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El Torreón del Vigía

Avenida siempre Avenida

A la Calle Mayor aquí la llamamos Avenida. Y los renglones de muchos de los que aquí nacimos se empezaron a escribir paseando, en un café, en “La Española” o en Boix, en sus tiendas o entrando en “La Campana” o en “La Palma”. Rusadir fenicia. Melilla eterna que era capaz de dibujar en los rótulos de dos aceras el contorno de todas las tierras de España. Calle entre plazas, entre héroes. Los hispanos, con el legionario y el león; los de las Campañas que no dejan de mirar al Gurugú y el de Igueriben, de nombre, Julio; apellido, Benítez, y de empleo, Comandante. Y sin salir de ella se encontraba de todo, de oriente y de este occidente que siempre miró el eterno sueño del Rif. Un día paseando con mi tía Carmen por Málaga me dijo como ha cambiado Melilla ya no hay tiendas de hindúes. Pulcros uniformes castrenses en tardes de paseo con la risa pintada en una cara mientras se hacían colas en Telefónica, o degustando un bocadillo en la “Flor de Melilla” o en “Solís”. Cultura en las carteleras del “Nacional” y el “Monumental”. Milicia que siempre dio vida a esta tierra y en tantas ocasiones entrego la suya. Y ahí el Sagrado Corazón. Fe compartida que en el Llano sigue aquella de nuestros mayores, entre murallas y ante el Altar de la Victoria. Domingo, salida de la Misa de doce, casi como aquel famoso documental de Eduardo Jimeno que en 1.896 supuso la primera película de la historia del cine español filmando a la misma hora a los fieles en el Pilar de Zaragoza. Melilla evoca “La Reconquista”. Aquella que fue Hija de Marte, buscaba ansiosa la paz después de un Desembarco. Y se volvió modernista entre el trazado de los ingenieros militares y los planos de Enrique Nieto. Casa Melul, la de Tortosa. Mezcla además de art noveau y secesión vienesa. Mire desde la Avenida hacia el mar y vea un estallido entre palmeras, como un oasis que pueda calmar el sol del estío melillense. Y entonces ese reencuentro con el amor de siempre. Caen las horas en el carillón del Palacio de la Asamblea como ayer lo hacía cuando entrabas en “José Madrid” y parecía que se paraba el tiempo. Pero al salir, tanta vida en la Avenida casi te permitía caminar deprisa. Jura de Bandera. Turismo que hacía caja cuando nadie hablaba de él. Centro de encuentro, amplio, que se abría al mundo, y en el que se tomaba el pulso a esta tierra, que te encaminaba a los bares que la rodeaban y que lo volvían a hacer popular. Vida social por Castelar, Pareja, López Moreno y Ejército Español, tapas, raciones, o cocteles en ese ambiente tropical del “Rudi” o en los pinchitos de “Casa Sadia”. La Avenida ese micro cosmos nuestro que escrito en la vida de tantos no podemos perder.

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