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Colaboración cultural

Evocación Infantil (Prólogo de Campanitas del valle)

‘Campanitas del Valle’ es el nuevo libro infantil de Encarna León, publicado por GEEPP Ediciones

Creo que las abuelas, al llegar a determinada edad, nos hacemos niñas. Sí, como aquellas niñas con trenzas o tirabuzones (yo los llevaba) que íbamos al colegio para aprender las primeras letras en “El Parvulito”.
Tengo una visión muy clara de la céntrica plaza de La Trinidad, en Granada; era el lugar de reunión de pequeñas y mayores. Sí, también soy consciente de que uso el femenino exclusivamente, no había chicos, era un colegio para niñas. Se trataba del lugar donde acudíamos las alumnas del colegio femenino Santa Teresa, ubicado en el comienzo de la calle del mismo nombre. Por los años cuarenta-cincuenta del pasado siglo XX la enseñanza no era mixta, existían colegios para niños y otros para niñas, aunque en el parvulario de este centro se admitían alumnos de corta edad.

Yo vivía en la C/ Santa Paula nº 11, paralela a la Gran Vía. El itinerario que realizábamos mi hermana y yo, de lunes a sábado, hasta llegar al colegio era el siguiente: Lo iniciábamos en Santa Paula un grupo de amigas, después se añadían más conforme íbamos avanzando en el recorrido, seguíamos por Candiota, atravesábamos San Jerónimo en toda su anchura para meternos por una callecita, que no recuerdo el nombre pero sí que en su esquina había una freiduría donde hacían unas patatas fritas riquísimas, se vendían en cartuchos de papel, al final desembocábamos en nuestra añorada y deseada plaza de La Trinidad. Era nuestro lugar de encuentro antes de que dieran las nueve y el timbre reclamara nuestra presencia a la puerta del colegio, igual ocurría a las tres de la tarde. Entonces se acababan los juegos, las charlas, las compras en los quioscos, y los proyectos para la tarde y para el domingo.

Cuántos recuerdos me vienen al reconstruir este itinerario y repito que sí, que soy la niña de los tirabuzones que va de la mano de Maru, mi hermana mayor. Siempre que llegábamos a la plaza nos encontrábamos con un gran bullicio de uniformes blancos que, al modo marinero llevaban una especie de capalina anudada al pecho con un gran lazo rojo.

El lugar se llenaba, mañana y tarde, de vida y alegría con ese ir y venir de niñas de todas las edades. Recuerdo a mis primeras maestras, Doña Paca (Párvulos) y Doña Nati (Primaria) y el de alguna compañera como María Gracia, Pepi o Amparito.

Mi colegio tenía un gran portalón que daba al patio principal en cuyo centro había una fuente rodeada de macetas, casi todas era aspidistras con sus largas y frondosas hojas verdes; frente al portalón y pasando la fuente estaba la hermosa escalera de mármol blanco, tan fría en los inviernos, ella daba paso a los pasillos que distribuían las distintas aulas según las edades y conocimientos de las alumnas. Pero volvamos al patio principal, también había otro patio donde estaban los servicios.

En el lateral izquierdo se encontraba la vivienda del portero y en el de la derecha, el salón de actos donde con frecuencia celebrábamos acontecimientos y fiestas importantes; entonces nos reunían a todas, mayores y pequeñas. Era especial la celebración de la Navidad. Montaban un belén precioso y algunas profesoras se encargaban de preparar un ‘teatrico navideño’. Yo era muy pequeña y no me daban papel alguno en aquellas funciones, a mi hermana Maru sí, que era muy decidida y como yo iba con ella, una vez, me vistieron de ángel para que custodiara el portal. No tenía que hablar nada, solo estar de pie con las manos juntas como si estuviese orando, era muy sencillo y me atreví a hacerlo. Estaba guapísima entonces con mi túnica de raso blanco, e importante con mis alas, también blancas (soñaba que podía volar), me gustaba mucho aquella diadema de brillo que me colocaron sobre la frente, pero ¿sabéis? tuve un problemilla que nunca olvidé. Tenía que estar todo el tiempo con las manos juntas y ¡no había manera! ¡hacía tanto frío!, mis manos se curvaban y no podía obedecer a la profe que continuamente me decía: ¡Esas manos más juntas, derechas!
De aquellos años y otros, cuando me hice algo mayor conservo un poema navideño con el que trabajamos una Navidad, lo conservé durante mucho tiempo y de tanto leerlo me lo aprendí de memoria; tanto es así que en tiempo actual lo recito a mis nietos todas las navidades, incluso he hecho varias copias que las reparto entre ellos y sus padres con la ilusión y el deseo de que, cuando ya no esté esta abuela entre ellos tocando la zambomba y cantando villancicos, me recuerden con alegría y cariño. Nunca supe de su autor, tal vez no me lo dijeron entonces o tal vez yo, por descuido, perdí ese dato, lo voy a escribir aquí por si algún lector o lectora se anima a memorizarlo y lo difunda entre los suyos. El poema está lleno de ternura, pero tampoco recuerdo el título ¿qué os parce si le ponemos “Cuento de Navidad”?

CUENTO DE NAVIDAD

Caía, caía la nieve menuda y pausada
cubriendo colinas, oteros y valles
caminos y zanjas.

Tras de los cristales, en lujosa estancia,
una madre contaba a su hijo de brujas
y magas, leyendas extrañas.
¿Sabes? Le decía mientras le besaba,
esta noche es Noche de Reyes
y a las doce en punto por los aires pasan,
y a los niños que son siempre buenos
les traen juguetes de tierras lejanas.

Si pones tus botas en esa ventana, ya verás
cuántas cosas, en ellas, de los Reyes Magos
encuentras mañana.

Caía, caía la nieve menuda y pausada
cubriendo colinas, oteros y valles
caminos y zanjas.

Tras de los cristales, la madre y el niño
bajar lentamente los copos miraban,
cuando un chico harapiento y descalzo
la calle cruzaba.
¡Mamá! Exclamó el niño, ¡Mira ese
que pasa! es un pobre que no tiene botas
no podrá ponerlas sobre su ventana,
y los Magos que traen golosinas
no van a dejarle juguetes ni nada.
¿Le digo que venga? Llámale tú, ¡anda!
Tengo dos zapatos y le voy a dar uno
y cuando los Magos pasen por su casa
ya sabrán que allí duerme otro niño
y pondrán juguetes de tierras lejanas.

Caía, caía la nieve menuda y pausada
cubriendo colinas, oteros y valles
caminos y zanjas…

La Autora

El libro “Campanitas del valle” va dedicado a las abuelas, así lee su dedicatoria: “A todas las abuelas que se esfuerzan por mantener las tradiciones cristianas, tanto dentro como fuera de sus hogares, en un mundo donde la religión y las creencias se van debilitando lentamente”.

Otros libros de Encarna León recomendados para estas fiestas de Navidad y Reyes: QUERUBINES, con ilustraciones de Helena Segura y CAMINOS DE MUÉRDAGO, con ilustraciones de Amalia Jiménez.

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