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Atril ciudadano

Los libros

Queridos libros:
Cuanto os quiero. Nunca daré suficientes gracias a Dios, a mis padres y primeros educadores por enseñarme a leer. ¡Qué felicidad me dais! Estoy de acuerdo con lo que dijo Montesquieu: “No he sufrido nunca una pena que una hora de lectura no me la haya quitado”. Qué sosiego me produce la lectura, qué compañía. Mientras leo me evado de todo y traspaso esa barrera donde la magia de las letras me transporta. Unas veces navego sobre espumas de blancas olas, otras me acomodo en ese tren al que me invita el autor del libro que me lleva a esos viajes tan lejanos que yo acaricio con mis ojos y mi mente. Casi noto el vaivén de las locomotoras.

A veces he sentido ese vértigo si el avión zozobra. ¡Ay, mis queridos libros! He degustado exquisitos manjares en esos ágapes, me habéis transportado por blancas nieves, he subido a las cimas de las montañas. Otras veces me he saturado de flores de las praderas. Con vosotros he conocido esos personajes de la vida que me han descubierto tantas vicisitudes. Os confieso que me he sentido como la protagonista de románticas historias; otras veces, me he sobrecogido con aventuras insólitas. A veces me río con esas ocurrencias de autor; otras he vertido lágrimas con relatos amargos, poniéndome en la piel de los protagonistas. A veces traspaso el nivel de las nubes con esas poesías creadas por esos seres tan privilegiados. Os diré, y lo confirmo, queridos libros, lo que dijo William S. Manghan: “La lectura no da la sabiduría al hombre, le da únicamente conocimiento”. No se piense nadie que por ella va a volverse docto en todo; eso es harina de otro costal. Eso sí, según lo que lea adquirirá conocimiento y podrá estar al día en estos temas. Recuerdo a una mujer que conocí siendo yo muy niña, que tenía abandonada casa, marido e hijos, pues se pasaba el día leyendo. A mí me chocaba que aquella mujer con tanto leer apenas sabía mantener una conversación. Más tarde descubrí que sólo leía noveluchas rosas de poca calidad y fotonovelas que alquilaba por poco dinero. Y digo yo que ya que leía tanto debió aprovechar para adquirir cultura y conocimiento. Queridos libros, qué verdad es que no hay peor pobreza que la incultura, y hoy por hoy veo tanta gente pobre … Me admiro cundo veo a esas personas que ya muy mayores se deciden a aprender a leer. La verdad es que es digno de alabar la labor de los gobiernos, instituciones y aulas para mayores. Allí esas personas aprenden, ya que en sus tiempos no pudieron, y así pueden gozar de los placeres que proporciona la lectura.

Mis queridos libros, os confesaré una cosa que ha nadie he dicho jamás y de la cual me siento orgullosa. Me pusieron en un gran apuro. Cuando yo me casé era muy joven y estuve cerca de cuatro años sin tener hijos. Tenía tiempo para todo. ¡Qué pena no volvieran esos tiempos! En Melilla cuanta gente había, cuanto militar, cuantos funcionarios. Recuerdo que conocimos a un matrimonio, él con muy buen puesto, que tenía una mujer muy guapa y con muy buen tipo. Yo observaba, porque eso sí, soy muy observadora, que ella apenas hablaba; todo era asentir con su sonrisa; jamás metía la pata por nada. Si alguna vez nos invitaban a comer a su casa servían unas mesas que eran una maravilla; todos los cubiertos en su lugar. En fin, que era un encanto. Comprobé que era una mujer muy inteligente. Procuraba fijarse en el comportamiento de las personas que ella consideraba que algo le enseñaban y ella aprendía.

Un día, jamás lo olvidaré, pues me hizo jurar que no lo comentara, me dijo: Voy a pedirte un favor. Yo no sé leer y me gustaría que me enseñaras. Yo le comenté: Yo no soy nadie, te mandaré una profesora. No por favor, me interrumpió: quiero que seas tú y que esto quede entre nosotras; no quiero dejar en ridículo a mi marido.

Aquella mujer no sabía leer, cosa que jamás le pregunté pues a mí no me importaban sus motivos. Ahora sí, tenía una clase que ya quisieran tener muchas con sus carreras. Y creedme queridos libros, fui tan feliz enseñando a leer a aquella mujer … No paraba de darme las gracias, poco a poco aprendió el abecedario y fue juntando las letras. Se pasaba el día leyendo. Yo le ponía pequeños dictados. Ella se sentía muy feliz, pues había sido como un ciego ante las cosas más bellas en la vida, como es la lectura. Conservo una buena amistad con ella. De vez en cuando me escribe, y para mí sus letras son como algo que yo hubiese parido.

Mis queridos libros, os quiero mucho; jamás molestáis nada. Ocupáis poco sitio; aunque os confieso que estoy un poco agobiada; cada día aumentáis más. Siempre le digo a mis amistades que no os tiren jamás, que os hagan llegar a esos países o esas cárceles, o esas bibliotecas de tantas asociaciones que carecen de ellos. Yo, la verdad, por nada del mundo quiero desprenderme de ninguno de vosotros. Sois como mis hijos. Ahora bien, he hecho promesa de no comprar más, pues lamento que de tantos como tengo no me dará tiempo a leerlos todos, de lo cual me siento bien apenada.

No sé como calificar a esas personas que dejándoles un libro no lo devuelven. Siempre recuerdo que fui a casa de un médico amigo mío que tenía una soberbia biblioteca y un cuadro con letras bien grandes que decía: “Si te consideras mi amigo no digas que te preste un libro”. Y al final, como el dinero, pierdes el libro y el amigo. Si alguna vez tenéis compromiso pensando qué regalar, claro que esto es muy personal, yo aconsejo regalad un libro. A los niños, acostumbrarlos a leer, y a los ancianos, libros con letras grandes, y con una lupa mucho mejor. Como me duele que nadie quiera libros pues tablets y el Internet se van suprimiendo las pequeñas bibliotecas que en cada hogar existían. Jamás leeré un libro por Internet no me apropiare de la inteligencia de sus creadores , me gusta ojear los libros, el tacto de sus hojas, subrayar las frases a veces tan instructivas .

De vez en cuanto volverlos a acariciar como volver ha hablar con un amigo que me hizo feliz. No se que ocurre que de un tiempo a acá sea por el motivo que sea y a veces tristemente por el motivo de sus amos , he tenido que hacerme cargo de un montón de ellos, a sido difícilmente colocarlos, nadie quieren libros ,unos porque tienen muchos , otros leen por Internet otros por desgracias te dicen , yo no quiero libros, no me gusta leer. Gracias a dios e podido colocar verdaderas montañas de ellos en cárceles profesores monjitas.. tantas gentes que se han sentido felices con ellos. Me gustan muchos los libros pero también las plantas no me gustaría recibirlas, bueno esto es una broma. Bueno queridos libros como decía San Juan de la Cruz , buscad leyendo y hallareis meditando. Me entristece ese programa en la 2 cadena que en cuantos países apenas tienen libros pero estos son casi imposibles mandarlos. La lectura como alguien dijo es el viaje de los que no pueden tomar el tren , debo confesar de que todo me gusta leer los periódicos las biografías y sobre todos la de esos cultos personajes que dejaron huella. Nadie es feliz del todo sin no es disfrutando de la lectura. Feliz Día del libro

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