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La cáscara y el fruto

“La semilla y la cizaña”

Recientemente y de modo accidental llegó a mis manos una vieja edición, de 1980, del libro “La semilla y la cizaña” del filósofo sueco Tage Lindbom. Fue muy grato para mí descubrir este autor del que tenía referencias pero al que aún no había tenido oportunidad de acceder a su obra. La expresión bíblica “La semilla y la cizaña” da título a uno de sus libros más reveladores al que es difícil permanecer indiferente tras su lectura, especialmente cuando de algún modo se siente uno reflejado en su trayectoria vital, pero vayamos por partes. Tage Lindbom nació en Suecia en 1909 donde estudió y se doctoró en filosofía. En la universidad se vinculó a los ideales del socialismo. El partido socialdemócrata en el poder le confió la labor y dirección teórica del mismo ejerciendo el control sobre los archivos centrales. Trabajó intensamente junto a sus compañeros de partido en la promoción del “Estado-providencia” es decir el “Estado del bienestar”. Su decidida participación ayudó a consagrar lo que se ha dado en llamar “modelo sueco”. Modelo que ha seducido al mundo viendo en él uno de los mejores, por no decir el mejor éxito de organización social. Sin duda el “modelo sueco” ha puesto de manifiesto sus grandes logros en justicia, libertad y por qué no recordarlo también, su extrema libertad sexual ha desconcertado al resto del mundo. Pero, curiosamente, siendo la sociedad sueca socialmente “la más avanzada del mundo” no ha dejado de ser también noticia por sus problemas sociales derivados de la droga, el alcoholismo, la delincuencia juvenil y sobre todo, lo que más llama la atención, es que paralelamente ocupa uno de los primeros puestos del mundo en el índice de suicidios. Esto pone de manifiesto de que todo “progreso” de la sociedad sueca le sigue una crisis moral.

Pero esta realidad no preocupa especialmente a los responsables políticos suecos ya que a todo reto imprevisto se contrapone un avance hacia el “progreso” convencidos plenamente de que el progreso humano es indefinido. No se plantea, ni por asomo, la posibilidad de que ciertos males de la sociedad provengan de un exceso de bienestar, de modernidad. El objetivo siempre se plantea hacia adelante, mirar hacia atrás no se contempla ni para coger impulso.

Es en este contexto donde hay que situar al referido Tage Lindbom, quien tras haber participado activamente en la conquista del “modelo sueco” deserta del mismo persuadido de que tanto “progreso” social no lleva a una realización humana conforme al verdadero destino del hombre. Su experiencia y conocimiento de causa hace que sea tremendamente significativa su renuncia al ‘paraíso en la Tierra’. Inicialmente defendió y teorizó convencidamente sobre unos ideales que supuestamente le llevarían a la cumbre del “progreso”. Sin embargo, Lindbom, hombre de reflexión entró en la duda progresiva que años después le llevarían y de modo discreto al abandono de su militancia política. Esa prioridad a la que se había entregado de satisfacción de los intereses terrenales y pasionales del hombre cuyo objetivo egoísta era/es ilimitado, le inducen a la meditación consecuente. Esa elevada conciencia social a la que aspiraba, prometida por la teoría marxista, en aras de un supuesto perfeccionamiento humano, no llegaba a esa anhelada y obsesiva perfección. El éxito de la socialdemocracia sueca le ponía de manifiesto que todo “progreso” conseguido no era seguido de un sentido de la responsabilidad cívica, sino más bien al ensimismamiento en una espiral consumista ilimitada. La satisfacción de los deseos vegetativos encadenan el siguiente deseo, así ininterrumpidamente.

Se preguntaba Lindbom, si el hombre en lo más hondo de su ser aspira a la perfección fundamental, ¿puede alcanzarla por sí mismo, puede “realizarse” con sus propios medios y alcanzar un sentido vivencial más elevado y enriquecedor? Por más que reflexionaba sobre estos extremos y derivado de su propia experiencia, llegaba a la conclusión de que el hombre por sí mismo no podía alcanzar el destino superior al que aspira si no es sometiéndose a una autoridad superior, una autoridad que obviamente sólo puede ser Allah/Dios, (subhanahu wa ta'ala/exaltado y enaltecido sea).

