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Opresión mafiosa. El hombre es un lobo para el hombre.

Opresión creciente, libertad menguante

El 12 de marzo de 1876, Leopoldo Franchetti y Sidney Sonino (llegó a ser primer ministro de Italia), dos acaudalados y brillantes jóvenes intelectuales judíos de la Toscana, llegaron a Palermo con un amigo y su criado para llevar a cabo una investigación privada sobre el estado de la sociedad siciliana y sobre la Mafia (término que por aquel entonces llevaba ya una década en boca de todo el mundo) o Cosa Nostra (término posterior).

Franchetti llegó a la conclusión de que los mafiosos eran empresarios de la violencia, especialistas que habían desarrollado lo que hoy se calificaría como el modelo más sofisticado del mercado.

Franchetti definió la “industria de la violencia” de la siguiente forma: “El capo mafioso x actúa como capitalista, empresario y administrador. Unifica la administración de los crímenes cometidos, regula la manera en que se divide el trabajo y las obligaciones, y controla la disciplina entre los trabajadores. La tarea del capo mafioso consiste en juzgar, según las circunstancias, si los actos de violencia deben suspenderse durante un tiempo, o bien multiplicarse y hacerse más feroces. Tiene que adaptarse a las condiciones del mercado para elegir qué operaciones llevar a cabo, a qué personas explotar y qué forma de violencia utilizar”.

En España (y en Melilla) se ha instaurado, siguiendo (por lo que parece) el modelo de la industria antes citada, la “industria del voto”. Podría definirse, más o menos, de la siguiente forma: Un líder mentiroso y sin escrúpulos (no mata como los de la otra industria, ni falta que le hace al disponer de todas las armas del Estado) quiere mantenerse a toda costa en el poder para poder sangrar/despeluzar a la sociedad que gobierna, para colocar/favorecer a amigos y familiares y para vivir él y su familia del esfuerzo y trabajo de todos los ciudadanos por él gobernados. Sus armas principales son la mentira, la intoxicación, el control progresivo de los otros poderes (especialmente el poder judicial, algo que también ansían los de la otra industria, para que no le eche para atrás sus dudosos legalmente Decretos Ley) y las concesiones, si son necesarias, a los enemigos declarados de su país o región. Su tarea es controlar a sus acólitos, hacer todo lo posible para mantenerse él y sus amigotes/ministros/estómagos agradecidos, decidir cuándo aumentar la presión sobre la oposición, cuándo pagar más a los pensionistas o empleados públicos (normalmente cuando se acercan las elecciones) o cuando sangrar más a los “ricos” o a las “empresas que tienen beneficios adicionales” (cuando las empresas pierden dinero se esconde cual rata). Se parece bastante a la otra industria y, como aquella, nos lleva una sociedad de pobres borregos o borregos pobres (lo mismo da).

Se azuza al lobo

«El hombre es un lobo para el hombre» (en latín, homo homini lupus) es una frase utilizada por el filósofo inglés del siglo XVIII Thomas Hobbes en su obra El Leviatán (1651) para referirse a que el estado natural del hombre lo lleva a una la lucha continua contra su prójimo.

El líder mentiroso al que me refiero en el párrafo anterior (llamémosle Pinocho para que el lector tenga un ejemplo claro) gusta de azuzar al lobo que todos llevamos dentro, porque necesita la confrontación para lograr sus objetivos, necesita un enemigo contra el que luchar para esconder su inutilidad a la hora de resolver los problemas reales de los ciudadanos (La Ley de Memora Histórica, las constantes referencias a la derecha franquista, a los nazis, al machismo de los otros, el racismo, el supuesto maltrato de una religión, etc… son algunos ejemplos)

Libertad menguante

Coartar nuestra libertad es el gran objetivo, oculto entre buenas palabras y mentiras, del líder mentiroso. Si lo consigue será nuestro final. De momento, nuestras libertades son cada vez menores (cada vez hay más cosas prohibidas, más impuestos, más miedo a hablar no sea que se ofenda a alguna feminista o colectivo, más miedo a disentir con nuestros estúpidos políticos) y no queda más que hacer lo que el personaje de la película “Hacia la libertad” (protagonizada por Will Smith): luchar.

En la película se narra la conmovedora historia real de un hombre dispuesto a cualquier cosa por su familia, y por la libertad. Peter (Will Smith), un hombre esclavizado durante la guerra de secesión, arriesga su vida por escapar y regresar con su familia, y se embarca en una peligrosa travesía de amor y resiliencia.

En un momento de la película, una vez librado, por los unionistas, de los confederados que le perseguían por huir del lugar dónde le explotaban construyendo un ferrocarril, un general unionista le dice que los “negros” estaban acostumbrados a huir de los blancos, pero no a luchar contra ellos; Él responde que le habían hecho de todo pero que “nunca se había rendido ni le habían doblegado”.

La crueldad del ser humano, en algunos casos, puede superar lo que cualquiera pueda imaginar (un claro ejemplo fue la esclavitud y el trato que se les dio a los hombres de color, a los que se les trataba peor que a los animales y como si fueran cosas en vez de personas), e igualmente es inimaginable lo que un líder mafioso o un mentiroso sin escrúpulos puede llegar a hacer con nuestras vidas y haciendas. Sólo nos queda hacer, como el protagonista de la película citada, una cosa: luchar contra ellos en la medida de nuestras posibilidades y no rendirnos nunca.

Pero luchar no es pedirles a otros que lo hagan por nosotros… Debemos perder el miedo, o nos pisotearán.

“En España (y en Melilla) se ha instaurado, siguiendo (por lo que parece) el modelo de la industria de la violencia, la “industria del voto””.

“Coartar nuestra libertad es el gran objetivo, oculto entre buenas palabras y mentiras, del líder mentiroso. Si lo consigue será nuestro final”.

“Luchar no es pedirles a otros que lo hagan por nosotros… Debemos perder el miedo, o nos pisotearán”.

J.B.

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