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Elogio del adefesio

Las “autoritas” que allí se encontraban observaban con mucho interés lo destapado por la bandera. Se ponen en orden de competencias y la primera autoridad no sale de su asombro por la enorme marmita. Nadie toma la palabra hasta que inicia con una observación Sor Merengue del rectorado transido: ¡Qué maravilla! Tener un Botero en Melilla Este jueves por la mañana paseaba por la circular plaza de España y me encontré como una inmensa minoría que miraba sorprendida lo que allí se exponía. Un viejo del lugar recordaba que el monumento fue bajo la bandera tricolor. Otro le decía tri no, trans. A lo que respondió una señora relamida: eso es en otro lugar, aquí estamos para inaugurar “Melilla en flor”. El paseante observó una escultura oronda donde las haya.

Las “autoritas” que allí se encontraban observaban con mucho interés lo destapado por la bandera. Se ponen en orden de competencias y la primera autoridad no sale de su asombro por la enorme marmita. Nadie toma la palabra hasta que inicia con una observación Sor Merengue del rectorado transido: ¡Qué maravilla! Tener un Botero en Melilla. Gracias Hassan por ser tan erudito en arte. Se oye una voz en off “Señora eso no es de Botero, es un adefesio en el mundo entero”.

La complaciente templadora de gaitas dice: “Hombre no es para ponerse así”. Los demás miembros de la cabalgata de cargos se quedan callados a la espera que alguien diga unas palabras más sensatas. Todos giran la vista hacia sor Soberbia que todo lo presenta, que todo lo glosa, que todo lo introduce, vamos que es la guinda en el pastel y el muerto en el entierro y, como no podía ser, toma la palabra y cita la crítica sobre esta obra maestra de un tal Velasco De Aladis Gardener (Journal of Vacuous and Dilapidated Art, 2021, p. 77):
“Se infiere que, con la volumétrica pieza expuesta, se erradican las lindes entre las categorías subalternas de lo kitsch, lo camp y lo feo en sus propias dimensiones estéticas, tan solo superados por “La Fuente” de Duchamp. Trasciende la sublimidad efímera de lo bello, reinventando el Arte Pompier y el avant-guard más acomodaticio y mercantil. La pulcritud de las orondas lindes que se aperciben, con amenazante lentitud, de la femme-fleur desde el crátero interior de la cóncava arquitectura (maceta) obliga al recuerdo del maestro del inmarcesible movimiento de vanguardia bautizado como Disumbrationismo, el almo Pavel Jerdanowitch y su magna obra “Exaltación”, asimismo conocida como “Sí, no tenemos bananas”. Forzoso el paralelismo, pues su pintura reivindicaba la emancipación de las féminas con la plástica representación de una infatuada indígena que, blandiendo el tropical fruto, impregnaba la escena con la satisfacción indulgente de quien acaba de cercenar la testa de un misionero, nítido emblema del catequista colonizador occidental y cuya calavérica mismidad otea en lontananza en estaca triunfante. Ergo, la femme-fleur, en idéntico ademán, brota germinal y sacra de los ínferos de la oscuridad silenciosa del falso aposento, calabozo o marmita, en pletórica desnudez, cual símbolo victorioso y puro, sobre el opresor colonialista o macetero.”
Todos quedan exhortos ente la gran cita crítica de la obra que ha pronunciado su buque insignia de la cultura. Nadie se ha enterado mucho, dado lo ingrato que es este gobierno con la lectura.

Un vendedor de la Rifa de la Caridad observa estupefacto el volumen mamario de la escultura y grita: La gallina, la lavandera, la dama y el niño para hoy.

Uno con unos pocos años comenta a mí me gustó mucho una película Amarcod de Fellini cuando un niño gritaba “Io voglio una donna”. Esta no sirve para nada en lo que pensaba el muchacho.

La comitiva se despidió susurrando y cada uno se fue a su garito como es habitual.

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