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Carta del Editor

Demasiados cobardes

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Y el sentido común nos dice que en unas fronteras como las de Melilla y Ceuta con Marruecos, en las que la diferencia de renta per cápita entre los dos países es la mayor entre todas las fronteras del mundo, eliminar las fronteras sería tener que acoger en las dos ciudades españolas norteafricanas a varios millones, ya no tanto de subsaharianos, sino de nuestros vecinos marroquíes. ¿Estamos gobernados por un gobierno de cobardes? Eso, pero no como interrogación, sino como afirmación categórica, es lo que repite, con su habitual insistencia y rotundidad, Federico Jiménez Losantos en su emisora de radio. Es una pregunta interesante, porque los hechos, lo que está pasando con los independentistas, separatistas y anticonstitucionales catalanes, por ejemplo, demuestran que la valentía en las respuestas gubernamentales no es precisamente la norma, sino (de haberla) la excepción. La cobardía, la falta de ánimo y valor, es una actitud especialmente frecuente en España entre los gobernantes de la derecha, el centro-derecha, los conservadores o como quiera llamárseles. Parte tal cobardía de la absurda, infundada, falsa superioridad moral de la izquierda, que los populistas, muchos intelectuales y no menos periodistas han propalado durante muchos años, a pesar de que la evidencia, los hechos, incontestables, venían demostrando todo lo contrario con absoluta claridad y durante muchos años. Eso lo va comprendiendo y aprehendiendo cada vez más gente… pero no muchos de los políticos "de derechas", que parece que siempre están intentando hacerse perdonar unos pecados… que nunca han cometido, sino que, más bien, los cometieron (con la historia, que es muy interesante conocer y leer, como testigo) los "de izquierdas".

No quiero incurrir, como los populistas o los lamentables jefes "podemitas", en proponer soluciones fáciles, e imposibles de aplicar, a problemas complejos. No pretendo decir que unos, los "de derechas", sean los buenos y los "de izquierdas" los malos. Como digo muchas veces, buenos y malos los hay en todas partes, en la judicatura (por supuesto), entre los periodistas, entre los políticos, entre los/las fiscales, entre los capitanes, entre los empresarios, los sindicalistas, los onegeístas, etc., etc. Pero sí afirmo que la derecha no tiene, frente a la izquierda, nada de lo que avergonzarse como principio. También afirmo que gobernar con cobardía es gobernar mal y que, si estás gobernando, intentar quedar bien con todo el mundo -o que te perdone aquél a quien no has agraviado- es, además de imposible, terminar dañando a casi todo el mundo. A la política, especialmente ahora, tal y como está la cosa en España y en Melilla muy especialmente, no se pueden dedicar, o más bien no se deberían (porque poder ya vemos que sí se puede) las personas que tienen miedo, que son cobardes, que pretenden quedar bien con todo el mundo. El pasar inadvertido no es un valor, aunque pueda ser rentable a corto plazo. Lo valioso es -especialmente en política- tomar decisiones, arriesgarse, actuar en lugar de pasar, decir sí, a veces, y no, otras veces (no siempre sí, para luego no querer o no poder cumplir lo prometido).

Un ejemplo claro sobre ese intento de quedar bien, de nadar a favor de corriente, es lo que está pasando con las vallas de Melilla. Lo políticamente correcto, lo que apoyan los lamentables podemitas y casi toda la izquierda, además de la mayoría de los sindicalistas y muchas organizaciones no gubernamentales (que viven, algunos muy bien, de los conflictos) es que entren en Melilla, y en Ceuta, todos aquellos que quieran, pobrecitos, con lo mal que lo están pasando en sus países. Incluso Carmena, la increíble alcaldesa de Madrid, asegura que los inmigrantes entrados ilegalmente en España, son los mejores, y en el frontispicio del Ayuntamiento de la capital de España luce un enorme cartel con el anuncio, en inglés, de "Refugees Wellcome". Incluso en el Congreso, dominado ahora por los populistas y sus compañeros de viaje, la Comisión de Interior acaba de aprobar una proposición, no de ley, para que se deroguen las leyes que permiten los rechazos en frontera de los inmigrantes ilegales en las vallas de Melilla y Ceuta.

