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Atril ciudadano

Esto no puede seguir así

Soy un vecino de la Urbanización San Lorenzo. Lo que les voy a relatar es más propio de una comedia de Sáenz de Heredia (sí, recuerden, aquella de Dº Erre que Erre) que de una ciudad seria, a la que aspira ser la nuestra.

Los vecinos de este barrio o zona de Melilla (no los he contado, pero seguro que sobrepasan el millar) venimos soportando estoicamente las cientos de actividades lúdicas, deportivas y de todo tipo que a nuestros dirigentes se les ocurre organizar: fútbol playa, running (por cierto, si no corres hoy en día eres un asocial, ya se sabe, las modas…), carreras nocturnas, triatlón, música, pádel playa, skate, actuaciones musicales, y un largo etcétera difícil de recordar, a las que debe añadirse las Ferias Patronales. Todo ello en la Plaza de San Lorenzo y en la propia playa (multifuncional, dicen, yo creo que mejor bautizarla como multi-desesperante).

No es suficiente que el speaker (anglicismo para encubrir la palabra de vocero oficial, pues lo mismo te narra un partido de básquet que un baile ochentero) cante las hazañas de nuestros deportistas y gestores, sino que, a ello se añade una fuerte dosis de música a todo tren. No le importa a nadie que aquí viva gente mayor, discapacitados, enfermos, niños pequeños, o simplemente personas que trabajan y quieren descansar, y se torna en insoportable aguantar fin de semana tras fin de semana la música irritante y machacona.

Es increíble que quien debe proteger y cumplir con la normativa del ruido le entre por un oído y le salga por el otro, nunca mejor dicho. Es evidente que, como siempre afecta a los mismos, el resto de ciudadano hasta apunte una malévola sonrisita (“que se fastidien, que son unos pijos“, suelen pensar).

Ya está bien. Pero lo que es inadmisible es lo que me ocurrió este sábado por la noche. Verán. Regresaba yo sobre las diez de la noche, después de acercar al crío a cenar al barrio del Real, y compruebo con incredulidad cómo no puedo acceder a mi casa y garaje con el coche. Después de buscar desesperadamente un acceso, y dar vueltas y vueltas desesperadamente, compruebo con incredulidad que se han “olvidado” de establecer un acceso a los vecinos del barrio.

Intento, en última instancia, entrar por la calle adyacente a la comisaría de la policía nacional y el agente municipal me lo impide. Le insisto, “¡oiga, que vivo enfrente!”.

El agente persiste con desdén y: “caballero (por cierto, no me gusta esta expresión, pues se utiliza con cierta ligereza), aparque por donde pueda y vaya andando a su casa”. Persisto en mis argumentos: “¡¡ustedes no pueden cortar la vía a los propietarios, mi familia me espera, hay discapacitados en esas viviendas!!” le espeté. “Lo siento”, me responde, “presente una denuncia, yo cumplo órdenes”. ¡¡Pero oiga!! en fin, nada pude hacer ante la cerrazón del agente. Los voluntarios que estaban con el policía esbozaron una leve sonrisa; era su momento de gloria (pensarían, “otro paisano cabreado, todo sea por el running”).

A punto estuve de decir que iba a participar en la carrera, y así intentar una compasiva respuesta municipal, pero, en fin, no se lo iban a creer, más que nada por mi indumentaria o la falta de dorsal ( no se crean, podría pasar por atleta).

Bien, pues me presenté en el cuartel de la policía local, más que para presentar una denuncia (por cierto, seguro que se partieron de risa con la situación), que no servirá para nada, para expresar mis quejas por escrito y evitar que en el futuro se vuelvan a cometer estas tropelías con los de siempre, los vecinos de San Lorenzo, hartos de comprobar que nadie nos hace el más mínimo caso, que nos tomen por pasivos, rayano al pasotismo. Esta situación debe terminar.

Bueno, después de dar vueltas y vueltas con el coche, al final terminé tomándome una cervecita en un bar de la ciudad, esperando a que terminara la carrerita. No hay mal que por bien no venga. Pero eso sí, la próxima no seré tan condescendiente y flemático; y como yo hay muchos más, una mayoría silenciosa. El vaso puede que se haya llenado.

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