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¡A las barricadas!

Hace muchos años, en los noventa, publiqué en este periódico un artículo, satírico, con el mismo título que el que hoy escribo. Recuperé, para ello, el grito que los revolucionarios franceses, y luego todos los revolucionarios más o menos violentos, generalmente más, emplearon para movilizar a la población en contra de los desmanes, reales o percibidos, del poder político. En Estados Unidos, hace muy pocos años, no gritaron ‘a las barricadas’, sino ‘al Capitolio’, con el resultado de todos conocido.
No he encontrado el artículo entre mis archivos, pero tampoco es importante hacerlo ya que recuerdo con claridad el contexto del mismo. Unos gobiernos inoperantes, mentirosos, corruptos en muchos casos, dirigidos ‘por los de siempre’ para el beneficio de los de siempre. O sea, la democracia desaparecida, la política como juego de mercaderes con el dinero ajeno y la sociedad real, por su parte, haciendo lo necesario para salir adelante, a pesar de sus gobernantes.
Es una verdad incontestable que los ciudadanos elijen a los gobernantes con la esperanza de que, empleando adecuadamente el dinero que previamente les han sacado de sus bolsillos a los votantes, cumplan con la única finalidad para la que han sido elegidos: garantizar el bienestar de la gran mayoría de los ciudadanos, en todos los sentidos.
Los políticos, en una amplia proporción, viven al margen de la realidad social y trabajan con el único propósito de obtener por cualquier medio, con falsas promesas o con un reparto de ‘ayudas’ a un número suficiente de votantes, el que los elijan, o reelijan, en las siguientes votaciones. Las promesas hechas antes de las pasadas elecciones, generalmente incumplidas, se vuelven a ‘empaquetar’ con un papel brillante, para utilizarlas antes de las siguientes elecciones. En el caso de las mal llamadas ayudas, los que las dan las presentan como un éxito de su gestión, cuando lo único que hacen es quitar dinero a la actividad productiva -donde debería estar- para hundirlo en la no productiva. Robar a los ‘ricos’ para dárselo a los ‘pobres’ quienes casualmente, a esos efectos, son los de mi partido. Claro está, hasta que los ricos se hartan de ser robados y se van a Holanda, por ejemplo, como parece va a hacer la gran empresa Ferrovial.
En el uso electoralista de las denominadas ayudas, las izquierdas son maestros. Debemos recordar la famosa frase de Carmen Calvo, entonces vicepresidenta del Gobierno encabezado por el PSOE: “el dinero público no es de nadie”. Esa frase ha permeado hasta lo más profundo en los partidos de izquierdas, aunque no solamente en ellos, que utilizan descaradamente el dinero de los votantes en la compra de votos.
Por si la ineficacia y la apropiación indebida no fueran suficientes, nos encontramos con los ‘líderes carismáticos’, que realmente se creen salvadores del país. Por citar alguno de los innumerables ejemplos actuales, recordemos la consigna con la que Trump ganó unas elecciones: “Make America Great Again” (Hagamos de nuevo grandes a los Estados Unidos). O a Sánchez cuando, recién nombrado presidente del gobierno dijo que su llegada a la presidencia del ejecutivo había supuesto “un cambio de época”. Como también lo dice López, presidente de Méjico, cuando continuamente repite que su llegada al poder ha supuesto una “cuarta transformación”. Lo que ni Trump, ni Sánchez, ni López, nos dicen, es de qué se trata el milagroso resultado que han obtenido con su carismática presencia. Insisten en el milagro, aunque todos los no abducidos veamos que su gestión ha supuesto un importante retroceso para sus países.
Y llegamos aquí al nudo gordiano de la política, que parecemos no ser capaces de deshacer en buena parte de los países: ¿Cómo regeneramos el sistema de representación popular para que los partidos realmente representen a los ciudadanos y no a sí mismos? Y la pregunta aún más difícil de responder: ¿cómo conseguir que los abducidos dejen de estarlo?
