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Deseos y realidad. El incierto futuro de Melilla.

La diferencia entre las aspiraciones de un país, grupo político, sociedad o persona y su capacidad para lograrlas es conocida como el «desencanto».

Este concepto se utiliza a menudo con referencia a la política, ya que los ciudadanos esperan una realidad diferente del gobierno y, sufren, en la gran mayoría de las ocasiones, un gran desencanto con las acciones de este. El descontento generalizado entre la población puede ser indicativo de un gran desacuerdo sobre las prioridades y políticas públicas en el país o grupo político.

Algunos refranes interesantes que vienen al caso:

“A los que mucho desean les falta mucho (Horacio)”; “Antes de desear ardientemente una cosa, debemos cercionarnos cuidadosamente de la felicidad que proporciona al que la posee (François De La Rochefoucauld); “Cuando no se puede lo que se quiere, hay que querer lo que se puede (Terencio)”. “Cuantos más deseos se siembran menos felicidad se cosecha (Anónimo).

Es lógico que los deseos (que no tienen más límite que nuestra imaginación) superen lo que luego se consigue (la cruda realidad). Tiene razón la frase de Horacio: “A los que mucho desean les falta mucho”; pero actualmente en España, y también en Melilla, hay un gran desencanto porque la distancia entre lo deseado y la realidad es abismal.

En España, con pocas excepciones, hay algunos deseos que tenemos todos los ciudadanos: que el paro baje y se sitúe, al menos, por debajo de la media de la Unión Europea (ahora mismo es el más alto); que los okupas puedan ser desalojados de manera inmediata; que se apoye a las empresas (que son las que crean riqueza y empleo); que las pensiones sean más altas, pero con un sistema que las garantice, sin explotar, cuando no hay dinero, a los de siempre (la clase media, los autónomos y las pymes); que la justicia sea imparcial y rápida (ahora está politizada y se mueve como una tortuga coja); que las múltiples falsas bajas en el sector público sean perseguidas y controladas; que el agua en España sea repartida/trasvasada desde los lugares en los que sobra a los lugares en que escasea; que las empresas puedan adecuar a su personal, sin el actual coste que obliga a muchas a desaparecer, cuando hay pérdidas; que nuestros hijos puedan salir a la calle sintiéndose protegidos y seguros; que se pueda conciliar el trabajo y el ocio/descanso/familia; que a la sanidad pública “gratuita” (un concepto falso, ya que la pagamos todos) vayan los que estén realmente enfermos y usuarios que van a pasar el rato porque es gratis; etc.

Por desgracia, la gran mayoría de los anteriores deseos están muy lejos de materializarse en la realidad y ello provoca un gran desencanto en la población española que provocará, salvo milagro, que en las próximas elecciones se bote (no confundir con votar) a Pinocho Sánchez y sus socios de Podemos de sus sillones.

Melilla. Futuro incierto.

No es algo que sólo piense yo, es un pensamiento casi unánime (te lo dice el que trabaja en el hospital, el del bar, el de la asesoría, el dueño de un pub, el del restaurante, el de la tienda de ropa, etc.): Melilla está mal, muy mal, y su futuro es incierto. El hartazgo, la desidia, el cansancio por la situación actual y la impotencia se sienten en la ciudad como si fuera la peste.

Muchos hablan de marcharse y hay múltiples causas, como por ejemplo: el ocio está de capa caída y cada vez cierran más bares/restaurantes (los buenos) y hay menos locales de ocio nocturno (y con peor ambiente que hace pocos años); cada vez hay menos comercio y de menor calidad; como consecuencia de las tres causas anteriores, los melillenses (alentados también por los bajos precios de los billetes) aprovechan los puentes, fiestas y vacaciones para salir de Melilla a buscar lo que ya no encuentran en nuestra ciudad; los melillenses ya no ven que Melilla sea una ciudad segura para sus hijos; hay mucha corrupción y poco apoyo a las empresas; etc.

La famosa frase de François De La Rochefoucauld: “Antes de desear ardientemente una cosa, debemos cercionarnos cuidadosamente de la felicidad que proporciona al que la posee” es aplicable al deseo casi enfermizo de algunos, pocos espero, melillenses de origen marroquí que quieren que Melilla sea de Marruecos. También se les puede aplicar la frase a los grandes defensores de que la frontera vuelva a ser lo que era antes (algo que nos hace dependientes de un vecino no muy amistoso). Melilla necesita una frontera europea ágil, rápida, moderna y con tráfico legal de mercancías (no lo de antes).

Melilla necesita atraer inversión de fuera, necesita que el transporte para los visitantes sea mucho más barato, necesita que la religión no sea un actor público de juego y confrontación (debe ser algo privado de cada uno); necesita que sus ventajas fiscales sean aprovechadas y mejoradas; necesita que las inversiones públicas generen riqueza y empleo y no se usen para pagar favores y favorecer a amigos; necesita que la realidad se parezca a los deseos de los melillenses, que quieren que la ciudad vuelva a tener la vida de antaño o, porque no, incluso mejor.

Sería bueno que los partidos locales, especialmente los dos que más votos sacarán en las próximas elecciones de final de mayo (PP y CPM), dejen de lado las diferencias y suspicacias personales y unan sus fuerzas por el bien de Melilla y los melillenses.

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