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Sobriedad compartida

Apertura y madurez

Lo que pudo haber parecido una moda se afirma en nuestros días con reflexiones y logros importantes. Superada la tentación del New Age, la discriminación budista se afirmó en un realismo lleno de sencillez, de adaptación y de profunda experiencia que abre horizontes ilimitados. El laicismo que surge de la Reforma protestante apoyó la doctrina del individualismo que facilitó el progreso pero que condujo a una experiencia de soledad creciente al constatar una injusticia social insostenible que ahoga el futuro.

Alistair Shearer afirma que el mayor recurso sin explotar de la humanidad, su propia consciencia, ha sido ignorado durante mucho tiempo y así se ha ignorado la posibilidad de unos niveles de realidad distintos a los relacionados con el campo de la objetividad. No es posible seguir considerando la manipulación y reestructuración del orden externo –político, social, económico – como la única solución posible e ignorar la accesibilidad a otros niveles de realidad.

Se percibe un cambio de actitud en todos los campos –médico, ecológico, espiritual- que apunta hacia una visión más amplia de las posibilidades del ser humano.

La cultura ha estado determinada por perspectivas pertenecientes a las dos primeras etapas de la vida: la infancia, caracterizada por la dependencia, y la adolescencia, caracterizada por la reacción hacia la independencia. Nos aguarda la etapa de la madurez caracterizada por la trascendencia de sí mismo. No sería prudente ignorar este camino junto a otras alternativas.

Sostiene Alistair que se aprende a hacer bien aquello que se practica y que la renuncia de los practicantes del budismo originario se puede considerar como una metáfora de la voluntad para superar viejas disputas y emprender viaje hacia el descubrimiento de uno mismo y del mundo. Como el budismo no rechaza religión alguna sino que las respeta, se encuentra en una posición privilegiada para afrontar el desafío del futuro con las conquistas de las ciencias y de las nuevas tecnologías. Emerge un mundo nuevo que, como el nuevo vino, no soporta odres viejos.

La importancia que en la vida del budista practicante tiene la contemplación y el conocimiento de sí mismo reduce la posibilidad de que las fantasías personales lleguen a proyectarse como indicaciones de algún ser divino y provoquen los desastres de los fundamentalismos religiosos. No se trata de cambiar de tirano, ni de dejarse uncir en parecidos yugos, el desafío consiste en caer en la cuenta de nuestra realidad. No es cuanto más mejor ni luchar por las virtudes como esfuerzo de superación. La virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer.

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