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In memoriam

Maruja Ávila

Es habitual preguntarse en determinados momentos dónde están las personas que fallecen, adónde van. Algún día, con toda certeza, lo sabremos.

Entretanto, ya que dicen que hay que seguir viviendo, y que un conforme se carga de años va dominando la técnica tan manida de hacer de tripas corazón, podemos y debemos los que la hemos sentido cerca, creer firmemente que seguirá disfrutando de un sol mucho más cercano que el del Club Marítimo, charlando animadamente con una sonrisa para los demás y para siempre. Aquella sonrisa tenía en mí un efecto terapéutico.
Debemos creer que está de visita en mi casa familiar, donde su voz tan personal se mezclaba con los apuntes de latín y literatura.En aquellos Domingos ella transformaba todo en un nuevo Viernes.

Maruja era algo más que el chocolate por la tarde en Los Pinos, era más que un perdigonazo en pleno pecho infantil, mucho más que un Lancia, más que una visita a casa de su madre siendo yo un niño,más que la sombra de un toldo amarillo sobre la arena , Maruja era ir paseando adaptada a la tan particular cadencia de mi padre, y era ver en mi madre lo que otras personas no veían.

Y como esto de marcharse para siempre le deja a uno, en palabras de Serrat:”Chupando un palo sentado sobre una calabaza” y cuesta aceptarlo, es recomendable seguir creyendo que la esperamos , desde la impaciencia de mi padre, bajo su casa del barrio del Príncipe para ir a la Bocana o a la feria.

Y en cuestión de testamento…espero que me hayas dejado en herencia la tortuga que vivía en tu balcón, a la que siempre envidié por su libertad, su honestidad y su vida a pleno sol.

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