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La tinta del calamar

Ocupa una buena parte del interés de la opinión pública (o de la publicada, como diría Felipe González) el llamado Caso Mediador. Poco a poco, como suele suceder en estas situaciones, se van conociendo múltiples ramificaciones e implicaciones colaterales en este sórdido asunto, que, alguien ocurrente, dados los ingredientes, cada vez más cutres que presenta, ha venido en llamar corrupción “vintage”.
Como ha venido tradicionalmente sucediendo en casos de similares características, la primera tentación, tan injusta como inevitable, es la de situar a todo el mundo bajo observación inculpatoria, en una suerte de generalización preventiva de los potenciales sospechosos. Se comienza por los círculos más próximos a los inicialmente identificados como presuntos culpables, para ir posteriormente ampliándolos, de manera concéntrica, y así ir salpicando, en el caso que nos ocupa, primero al Grupo Parlamentario del que estos presuntos culpables forman parte, después a sus Partidos, después al conjunto de los representantes públicos en el Congreso de los Diputados y finalmente a lo que se ha venido en denominar la “clase política”, con el consiguiente deterioro de la reputación de la misma y, a través de ella, del sistema democrático al que da cuerpo esa “clase política” y que los pescadores en río revuelto se aprestan a desacreditar con la “mejor” de sus intenciones en beneficio de lo que ellos llaman “el pueblo”.
En el caso del que hablamos, el caso Mediador, por parte del Grupo Parlamentario Socialista del Congreso de los Diputados se ha producido una reacción, denominada “inicial”, aunque a medida que se van conociendo los escabrosos detalles de este caso de corrupción “vintage”, parece ser cada vez más evidente que alguno de las particularidades del caso eran ya conocidas o fundamentadamente sospechadas por los responsables que han protagonizado esa reacción “inicial”, “contundente y sin dilación alguna”.
Tras esa “contundente y sin dilación alguna” reacción “inicial”, los nervios no acaban de calmarse por considerar que con ello se ha puesto fin a la crisis planteada ya que los detalles, cada vez más sórdidos, no dejan de aflorar y se van conociendo los sucesivos pormenores del caso y van saliendo, como cerezas de un cesto, adicionales personas relacionadas, en mayor o menor medida, con las particularidades del caso. Es en ese momento cuando surge la tentación, también tan injusta como inevitable, de pretender que la cosa se disuelva lo antes posible y para ello qué mejor que invocar al “totus revolutum” y se empiezan a citar todo tipo de casos, próximos y lejanos para ver si así, se alivia la atención del foco acusador de la opinión pública sobre este caso en particular y se distribuye entre otros muchos. Es lo que se llama, coloquialmente, la técnica de “la tinta del calamar”, en referencia a la empleada por este cefalópodo para huir de sus amenazas cuando se presentan. En el ámbito concreto de la política también se denomina como la técnica cansina del “y tú más”.
Tal parece como si se diese por bueno, resignadamente, que el mal de muchos, no se sabe si es consuelo de tontos, pero, por lo menos, alivia un poco las aflicciones propias. Así se ha procedido en este caso, como en muchos otros anteriores de similares características comenzando a producir “ruido” sobre otros asuntos, de diversa naturaleza, pero que afectan “casualmente” a personas vinculadas con el principal partido de la oposición, el Partido Popular. Poco importa que los mismos se encuentren en diferentes hitos de diversos procedimientos judiciales o que, incluso, hayan sido sobreseídos o archivados. Lo que importa es que estén vinculados al principal contrincante político del Partido Socialista, el Partido Popular, al que, con ello, atribuyen, involuntariamente, el carácter de protagonista destacado de sus inquietudes en cuanto a las posibilidades que el mismo tenga de arrebatarles el respaldo electoral que, en el pasado, obtuvieron.
Con esta técnica del calamar persiguen, no sólo huir del foco específico puesto sobre ellos, que también, sino negarle a su principal adversario político, el que puede representar la alternativa a ellos mismos, el eventual derecho a representar la inquietud y enfado de la ciudadanía en relación con este caso concreto, que les afecta específicamente a ellos, al Partido que respalda al Gobierno y por extensión a los que les apoyan directa o indirectamente. Incorporando al debate público, venga o no venga a cuento, casos adicionales, persiguen no sólo despistar sino también callar a la oposición, lo cual, puede llegar a ser conveniente a sus intereses, en términos de legítimo ejercicio de la defensa propia, pero absolutamente inaceptable en términos de calidad democrática.
Es por ello que, con independencia de la torticera intención del Gobierno de “cancelar” al principal Partido de la oposición, éste haya registrado la solicitud de constituir una Comisión de investigación en el Congreso de los Diputados a fin de identificar todas las responsabilidades políticas incluidas en este caso, depurarlas y contribuir a preservar la necesaria reputación de una institución esencial para nuestro sistema democrático como son las Cortes Generales, la sede del Poder Legislativo de nuestra nación.
Es de desear que, a través de este procedimiento reglamentario, previsto en la normativa vigente, seamos capaces entre todos de esclarecer todos los detalles de esta trama y llevar a cabo la catarsis necesaria sobre este caso, que los españoles esperan de nuestras instituciones y sin duda merecen.
La supervivencia de nuestro sistema de convivencia requiere honestidad y claridad en la actuación pública. De nada sirve que para proteger unas determinadas siglas se pugne, en algunas ocasiones con auténtico denuedo y con notables dosis de desahogo, por emponzoñar todas las demás y por tratar de llevar a la opinión pública la sensación de que esto es inevitable o de que, como nación o proyecto político compartido, no tenemos arreglo. Todos sabemos que no es así y lo mejor es aprestarse a reparar los daños causados, en este caso sí sin dilación y eludir a toda costa la utilización de técnicas de ocultación mediante el empleo de la técnica de “la tinta del calamar”.

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Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu
Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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