Desde niño te he mirado, pero ayer comencé a verte. A contemplarle. A recrearme en ti. Ayer comencé a dejar de tenerte, como siempre te tuve: un "algo", que yo daba por conocido, sin saber en realidad qué eras. Una visión nacida de mis propios egoísmos y necesidades y no de una alegría amable y compañera.
Tú eras para mí, la criada más dócil, que cuando no estabas, me dabas todos los derechos a rebelarme y a exigir tu presencia, sin otros comportamientos que mis pobres deseos y mis muchas necesidades.
Nunca te agradecía nada. Jamás te dije una frase amable, ni me alegré desinteresadamente de tu presencia. Ni un solo instante, te di mi amor, a pesar de que tú, en silencio, con ternura y entrega, tantas veces acariciaste mi cuerpo cansado. Limpiaste mi piel sudorosa…
Tu espíritu sereno agua querida, ha conseguido, después de tantos años, que yo ayer dejara de mirarte para verte. Para verte en realidad como eres, tu presencia me llenó de ternura y por primera vez acaricié tu cuerpo bendecido. Tu carne hermosamente libre y a la vez tan espléndida y multiplicadora. Tan entregada. Tan bellamente conseguida, para que dándote, no dejar jamás de ser quien eres. Con chispas de luz iluminaste mi mente y comprendí enseguida el secreto inefable de la libertad. De la libertad que no conoce el tiempo, porque es esencia pura del amor. Ayer me enamoré de ti. Al caer en mis manos, no eras ya ese líquido incoloro, que tantas veces se usa y se olvida. Como un chorro de luz atemperada; como una plata purísima, resbalaba por mis dedos, haciendo de mi carne conocida, una presencia ignorada, transmitida, desde mucho más allá de mi propia mente. Y sentí, profundamente en mis entrañas, cómo el mercurio antiquísimo de tu cuerpo besaba el mío y en la alquimia del beso suspirado, un arco iris de la luz inundó mi alma y un Jordán de alegrías y colores, invadió súbitamente mi organismo…
Buenos días y gracias por tu compañía
