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Prospectiva, Reformas y Planificación de la Educación

IX.- UNA NUEVA VISIÓN SOBRE LA PLANIFICACIÓN
La planificación general, económica y social en Occidente se refiere a una planificación en libertad para una economía de mercado. Aun así ha adolecido a veces, sobre todo al principio, de cierto grado de dirigismo hasta llegar a definirse como estrictamente indicativa, pese a lo cual ha caído en franco declive, agazapada actualmente, las más de las veces, en torno a los órganos directivos presupuestarios.

A esta tendencia han coadyuvado tanto un creciente liberalismo económico junto con una mayor sensibilidad por la calidad de vida social, cultural y política, como un franco descrédito de la planificación estatal de los países del Este a la vista de sus resultados económicos y sociales. Se suma a lo anterior la radical crisis de perspectiva, surgido a principios de los años setenta, cuando se comprueba el error de las filosofías desarrollistas según las cuales el crecimiento económico podría ser una proyección ilimitada hacia el futuro, además de la urgencia de una primacía de lo social (las necesidades básicas, la calidad de vida, la participación social, la libertad y la democracia). Es de justicia resaltar que la planificación general en los años cincuenta llevaba implícita, y aun explícitamente, tales fines, pero hay que reconocer igualmente la preeminencia que de hecho tenían las proyecciones cuantitativas macroeconómicas. También es significativo observar que incluso los partidos y gobiernos socialistas democráticos de Occidente se han olvidado de la planificación en sus programas de años recientes.

La planificación educativa, por su parte, ha sufrido las consecuencias de este contexto de la planificación económica y social a la que, por definición, debería estar vinculada, por lo que resulta difícil reivindicar la parte ante el todo. Pero además, en el caso concreto de la educación y dada la inmensa amplitud de la tarea que en teoría le compete a la planificación, ésta se ha visto primero desbordada por falta de medios en cantidad y calidad y luego marginada por la dirección política y administrativa (gestión), como parte de una dialéctica de competencias entre los educadores, los técnicos y los políticos.

Sin embargo, frente a este estado de cosas nada alentador, la planificación educativa y, por ende, la planificación general deberían alcanzar de nuevo un papel preponderante a condición de replantear su orientación y modalidades de acción. A ello puede contribuir con gran eficacia precisamente el incómodo papel, muchas veces marginal, que se le concede hoy en día, situación que facilita un reenfoque y reestructuración profundos. La reivindicación de la planificación surge hoy en día debido a la abrumadora y creciente complejidad de la gestión moderna ante un cúmulo de cambios, a un ritmo cada vez mayor, en una interdependencia de países, sectores y disciplinas como nunca antes se ha conocido, con repercusiones crecientes más allá de las fronteras nacionales y de carácter global. La limitación inexorable de los recursos humanos, económicos y materiales; la necesidad de bases técnicas más sólidas (información, escenarios y soluciones alternativas anticipatorias) para una decisión política ágil, a menudo confrontada hoy en día con la llamada «gestión de crisis», y la posibilidad de aplicar métodos avanzados de gestión, apoyados en bancos de datos y en redes informáticas, entre otros factores, avalan la planificación indicativa a largo y medio plazo e imperativa en la ejecución a plazo corto.

Y por encima de todas estas razones poderosas hay una esencial en materia educativa: los resultados y las consecuencias individuales y sociales de cuanto hoy se hace en este campo, en cada aula, tan sólo serán tangibles realmente dentro de unos años, según sea la edad de los respectivos alumnos y su nivel de estudios. Es cierto que resulta prácticamente imposible adecuar con tanta antelación las cifras y las modalidades profesionales a las demandas futuras de recursos humanos. En cambio sí podemos y debemos adecuar los contenidos, los métodos, los medios, el nivel de calidad educativa en su conjunto a la sociedad que creemos ha de venir o al modelo de sociedad que queremos tratar de servir. Incluso las cifras, resultado de criterios democráticos (igualdad de oportunidades), de numerus clausus, de selectividad rigurosa, de opciones técnicas o de una educación permanente, se pueden y deben proyectar hoy junto con la estimación de los medios financieros necesarios para llevar a cabo esa tarea con eficacia y dignidad, con los profesores suficientes, bien formados, seleccionados y pagados, sin olvidar los edificios, el equipamiento, los materiales didácticos, los gastos de mantenimiento, etc., todo lo cual tiene que ser planificado para ver qué se puede hacer realmente con los medios disponibles y en qué plazos, de acuerdo con las prioridades propuestas y luego aceptadas. Esto es crecientemente necesario a medida que la demanda educativa se generaliza hasta niveles educativos cada vez más elevados, pero también a condición de diseñar planes indicativos, flexibles, subordinados a una política social y económica, generalmente de libre mercado, con planes imperativos a plazo corto. De este modo, la planificación es un medio, un instrumento valiosísimo (incluso una pedagogía de aprendizaje social), muy lejos de ser un fin en sí mismo y al que no conviene mitificar.

