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El rincón de Aranda

“De soldado a soldado: ¡Viva España!”

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Esa era la expresión que usábamos en Correos, cuando dábamos salida a un objeto privado, de un funcionario postal, dirigido a un compañero de otra población; claro que siempre lo franqueábamos con un sellito de nuestra Asociación Benéfica de Correos. Era una reminiscencia que quedó en los antiguos compañeros, de cuando a los “Soldados de África”, por Real Decreto, no se les cobraba el franqueo que enviaban a sus familiares. Pues sí, mi querido compañero Salido, ambos somos del Glorioso Cuerpo de Carteros Urbanos, y no entrecomillo nada. La verdad es que, en la réplica que me haces, te he leído con fruición de la estación en que estamos, la Primavera, y me has hecho retrotraerme a nuestra niñez: tú en el Monte de María Cristina (de Habsburgo y Lorena), como decía mi padre, y yo en el Callejón del Aceitero, Castellón y Ataque Seco. Mis primeros pasos postales fueron en marzo del 63, en plena dictadura, en la Ciudad Condal, y años más tarde hice un aterrizaje, voluntario, en la ciudad de mis ancestros, ya que soy tataranieto, biznieto, nieto, hijo, padre y abuelo de malagueños, o sea: “casi ná de ná”. Mi jubilación, después de 38 años, me “pilló” como jefe de la Suc. 7 del Parque del Sur, en Málaga. Sé que algunos paisanos se encuentran en la disyuntiva de ser melillense o de la ciudad en que residen en la actualidad; pero yo carezco de ese dilema: porque mi madre, como ya he dicho muchas veces, me parió en el Callejón del Aceitero, entre Duque y Castellón, y mi niñez y primera juventud transcurrieron por esas vetustas y añoradas calles de nuestra ciudad. Por otra parte tú bien sabes que en Correos, por razones obvias, al clasificar los objetos que pasaban por nuestras manos, la gran mayoría, hemos sido, y aún seguimos siendo, lectores empedernidos, tanto de raros nombres y apellidos, como de remites de poblaciones nacionales, o internacionales. A mí, los nombres que se hallan rotulados en las calles, siempre me han apasionado, indagando el motivo, quiénes fueron y por qué lo colocaron en las esquinas. Si como dices, que sueles leer mis modestos escritos, habrás comprobado que, como mosca cojonera, o mangangá, estoy muy interesado en que las autoridades del Palacio de Enrique Nieto, retiren el rótulo de Napoleón de una de nuestras calles; aunque por el tiempo que llevo dándoles el coñazo, me da en la nariz, como decía el fraile, que tienen: “Neutralidad, cachaza, y mala intención”. Mis ideas progresistas, como dices, las adquirí desde que me desprendí de la “visera” de los 12 kms. de nuestra “Adelantada Ciudad al Glorioso Movimiento”, que alguien debió confundir, aquél 17 de julio, en el edificio de la Comisión Geográfica, o de “Límites”, en la Alcazaba. No soy ni “sociata” ni “comunistoide”, pero sí de izquierda liberal, con espíritu cívico predeterminado, y con las inclinaciones religiosas heredadas, que he ido corrigiendo y encauzando hasta solo sentir un inmenso respeto por ellas, donde mi desinterés y mi inteligencia me lo han permitido; y como decía Sancho: “Desnudo nací, desnudo me hallo; ni pierdo ni gano”. Sobre la “Casa del Cura”, a que te refieres, ¡ay!, esa Casa del Cura, cercana al Cementerio: Recuerdo que un día, cuando solamente circulaba la regadera colorada de mi padre, de Bomberos, y los carros de las basuras por Horcas Coloradas, en dirección a las esterqueras, porque de coches y motos, en los años 50, ya sabes que casi nadie tenía; uno de los “andarríos” que jugábamos a la pelota, en la cercana arboleda de eucaliptos, de una patada boleada cayó a los pies del cura, que merendaba en su porche. Entonces el “buen cristiano”, muy parsimonioso, creyendo nosotros, todos los chaveíllas, que nos la iba a devolver, se levantó y se metió dentro de la casa; y nosotros, esperanzados, y algo acojonados, esperando su vuelta y la devolución del modesto balón, vimos que volvió, sí, pero sin la pelota, a sentarse para seguir tomándose su cafelito, y leer su breviario de pastas negras. El dueño de la pelota, que era de la calle Sagasta, no sabíamos como consolarlo, al pobrecillo. A ese “buen” sacerdote, que andaba siempre como toro picado de tábano, cabreado e iracundo con los niños que alborotábamos cerca de su casa, en las horas de la siesta, le debimos cantar: “El buen Abad de lo que canta yanta, como el de Compostela, que se comió el cocido y aún quiso cazuela”; y además sin haber dado un palo al agua en su “casta” vida. Del balón, “in sécula seculórum”, nunca más se supo.

Bueno, mi querido compañero, Antonio Salido, aunque me veas en este bello “Rincón”, quiero que sepas que siempre lo abandono para depositar mis artículos en el casillero correspondiente, como antaño troceábamos y clasificábamos los apartados, nuestros distritos, y los barrios de reparto. Recibe un abrazo, y que este epistolario no decaiga.

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