Desde luego, las vallas son feas y, me parece, a los únicos que les gusta, incluso estéticamente, es a los traficantes de seres humanos, que han encontrado con todas estas peripecias que terminan en el asalto a las vallas, con esta forma de moderna esclavitud, han encontrado una verdadera mina de oro, más rentable incluso que el tráfico de drogas. Pero, en este caso, no puede primar la estética, ni la compasión por los afligidos (y esquilmados), ni las soluciones buenistas y fáciles, sino el sentido común, aunque este sea el menos común de los sentidos. Y el sentido común nos dice que en unas fronteras como las de Melilla y Ceuta con Marruecos, en las que la diferencia de renta per cápita entre los dos países es la mayor entre todas las fronteras del mundo, eliminar las fronteras sería tener que acoger en las dos ciudades españolas norteafricanas a varios millones, ya no tanto de subsaharianos, sino de nuestros vecinos marroquíes. Ese sería un problema no sólo imposible de solucionar por melillenses y ceutíes (e incluso por la alcaldesa podemita madrileña, porque es de suponer que en su casa no cabrían tantos millones de personas, a las que, a pesar de ser muy rica, tampoco podría alimentar, supongo), sino por España, primero, y Europa, a continuación.

El delegado del Gobierno en Melilla, Abdelmalik El Barkani, recordaba el pasado jueves, muy acertadamente, que vigilar las fronteras y evitar la inmigración ilegal, masiva y forzada, "por sitios que no están habilitados", es un imperativo, una razonable y razonada imposición, de la Unión Europea. Y acertó también el delegado respondiendo a la diputada podemita navarra, Ione Belarra, que en Melilla "no hay estado de excepción alguno", aunque quizás sí debería haberlo en la navarra Alsasua, donde una masa de cobardes agredió a dos guardias civiles y sus parejas, indignando a la inmensa mayoría de los españoles (entre los que me cuento, como indignado, además de como español) y muy especialmente a la mayoría de los navarros que padecen, me consta y he tenido la ocasión de comprobarlo una vez más durante mi último viaje a Pamplona, con las "hazañas" de esta plaga de violentos y cobardes matones pandilleros que tanto daño están haciendo, especialmente, a Navarra.

También me parece oportuno el resumen que hizo el jueves Daniel Conesa sobre lo que le parecía la proposición de ley aprobada en el Congreso derogando los rechazos en frontera y pidiendo la retirada de las concertinas de las vallas (vallas que fueron instaladas por el PSOE, que fue uno de los partidos que aprobó esta semana la proposición de ley, pidiendo que se retiren). Conesa calificó la proposición de los diputados (lamentable la composición, la formación, la imagen, del peor Congreso que España ha tenido en su historia) como "una soberana memez y una pérdida de tiempo, porque la medida carece de efectos prácticos, porque ni se va a derogar (el rechazo en frontera) ni se van a quitar las concertinas". Puro sentido común.

Posdata. Magnífica impresión la que me causó el actual jefe de la Inspección de Trabajo en Melilla, Saturnino Martínez. Me pareció una persona muy bien preparada, muy educada y con las ideas muy claras sobre lo que es su función pública, cuyo buen y justo funcionamiento es muy importante para Melilla. No es habitual encontrar a funcionarios que tienen muy claro que ellos están al servicio de los ciudadanos, no al revés. Saturnino, a diferencia de lo que, desgraciadamente, ocurrió con alguno de sus antecesores, sí tiene claro eso, y me lo demostró, con claridad y valentía, cuando calificó como vergonzoso, injusto e inadmisible lo que algunos de sus compañeros y otros tipejos (con algún medio de falsa comunicación incluido) intentaron hacer conmigo hace unos meses. Fallaron, se impusieron la razón y lo justo, su denuncia fue archivada y ahora sé que Saturnino participó, en lo que pudo, para que se hiciera justicia. El no fue un cobarde.

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