En esta nueva visión del papel de la planificación, es obligado entender su contribución en varios planos sucesivos y simultáneos de actuación, a saber:
a) los estudios prospectivos orientadores de las grandes políticas,
b) las reformas globales, parciales o de reajustes periódicos, de las grandes metas políticas sectoriales, así como de las modalidades, estructuras, contenidos, medios y métodos para el logro de las mismas,
c) los planes sectoriales nacionales, regionales y locales indicativos a medio y largo plazo, junto con programas y presupuestos de actuación concreta a corto plazo,además de los proyectos sobre aspectos e instituciones de singular importancia,
d) la supervisión de la aplicación y del desarrollo de la reforma,
e) la evaluación periódica de resultados, sobre todo de las experiencias innovadoras antes de su extensión o generalización.

Estas son, en parte, función principal de la propia planificación y, otras, concomitantes. Lo fundamental es que se realicen todas ellas aunque sea en detrimento del nominalismo y, por tanto, bajo otra denominación. Por de pronto, la unidad administrativa puede seguir adscrita en unos casos al Ministerio de Educación, en otros, al Consejo Nacional de Educación o similares (con participación pública y privada), o, también, directamente a la Presidencia, dado el alcance intersectorial de la tarea. El rango administrativo del responsable directo de estas funciones debería ser hoy en día el equivalente a un Secretario de Estado, a Subsecretario Viceministro cuando todavía no exista la figura anterior, idealmente con cargo inamovible, como ocurre con el PermanentSecretary, en el Reino Unido, o con plazo fijo, al estilo del Director General of theNationalEducationBoard, en Suecia. En cualquiera de estas soluciones, el cargo correspondiente debería coordinar las funciones antes descritas y formar parte de una estructura funcional y estable de la administración educativa, con cierto grado de continuidad de los altos cargos, además de los intermedios y administrativos.

Sin embargo, importa mucho subrayar que, aun reconociendo la necesaria estructura gubernamental (ejecutiva) y la deseable existencia de una Comisión de Educación parlamentaria (legislativa), ciertas funciones requieren la institucionalización de órganos autónomos independientes, tal como en el caso concreto de los estudios prospectivos, así como para la evaluación periódica de resultados, que de otro modo corren riesgo de ser objeto de manipulaciones interesadas. En todo caso y en el ejercicio de todas esas funciones, incluidas desde luego las de reforma, planes sectoriales y aplicación de la reforma, es esencial asegurar una participación de los sectores sociales involucrados (familia, docentes, discentes, trabajadores, empresarios, líderes religiosos, intelectuales, etc.), del sector público y privado, además de establecer mecanismos de comunicación recíproca con la opinión profesional y pública, y con los medios de comunicación social.

La planificación es una parte, la más destacada de la gestión moderna que debe ser aplicada tanto al sistema como parasistema educativo, hasta llegar al nivel de cada centro educativo, de modo que estos centros puedan desarrollar una sana competencia entre sí, buscando las soluciones mejores, más funcionales, económicas y eficaces.

De este modo, y sin pretender nunca convertir la planificación educativa en un fin en sí mismo sino en medio inigualable para reconquistar en nuestros días la primacía de la educación al servicio de la sociedad moderna, podrá ser la planificación educativa, revestida de sus nuevas dimensiones y con un nuevo nombre, motor y cauce de los años noventa para dar el gran paso adelante que requiere sin demora la nueva sociedad del conocimiento y de las comunicaciones que parece emerger.

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