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Y habló la mayoría

José Luis Suárez

Sí, Sr. Iglesias, en Madrid habló la mayoría, esa mayoría que usted tanto defiende cuando le favorece (por suerte ya pocas veces) y a la que vilipendia cuando va en su contra. Habló la sensatez y la coherencia y de qué manera. Yo, que peino ya muchas canas, conocí a un viejo y famoso entrenador de fútbol, Helenio Herrera, que defendía la teoría de que con diez se jugaba mejor que con once. Díaz Ayuso me lo ha recordado durante esta campaña y estas elecciones madrileñas. Ha jugado sola mejor que nadie contra un montón de equipos plagados de magos de la confusión y el astracanismo. Ha hecho de portero (portera) para detener todos los insultos y lindezas que le largaban desde el bando contrario, de defensa (no defenso) para salir al paso de mentiras y calumnias sin fin con una elegancia y seguridad ejemplares. De centrocampista para dirigir magistralmente su juego, y de delantero para marcar unas goleadas históricas: 41-0 a la demócrata Mónica García que amenazaba con una mano simulando una pistolita de juguete con menos pólvora que las balas de Marlaska, de la directora de la Guardia Civil o de usted mismo, Sr. Iglesias. También 41-0 al soso Gabilondo, teledirigido fatalmente desde Moncloa con algún artilugio electrónico al que sin duda le faltaban las pilas. Y a usted, Sr. Iglesias, 55-0! Usted que dejó la Vicepresidencia del Gobierno para salvar a Madrid de lo que usted llama la ultraderecha que, por cierto también le ganó por tres a cero.
¿Y sabe por qué, Sr. Iglesias? Porque la mayoría de los madrileños, y seguro que también de los españoles, se han dado cuenta de sus falacias. Ha pasado usted del “hay que politizar el dolor” a que el dolor nos politice a todos, incluso a quienes nunca hemos participado directamente en política. El dolor de los cien mil muertos, el dolor de las colas del hambre, el dolor de quienes vivían de su trabajo y se han quedado en la ruina. Ha pasado usted de luchar contra la casta a convertirse, gracias a la política, en esa casta que tanto odiaba. Ha pasado del jarabe democrático al lloriqueo porque me han insultado, olvidándose de seguir el consejo de la madre de sus hijos de venir llorado de casa. Del “no puede ser que un político cobre seis mil euros mientras hay muchos obreros que no llegan a los mil euros”, a ganar en un mes lo que la mayoría de esos trabajadores no cobran en un año. Ha pasado usted de su pisito de Vallecas del que nunca iba a salir, a su chalet de Galapagar. Y ha pasado usted de jurar por su honor respetar la Constitución y lealtad al Rey a intentar convertir este magnífico País, mi patria que no la suya, en una república bananera. Y resulta que los madrileños, y también los españoles, nos hemos dado cuenta de que, lo mismo que usted se emocionaba cuando pateaban a un policía, se emociona también viendo como los cubanos y venezolanos que pueden hacerlo huyen de su países y se vienen a España, y se emocionaría si en nuestro país nos viéramos obligados a salir a vitorear a nuestro amado líder, cada uno con su banderita, eso sí, por propia voluntad, como ocurre en Corea del Norte.

Se ha equivocado usted, Sr. Iglesias. Usted y el Sr. Sánchez. Los españoles, tras una cruenta guerra civil y cuarenta años de dictadura, nos dimos en 1978 un consenso casi unánime de paz y concordia, de reconstrucción y de futuro. De convertir las dos Españas en una sola, unida, próspera y democrática. Y cuando ya nadie, salvo cuatro románticos desfasados, se acordaba de Franco, vinieron ustedes, usted y el Sr. Sánchez, a sacarlo de su tumba para recordar tiempos pasados y volver a enfrentarnos en dos bandos. Y se han equivocado porque han basado su campaña únicamente en meternos miedo con la ultraderecha como oposición a la izquierda “progresista” olvidándose de que es usted la ultraizquierda más rancia y dañina que podía tener esta tierra nuestra. Porque mire usted: Si defender la Constitución y la Monarquía garante de la misma es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha. Si defender la unidad de España y nuestro idioma es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha. Si defender la igualdad entre todos los españoles y españolas y entre las españolas y españoles, y no estar de acuerdo con el “hermana yo sí te creo” saltándose a la torera la presunción de inocencia, base de nuestro sistema jurídico, (¿recuerda usted esta entrevista a la Ministra de Igualdad?: “Pregunta ¿y si no hay testigos, cómo se decidiría?. Respuesta: Mmmm… pues… con las pruebas testificales”), es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha. Si llamar mentiroso a quien no dormiría tranquilo con usted en el Gobierno, a quien no pactaría con Bildu (“¿se lo repito cinco veces?”), a quien nos engañó con las mascarillas, con los expertos, con que habíamos vencido al virus hace casi un año, etc., etc., es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha. Si defender la supervivencia de los autónomos, de las empresas, de los hosteleros y comerciantes en general sin convertirlos en pobres dependientes de la subvención, es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha. Si negarse a hablar de nuestros niños, niñas y niñes o patear el hermosos idioma español con escuchados, escuchadas y escuchades es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha. Si defender el derecho a la educación de nuestros hijos o pretender que nuestros hijos sean de su madre y de su padre es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha. Si defender la propiedad privada garantizada en nuestra Constitución y estar, por tanto, en contra de la ocupación, o estar en contra de la inmigración ilegal es ser de ultraderecha, yo soy de ultraderecha.

Podría seguir enumerándole razones para ser de ultraderecha, pero le haré una pregunta: ¿Defiende usted todas estas cosas? Si su respuesta es sí, es usted, como yo, de ultraderecha, y entonces no sé qué pintaba usted en Podemos. Y si su respuesta es no, no es usted español y no sé qué pinta en España.

Le decía que se habían equivocado ustedes y el último botón de muestra lo constituye la campaña del Sr. Gabilondo. Comenzó imitando a la, según ustedes, cuasi ultraderecha, representada por la Sra. Díaz Ayuso y tratando de engañarnos como su jefe el Presidente: “No subiré los impuestos, no pactaré con este Iglesias” y terminó diciendo “Querido Pablo, nos quedan doce días para ganar las elecciones”. Con esta coherencia, ¿cómo pensaban ganar? Se creyeron que los españoles éramos todos tontos y la realidad les ha demostrado que estaban equivocados. Subieron a las alturas con un globo lleno de helio pero se olvidaron del paracaídas para cuando el globo explota.

Sé que para ustedes, tan feministas con las mujeres que piensan como ustedes mismos, tiene que ser muy duro que dos mujeres valientes que se han enfrentado a una guerra de las más sucias que se han visto nunca en política en este País, les hayan dado una paliza, pero deberán ir acostumbrándose. Vd., no porque, como valiente que es, ha salido ya huyendo. Como persona y como español le deseo lo mejor fuera de la política, pero no se olvide de cerrar la puerta al salir y tirar la llave al lodazal de sus actuaciones para que no pueda volver jamás.

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