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La guerra es demasiado importante para dejársela a los políticos

04 gonza

La frase “la guerra es demasiado importante para dejársela a los militares” es una cita atribuida al político y escritor francés Georges Clemenceau. Muchos políticos profesionales, aquellos que lo único que han hecho en su vida es mini política dicen, y sobre todo hacen, permanente uso de ese concepto, de esa idea, tomando en sus únicas y con frecuencia pésimamente preparadas manos, la dirección de los asuntos de la política de defensa y, aún peor, de la política militar de su país.

Originalmente, esta expresión sugiere que la toma de decisiones en tiempos de guerra no debería quedar exclusivamente en manos de los líderes militares, sino que debe involucrar a toda la sociedad y a los líderes civiles. Clemenceau pretendía enfatizar la importancia de la participación activa de los ciudadanos y la responsabilidad compartida en la gestión de conflictos y asuntos de seguridad nacional.

Es conveniente aclarar ahora algunas de las afirmaciones anteriormente escritas. Si bien Clemenceau se refería exclusivamente a tiempos de guerra, es obvio que la defensa nacional es asunto de todos y en cualquier tiempo. Recordemos la máxima latina “si vis pacem, para bellum” “si quieres la paz, prepárate para la guerra”, atribuida erróneamente al emperador romano Julio César, pero que en realidad deriva de un pasaje del escritor romano de temas militares Vegecio. La guerra se puede ganar o perder en el campo de batalla, pero con seguridad se puede perder en tiempos de paz, por acciones u omisiones de la sociedad en su conjunto y, por tanto, con especial responsabilidad para los políticos del momento, encargados de plasmar las decisiones políticas.

Un ejemplo actual y sangrante de (posible) pérdida de la guerra en tiempos de paz es el de Ucrania, país que tras la caída de la Unión Soviética se convirtió en la tercera potencia nuclear del planeta -después de Estados Unidos y Rusia- con unas tres mil armas nucleares. Con una asombrosa inocencia geopolítica, Ucrania aceptó la entrega de estas armas a Rusia, firmando el llamado Memorándum de Budapest, por el que a cambio de la desnuclearización de Ucrania, los gobiernos de Rusia, Estados Unidos y Reino Unido se comprometían a «respetar la independencia, la soberanía y las fronteras existentes de Ucrania» y «abstenerse de la amenaza o el uso de la fuerza» contra el país. Los líderes ucranianos del momento olvidaron, o no supieron ver, la vital importancia geoestratégica de la disuasión nuclear, la llamada MAD (destrucción mutua asegurada). Ni tampoco supieron ver que, como norma, cuando a una parte le conviene lo suficiente el romperlos, los tratados internacionales son papel mojado y la fuerza se impone. Si Ucrania hubiera conservado sus armas nucleares no estaría sufriendo ahora la infame invasión rusa, para más desvergüenza, país garante en el acuerdo.

Lamentablemente muchos de los políticos actuales, y también los anteriores, tienen como único o principal bagaje, al llegar a puestos de decisión, el haber militado en un partido desde su juventud, sin que hayan desempeñado actividades profesionales de cierta importancia que les capaciten para tomar decisiones en ámbitos tan complejos como la macroeconomía, la gestión de grandes organizaciones, la defensa nacional, las relaciones internacionales y otros relacionados. Su principal experiencia resulta de las luchas fratricidas en el interior de su partido, o en ‘colgarse y adorar’ al que previsiblemente va a sobresalir, para así llegar a ocupar puestos de decisión. La obediencia es requisito imprescindible para el futuro éxito potencial. A eso llamo mini política. Una persona inteligente, militante de un partido desde su más tierna infancia o juventud, que se ha desempeñado como cajera de supermercado durante toda su carrera profesional, puede ser una brillante mini política, pero desde luego y como simple ejemplo, no está preparada para evaluar los términos de un tratado comercial con China o cualquier otro país. Y, lo que es peor, consciente de sus carencias, generalmente no se rodea de los más capaces asesores, lo que probablemente le permitiría desempeñar su cargo con éxito, sino que elige a otros mini políticos no preparados para ocupar el puesto que desempeñan.

Cuando algunos políticos, hemos tenido muchos ejemplos de ello, llegan a puestos importantes en el Ministerio de Defensa, pasan milagrosamente a considerarse máximos expertos en la materia. Y con demasiada frecuencia, un caso ya sería demasiado por la importancia de las decisiones a tomar, tienden a rodearse de militares ‘obedientes’ que confunden la disciplina con la sumisión. El sistema de ascensos actual, de alguna forma, ayuda a promover a los ‘obedientes’, lo que no quiere decir que estos sean incapaces o poco preparados. También ayuda a promover a los militantes confesos de un partido -aunque la militancia pública esté legalmente prohibida- de nuevo con alta capacitación en muchos casos. Un ejemplo diáfano me viene a la memoria.

Hemos observado innumerables ejemplos públicos de mal llamada ‘obediencia’ militar a un alto cargo político, como por ejemplo y con ocasión de la celebración de un día de las Fuerzas Armadas, en esta ocasión en Canarias, el de un político gritando órdenes y reproches, a pleno pulmón y contraviniendo los más básicos estándares de cortesía militar o civil, al jefe de una unidad militar formada y en público, sin que este reaccionara adecuadamente. O a una ministra entregando su bolso al jefe del ejército, de uniforme, para que éste se lo sostuviera mientras ella realizaba sus funciones, de nuevo sin reacción alguna, de lo que existe constancia pública en video y fotos. O a un alto cargo del Ministerio pretendiendo ordenar, a un jefe militar, que proporcionara bebidas y alimentos a periodistas que le acompañaban y en perjuicio por su escasez de los soldados que se encontraban apagando un incendio, en este caso con una adecuada reacción nunca reflejada en la prensa.

Pero la promoción de los ‘obedientes’, no confundir con los incapaces, se encuentra frecuentemente también dentro del ámbito puramente militar. Forma parte de la naturaleza humana el congeniar mejor con los que no plantean generalmente problemas u objeciones aunque el plantearlas, cuando sean fundadas, debiera ser parte importante de las relaciones jerárquicas, al fundamentar una mejor toma de decisiones.

“Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor” dice el ‘Cantar del Mío Cid’ al referirse a la lealtad que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, tenía hacia el rey que lo calumnió y desterró, por exigirle jurar que no había matado a su hermano. Tras más de diez siglos ese ejemplo sigue vigente. Lealtad y obediencia debida, siempre. Sumisión, jamás.

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Gonzalo Fernández

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