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El valor político de la inmigración

Inmigrantes corriendo

La vergonzosa cesión que han hecho Sánchez y sus lacayos (antes PSOE) del control de la inmigración en Cataluña, es un importante indicador del valor político de esta. El que los separatistas hayan accedido, en el último minuto, a abandonar el congreso para permitir la aprobación de unos decretos sanchistas, es una corroboración de este valor político en la España actual. Los separatistas mantienen la espada sobre la cabeza de Sánchez, y lamentablemente a su través del futuro de España, reafirman su control absoluto sobre el actual gobierno y obtienen, a cambio, una competencia que es exclusiva del estado, prácticamente en todos los países del mundo cualquiera que sea su sistema político. Esto es aún más verdad en la Unión Europea, donde las políticas de inmigración intentan ser coordinadas y subvencionadas conjuntamente.

A partir de ahora ¿será preciso que un representante del ‘no estado catalán’ se siente a la mesa con los representantes de los estados de la Unión, cuando se vayan a discutir temas relacionados con la inmigración? ¿Habrá Sánchez reconocido, de hecho que no de derecho, la estatalidad de Cataluña? Parafraseando al astronauta Armstrong, se podría decir que esta rendición sanchista es un pequeño paso para Sánchez y un gran salto para los separatistas.

Ya comentamos las ventajas e inconvenientes que supone la inmigración para el país que la recibe. Pero el caso de la inmigración irregular es diferente, ya que se trata de una vulneración de la legalidad vigente. Si se condona la ilegalidad de la inmigración irregular, generalmente por supuestas o reales circunstancias humanitarias ¿por qué no se aplica el mismo principio al ciudadano que roba por necesidad? ¿o al que deja de pagar la hipoteca porque las circunstancias le obligan a ello? O en tantas y tantas situaciones similares. La ley debe ser aplicada siempre y, si la ley es inadecuada, se debe cambiar, nunca eximir de su cumplimiento.

Escribo supuestas o reales circunstancias humanitarias porque, en muchos casos, las razones que fuerzan a la inmigración son realmente de fuerza mayor, pero también hay muchos casos en que se trata simplemente de obtener un mejor nivel de vida. Ello se observa claramente en el caso de la inmigración ilegal de México a Estados Unidos. Para esos muchísimas miles de inmigrantes ilegales, millones, no existe una amenaza a su vida, o a su mínimo vital, pero claramente mejoran su calidad de vida al trabajar en Estados Unidos. Aunque ello suponga la existencia de familias, incluso de pueblos casi completos, en las que los hombres viven ilegalmente en Estados Unidos y mandan dinero a sus familias, que permanecen en México. Hasta que, a veces, forman otra familia en Estados Unidos y abandonan a su familia mexicana.

Los emigrantes aumentan la presión en los costes sociales del país que los recibe y, en cambio, disminuyen la presión en su país de origen, que ve con agrado como el país recibe mucho dinero de los emigrados y además no tiene que atender a los costes sociales que su presencia representaba. Para los países que no son capaces, o sencillamente no quieren, atender a las necesidades de sus ciudadanos, la emigración representa una doble ganancia.

En Europa, el efecto llamada que supone la laxitud en la aplicación de la ley, hace que el número de inmigrantes ilegales haya crecido exponencialmente. El saldo migratorio de España con el exterior fue positivo en 727.005 personas en 2022, el más elevado en 10 años. En 2023 la inmigración irregular creció en un 82% ¿Hasta qué punto es sostenible esta situación? Un informe del ‘Tribunal de Cuentas’ francés proporciona datos muy válidos, en relación con esa pregunta. Además, el informe y sus conclusiones son fácilmente exportables a nuestro país, dadas las similitudes existentes.

El estudio abarca a 13,8 millones de inmigrantes y descendientes directos, es decir, el 20% de la población residente en Francia. El coste de la inmigración para el Estado ha pasado de 17.400 millones de euros en 2012 a 40.300 millones de euros en la actualidad. En comparación con 2012, los ingresos aumentaron un 23%, pero los gastos aumentaron un 64%. El coste adicional de la migración irregular es de 3.770 millones de euros. La rentabilidad de la asistencia oficial para el desarrollo -el envío de dinero y otras ayudas a los países de procedencia de los migrantes- que está destinada a frenar los flujos migratorios, es casi nula; el ejemplo concreto del continente africano refleja que Francia ha invertido allí 2.450 millones en ese concepto, pero la inmigración no solo no ha disminuido, sino que ha aumentado.

En Francia, la gestión de las fronteras se considera catastrófica, ya que prácticamente nunca se llevan a cabo controles de identidad y no se recopila información seria. Las administraciones y los tribunales responsables de las deportaciones están totalmente saturados, ya que el número de órdenes de salida emitidas ha aumentado en un 60% en los últimos cinco años, mientras que el número de personal encargado de tramitarlas solo ha aumentado en un 9%. Tan solo el 10% de las órdenes de deportación emitidas se cumplen, lo que envía la señal equivocada a los potenciales inmigrantes ilegales. Si consiguen entrar, hay un 90% de posibilidades de que se puedan quedar.

El ’melting pot’.

Para que la inmigración sea asumible a medio y largo plazo se debe forzosamente producir, por parte de los inmigrantes, una asimilación con la cultura local. Si hay muchas personas que quieren venir a España, o a Estados Unidos, o a Francia o cualquier otro país, es porque la cultura de ese país permite un nivel de desarrollo que la cultura en el país de origen no permite. Los 13 km del estrecho de Gibraltar o, aún más claro, los entre dos metros y medio o quince metros del Río Bravo, que separa México de Estados Unidos, no pueden de ninguna forma explicar las abrumadoras diferencias en nivel de desarrollo entre ambas orillas. Si han tenido la oportunidad de realizar ese cruce se habrán sorprendido de cómo unos pocos metros suponen una diferencia de, como mínimo, muchas decenas de años en nivel de vida. En Jerusalén también se puede observar claramente ese fenómeno.

Si la cantidad de inmigrantes que no aceptan la cultura del país que los recibe es suficientemente grande, esa cultura está llamada a desaparecer y, consecuentemente, a reproducirse las condiciones que, unas décadas antes, motivaron la inmigración. Una sopa de lentejas a la que le añadimos una gran cantidad de garbanzos deja de ser sopa de lentejas.

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Gonzalo Fernández

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