Llegado hasta aquí, reflexionaba sobre la posibilidad de volverse hacia las Iglesias que supuestamente debían de facilitar el encuentro de los hombres con Dios, sin embargo intelectualmente no llegaba a sentirse confortado. Las preguntas metafísicas que se planteaba eran difícilmente respondidas por una Iglesia sumida en una confusión teológica. Es en 1959 tras concluir la redacción de uno de sus libros, “Los molinos de viento de Sancho Panza” donde precisamente ponía de manifiesto las ilusiones ideológicas en las que había dejado de creer, y a través de la lectura de un autor compatriota descubre a René Guénon, quien le abrirá la puerta al conocimiento metafísico. Es Guénon, (Abd al-Wahid Yahia) quien le hará comprender el sentido profundo que Jesús/Isa (la paz sea con él/‘aláihi s-salám) le daba a su dicho “el Reino de Dios está dentro de vosotros”.

Tage Lindbom publica en 1970 su primera obra tras la maduración de su pensamiento titulándola “Entre el cielo y la tierra” donde ajusta las cuentas con el pensamiento materialista e ilusorio al que había estado ligado. Es años después y tras abrazar el Islam adoptando el nombre musulmán de Zayd –el nombre del hijo adoptivo del Profeta Muhammad, (sálla llähu ‘aláihi ua sállam/la paz y las bendiciones de Allah sean con él)– escribe el opúsculo “La semilla y la cizaña”.

La semilla y la cizaña
En verdad el título completo del libro es “La semilla y la cizaña. El Reino del hombre al término del plazo”, donde explica que la hora del término del plazo para el hombre secularizado se aproxima a su fin dada la ceguera congénita derivado del oscurecimiento espiritual del que hace gala. Temiblemente confuso evidencia una incapacidad suicida de no saber distinguir la verdad del error, el bien del mal… Fruto de esa confusión modernista denuncia esas engañosas ilusiones progresistas y advierte sobre la posibilidad del caos generalizado. Dado que la verdad trascendente permanece a pesar de haberle dado la espalda el hombre moderno, la esperanza aun es factible a pesar del desconcierto existente.

Decía el catalán Luís Duch, considerado uno de los mejores antropólogos españoles, en su último ensayo “Religión y comunicación” (Fragmenta Editorial), que si bien se han producido una serie de rupturas muy profundas en estos dos últimos siglos en lo concerniente a la espiritualidad, lo religioso, ético, cultural…, “con un alcance que resulta muy difícil de precisar”, no obstante, asevera Duch, “Lo que hay que poner de relieve, sin embargo, es que el ser humano nunca está en disposición de configurar maneras de pensar, actuar y sentir que se encuentren en una radical discontinuidad con su propia tradición y, mucho más concretamente aún, con aquellas cuestiones fundamentales que siempre serán indicativas de su condición de ser deficiente, constantemente sometido a la contingencia”.

Justamente esa ha sido y es la orientación fundamental del Islam. El Islam nos enseña que la adoración y el servicio a Allah/Dios representa el verdadero sentido de esta vida. Y, seguidamente, que este objetivo de adoración no será posible mientras se siga pretendiendo dividir nuestra vida en dos partes: espiritual y material. En nuestra conciencia y en nuestras acciones ambas partes han de ir armoniosamente ligadas. Nuestra concepción de Unidad de Allah necesariamente nos orienta a la coordinación y unificación de todos nuestros aspectos vivenciales. De ahí a que de todos los referentes religiosos sólo el Islam objetiva la posibilidad de lograr la perfección humana e individual en nuestra existencia terrenal. Ni la visión paulina y cristiana de un mundo sumido en un valle de lágrimas donde todo está perdido, ni la orientación materialista y moderna de un occidente entregado al desmedido consumismo y al imperio de lo efímero. El Islam, el musulmán, sin venerar la vida terrenal, la considera y respeta por su utilidad como etapa y camino en la consecución de una existencia más elevada. No ha lugar al optimismo materialista ni tampoco al desprecio de la vida. Por eso el Islam nos enseña, tal cual recoge el Noble Corán, a rogar diciendo: “¡Oh Señor nuestro, danos lo bueno en esta vida y lo bueno en la Última! (Sura 2: 201). Amin.

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