No se trata simplemente de asegurar más educación, con el consiguiente mayor gasto, para seguir luego “en lo de siempre”, sino, por el contrario, de un esfuerzo mucho mayor a favor de una educación renovada y de un aprendizaje a lo largo de toda la vida, con rigurosa exigencia de rendimientos tangibles y al servicio de resultados sociales, culturales, científicos y …
…tecnológicos, además de económicos. La educación permanente así como los más novedosos procesos de aprendizaje tienen que plantearse a qué tipo de sociedad pretenden servir y qué tipo de sociedad quieren contribuir a conformar. La educación debe servir, en todo caso, para aprender a asumir cada cual el esfuerzo y la responsabilidad para trabajar en equipo desde un enfoque interdisciplinario, desde una activa participación democrática en cuanto sirva a la convivencia pacífica multicultural y multirracial. Una educación que forme cabezas con criterio desde los valores de las convicciones libre y coherentemente asumidas, ha de impedir la miseria moral de, por ejemplo, la drogadicción esclavizante, la violencia o el terrorismo. Una educación que prepare para un mundo en progresivo y rápido cambio, contribuirá a aportar soluciones individuales y colectivas a los problemas globales y a largo plazo.
Por último, una educación apropiada de adultos es esencial para mantener la actividad intelectual, factor principal para favorecer que se conserven en buenas condiciones las facultades mentales y físicas. Esa actividad intelectual y formación de adultos ayuda también a morir en paz y con dignidad humana. Además, la pedagogía del ejemplo de los mayores es una de las principales aportaciones a la convivencia ciudadana y la herencia más valiosa para las nuevas generaciones.
Por lo tanto, las razones para la esperanza de un futuro mejor son abundantes ante el conocimiento disponible, siempre y cuando cooperemos todos para que fructifiquen. Para ello es preciso profundizar y extender el saber, además de vivir acordes con concretos valores éticos y morales, comenzando por una auténtica solidaridad y tolerancia. Tal ha sido siempre la convicción profunda de los educadores y de cuantos han tratado y tratan de trabajar honestamente en favor de la paz y del bienestar de los pueblos.
Lo que ha faltado sobre todo, una y otra vez, ha sido una visión amplia, unos objetivos prioritarios bien definidos, realismo en las estrategias y tácticas para la ejecución de los planes, autonomía suficiente de los centros educativos para el logro de una calidad total, medios financieros y materiales adecuados, aprovechamiento sensato de las nuevas tecnologías disponibles, actitud positiva y responsable en favor de la creatividad y de la innovación. Tampoco han predominado el buen sentido necesario para adaptar todo ello a la respectiva identidad cultural y a las legítimas aspiraciones y modelo de convivencia y progreso de cada sociedad en el marco de una cooperación internacional activa y operante.
A mi modo de ver, la razón de tantas limitaciones y dificultades recurrentes es la falta de una conciencia política, social y económica de la opinión pública y de sus líderes sobre el papel decisivo que juegan los bienes de la educación para resolver los problemas mundiales más candentes y para lograr las respectivas metas más ambiciosas deseables a medio plazo, gracias a medidas, métodos y modalidades concretos y diferenciados para cada caso. Para ello hubiera sido esencial e indispensable promover y mantener un debate vivo, continuo, profundo, realista y directo entre todos los interlocutores (padres, alumnos, educadores, sectores productivos, administración, líderes religiosos, políticos, empresariales, sindicales y demás). Un debate sin altibajos oportunistas, que fuera aportando soluciones adaptadas a las cambiantes circunstancias y que hubiera permitido evaluaciones cuantitativas y cualitativas periódicas realmente objetivas a fin de retro-alimentar las sucesivas mejoras y modificaciones. Tales empeños debían partir, en cualquier caso, de una propuesta referencial coherente.