Para la primera pregunta podríamos tratar de sugerir respuestas, quizás sencillas de exponer, pero extraordinariamente difíciles de implementar, dados los enormes intereses personales en juego. La contestación a la segunda pregunta requiere, ahora sí, de una actuación milagrosa. Para los numerosos abducidos, haga lo que haga mi partido, el otro es aún peor, roba más y da menos soluciones. Haga lo que haga mi equipo, la culpa es del árbitro que no ha visto un penalti, tan solo existente en la mente de los abducidos. La abducción supuesta se podría entender para los que viven de ello, pero parece incomprensible en el caso de los que no lo hacen. Y ahí está el mérito de muchos políticos populistas, el crear abducidos ideológicos, además de los financieros.
El que un partido pueda seguir existiendo, tras haber gobernado en coalición con comunistas, separatistas y proterroristas con el único fin de mantenerse en el poder, causando daños difícilmente reversibles al país, tanto política como económicamente, pero principalmente a su unidad y a su cultura integradora, resulta difícilmente comprensible. Las leyes se pueden cambiar, pero las mentes adoctrinadas es mucho más difícil hacerlo. Por citar algunos ejemplos: ¿qué se puede hacer para que la inmersión separatista lingüística se revierta? ¿Y para que la deriva feminazi pase a convertirse en una igualdad real ante la ley, de todos los ciudadanos? ¿O para que el concepto de España vuelva a ser connatural a todos los ciudadanos? ¿O para que la desfiguración de la ley de memoria histórica sea desmentida y aceptada como falsa por la mayoría?
Centrándonos en Melilla, ante las ya muy próximas elecciones, tenemos un Partido Popular en el que nada cambia, con una lista de candidatos prácticamente idéntica a la que no consiguió gobernar en las pasadas elecciones. Defienden la lista afirmando que necesitan experiencia en gestión, pero esa explicación es fácilmente desmontable por dos motivos: porque la experiencia anterior fue mala y, sobre todo, porque hay muchos ciudadanos en Melilla, de probada capacidad, que podrían, que deberían, haber sido convencidos para que formaran parte de un nuevo y renovador proyecto.
En el PSOE (partido que ya no tiene nada de socialista, ni de obrero, ni, gracias a Sánchez, de español) nos encontramos una lista también casi calcada de la anterior, presidida por una persona de muy dudosa competencia, pero, eso sí, de probada lealtad al ‘amado líder’ Sánchez. Lo dicho para Rojas aplica para Elena Fernández, a la que, sin compartir en absoluto sus ideas, he tratado de entender y alabar en lo posible; pero que no ha dudado en decepcionarme, como a muchísimos otros ciudadanos. Su repetidamente manifestado empeño en destruir el Monumento a los Héroes antes de que se celebraran las próximas elecciones de mayo, amparada en una interpretación subjetiva de una repugnante ley, resulta que ahora no parece tan importante y que se deja, según ella, para la siguiente legislatura, cuando muy probablemente ya no estará en el gobierno. ¿No es más cierto que ha entendido, por fin, que la gran mayoría de la población no quiere que se destruya el monumento, que muchos articulistas de este medio se han, nos hemos, opuesto por activa y por pasiva? Parece obvio ahora que su amor al cumplimiento de la mentirosa ley no es tan grande como su amor a los muchos votos que iba a perder con la destrucción anunciada. Y que, de todos modos, va a perder, dada la pésima gestión efectuada por su partido.
Y llegamos al tercer partido en liza, Coalición por Melilla. El resultado de su gestión está en la mente de todos los melillenses, de cualquier religión, a los que invito a reflexionar. No podemos hacer un juicio de valor sobre la lista para las elecciones porque no la van a facilitar hasta el último posible momento. No es importante saberlo, porque CPM es Aberchan y su culto. Como además no puede participar en las elecciones ¡por haber cometido fraude electoral!, cualquiera que sea que aparezca en la lista no es más que Aberchan disfrazado de lo que sea oportuno. Podemos, en todo caso, hacer un poco aventurado pronóstico: será musulmán y probablemente nacido en Marruecos, como lo es él.
Concluimos recordando el título del artículo siguiente al que publiqué con el mismo nombre que éste. Decía: “¿dónde están las barricadas?”. Entonces, y ahora, no soy más que una voz clamando en el desierto.

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Gonzalo Fernández

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