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Atril ciudadano

Apaga y vámonos

Ante el nuevo sistema de cálculo del recibo de la luz que el ente regulador (debe ser un ente sobrenatural, a lo Star Wars) cualquier mortal que no sea físico cuántico o matemático logarítmico optaría en apagarlo todo y volver al melancólico e íntimo tiempo en el que las velas daban algo de resplandor en casa. Claro, no a todo el mundo le cabe una chimenea, en un pisito sería como meter un piano en la cocina, pero a los que sí, al menos, la combustión de madera serviría para calentar agua en pucheros, cocinar o aminorar los rigores invernales; lo de lavar la ropa, al arroyo más cercano. Ponga usted atención e intente dilucidar lo que debe hacer para ahorrar consumo y, por ello, dinero al peculio propio. Nos dicen o nos dan a entender que se trata, más bien de cambiar algunos hábitos. Vamos a ello.

Que usted es de los que se ducha por la mañana con agua caliente antes de comenzar la jornada y su termo es eléctrico, pues no, en el cambio está la exquisitez, en la variedad está el gusto. Hágalo de madrugada, preferentemente entre, pongamos, las tres y las cinco, antes del alba, luego vuelva a acostarse y tan amigos, que eso de la costumbre de la ducha matutina se había convertido en, digamos, una vulgaridad.

En el caso que pertenezca a ese común de humanos que cocinan a mediodía y su placa es, así mismo, eléctrica, pues o aprovecha la incursión a la ducha licántropa o, algo más tarde, sobre las seis de la mañana, junto a bostezos, el desperezarse y las legañas, póngase a los fogones, es una hora estupenda. El único problema es confundir pimienta con canela, sal con azúcar o sopa de ajo con torrijas; no es gran inconveniente, ahora que se lleva tanto la cocina de autor y de innovación extrema. ¿Y qué pasa con aquellas personas de afición por la lectura, vocación o necesidad de estudiar?, arréglenselas para ejercitarse a plena luz del día, es más sano y, si no puede ser, acuérdense de los candiles de aceite, cuya luz, a veces tintineante, dará, seguro carácter acogedor a su estancia, ambiente culto, cervantino.
¿Y qué hay de aquello de poner la lavadora?, hasta ahora un hecho simple y diario en familias normales. Eso cambia por los tramos tarifarios, o va al arroyo o el consejo es dejarlo para el fin de semana. No es para convertirlo en un apéndice del merecido relax, no, sino que acumulen la ropa, a riesgo de quedar sin nada que ponerse, y cuando llegue el sábado, lavadora tras lavadora, una tras otra y así hasta veintisiete. Notará como el hogar, del traqueteo y ruido continuos, le viene a dar la sensación de estar en mitad de las cataratas del Niágara, alguna ventaja debía de tener, bucólico. Y además, no piense usted que las antorchas en los pasillos están tan pasadas de moda.

No se sabe bien quién o quiénes han estructurado tan indescifrable enigma, ni quién lo permite ante algo que, sobre todo, afecta a la gente menos pudiente y a todos al complicarle la vida. Una vida que no es que se pretenda nos la atonten y allanen hasta el extremo pero tampoco dificultarla como una carrera de obstáculos o un deporte de riesgo. En ocasiones, esta es una de ellas, hay quienes creen que es mejor volver al campo, tirarse al monte, a la naturaleza, al menos de esta, con sus inclemencias, se sabe lo que ofrece. Hay quienes dicen eso de… apaga y vámonos.

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