos iguales y por lo tanto, el comportamiento de unos pocos no determina ni sentencia la generalidad de los que como esa minoría son. Por lo tanto, decir que todos los políticos, en este caso, son iguales, es sumamente arriesgado aparte de erróneo, ya que de entrada convierte a cualquier persona que a ello se dedique en algo ya predeterminado, anulando su propio ser, su propia esencia incluso.
Así que, continué diciéndole, que, si verdaderamente tanto le preocupaba y le molestaba la situación actual, si tan en desacuerdo estaba, había una fórmula mucho más efectiva y contundente de poder revertir aquello que él consideraba que mal se estaba haciendo. Votar, le dije, votar es la solución. Si te abstienes, estás limitando tu propio derecho e incluso, a mi parecer, tu propia crítica deja de ser lícita ya que no hiciste absolutamente nada cuando tuviste la oportunidad frente a las urnas para hablar, para ser escuchado. La última palabra siempre, en un estado democrático y de derecho, la tendrán los propios ciudadanos que mediante sus votos hablen.
Por lo tanto, no es asunto baladí el votar, es una cuestión que cada vez y con más peso se convierte en algo de crucial importancia ya que ello, este acto, define que tipo de sociedad queremos, en que modelo de país o ciudad queremos vivir. Por ello, no nos autolimitemos y no perdamos la perspectiva de lo que realmente podemos llegar a hacer. Tenemos un derecho en nuestras manos que nos otorga un poder con el cual decidir nuestro presente y proyectar nuestro futuro. La abstención no es una opción, es un error. Si no estás de acuerdo, haz que todo cambie. ¡Decide, elige y actúa!

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