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El rincón de Aranda

El burro de Valero, y los antiguos braseros de la calle Castellón de la Plana

melillahoy.cibeles.net fotos 980 Juan Aranda web

Mucha gente mayor, como este que les escribe, recordarán a un señor, con su sempiterno mondadientes, o una ramita de yerbabuena en la boca; montado en un pequeño carrito, tirado por un borriquito, como el “Platero” de Juan Ramón Jiménez, con los atributos más grandes que los del famoso “Caballo de Espartero”. Al menos eso era lo que comentaba la gente, y que muchos niños de aquella época, lo podemos afirmar, ya que le pusimos de mote: “El Cinco Patas”. Valero, su dueño, siempre llevaba su carrito, lleno de paquetes postales, que recogía en Correos, para entregar en muchas tiendas de Melilla. Vivía en la C/ Castellón de la Plana, y al borrico lo encerraba en una cuadra habilitada junto a su vivienda, a pocos metros de una de las dos entradas del refugio. Para los niños del barrio, era todo un espectáculo, ver al animal rebuznando cada vez que pasaba alguna burra cerca de él, como la del que vendía chumbos “máuros”, o la del “Pistolero”, otro señor que hacía portes, pero con un carro mas grande que el de Valero. "Niño ten vergüenza que esas cosas no se miran", decían algunas mujeres. Como si observar a un animal en celo era cosa de tener o no vergüenza. Kety, la Kety que alquilaba tebeos y novelas, lo decía con su cara de póker y toda la guasa del mundo. Con su vejiga de marrano húmeda inflada, que parecía un pequeño globo, acostumbraba a desinflarla con un ritmo que parecía que se desahogaba ventoseando ruidosamente. Yo nunca la vi reír, y el caso es que todo el mundo se reía con ella, como los hermanos “Chevalier”, vecinos de la misma calle, que cada vez que había toros o algún espectáculo en Melilla, el mayor cogía su megáfono metálico mas grande que él y a pleno pulmón, no como los que se ven ahora, eléctricos y con micrófonos, anunciaba el espectáculo desde lo alto de una camioneta. Les decían los “Chevalier” porque uno de ellos imitaba al gran Maurice Chevalier. Cuando una de estas burras dejaba atrás la fuente del Cementerio y los eucaliptos, el “pobre” animal, con sus rebuznos, le tiraba los tejos; entrecomillo lo de “pobre”, por decir algo, ya que de pobre nada de nada, le lanzaba los piropos mas rebuznantes (léase amorosos) que se podían escuchar, llegando su descomunal miembro reproductor a arrastrarlo por el suelo, y no es broma. Imagínense el asombro y el cachondeo de toda la gente que pasaba cerca del animal, verlo en ese estado de excitación sexual. Valero, que era un poco sordo, apenas su mujer, la señora Margot, le decía que el burro estaba en ese estado y con los niños cerca, salía con un cubo lleno de agua y sin mediar palabra: ¡zas!, se lo lanzaba de un tirón en toda la zona afectada, e hinchada. A veces nos decía con mal genio: " ….¡Hale!, el circo Ruzafa está al lado de Correos, éste se ha cerrado". Y llevaba razón, ése circo lo montaban donde hoy está el hotel Ánfora y antiguamente el Fuerte de San Carlos, cerca del antiguo Cementerio hebreo.

Aquéllo era trágico para el pobre animal, y esta vez lo digo sin cursiva porque no me digan ustedes que en plena crisis emocional de enamoramiento y dispuesto a hacer feliz a la borrica, viene Valero con su cubo y su sordera y, ¡hale!, agua que te crió en todo el mogollón erógeno. El asno agachaba las orejas y escondiendo su asustado miembro por el remojón, parecía que lloraba de rabia, y no era para menos. Desde esos momentos terminaba el espectáculo y a esperar otro día que durase más. A veces nos avisábamos apenas avistábamos una burra en los alrededores, sabíamos que había cachondeo gratis durante un buen rato. No sé si sería morbo o curiosidad infantil, más bien creo que era ésto último, aunque algunos mayores si que se salían de madre.

En ésa calle de Castellón, como en casi todas las de los barrios extremos de Melilla, en los días en que la ciudad recibe el frío invierno con vientos que te azotan la cara, al caer la tarde, muchas mujeres ponían el brasero en las puertas de sus casas, con su cisco y algunas maderitas impregnadas en petróleo, para que se hicieran ascuas y así poder calentar los hogares “perfumándolos” con las mondas de naranjas quemadas. Entonces solo había ésa forma insana de calentar la casa; las estufas, radiadores y los palitos de sándalos de las tiendas de los indios vinieron después. Recuerdo un niño, que era tan travieso, que toda su energía la empleaba, entre otras cosas, en buscar excrementos secos de perros y gatos para echarlos encima de los braseros. Había otro que no le andaba a la zaga, que se meaba en los braseros ya preparados, apagándolos. " ¡… Digo, si se me ha apagado la lumbre! – Que no, que ha sido el niño de Antonia quien se ha meado en tu brasero". No me digan que no es una putada el hacer reponer de carbón la sartén-paellera-mediocubo-brasero, cualquiera de éstas cosas servían, porque a unos cabroncetes se les ocurría mearse o recoger toda clase de cacas perrunas y gatunas, para que se quemaran en la copa (brasero) de una señora. Esta mujer salía liada en su toquilla, con mas frío que un perro chico, y nada mas entrar en su casa con el calorcillo humeante y apestoso, la caca de perros y gatos era superior a las naranjas, salía como un cohete, “escopetada” con una batería de palabras de todos los calibres. Muchas madres decían que les zumbaban los oídos cada vez que sus hijos hacían alguna travesura. Yo siempre me lo creí, porque la mía decía tener constantemente un moscardón en cada oreja. Aún así todavía siento sus pellizcos y sus besos, que me envía desde el cielo, en La Purísima.

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