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Desarrollo sostenible (VI): Más allá de los límites del crecimiento

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Desde que el Club de Roma lanzó el debate sobre “Los límites del crecimiento”, con un informe publicado en 1973, se rompió para escándalo de muchos con la idea de la viabilidad de un crecimiento ilimitadamente acelerado. Gracias a lo expuesto en aquel primer Informe al Club de Roma, elaborado por un equipo del M.I.T….

…por encargo nuestro, y seguido por lo debates críticos que luego fomentó el propio Club de Roma – como es nuestra práctica habitual –, comenzó a emerger progresivamente la tesis del desarrollo sostenible, la cual fue adoptada luego formalmente por la Comisión Bruntland de las NNUU en 1987.

De ahí que en 1990, en vísperas de asumir yo la presidencia ejecutiva del Club de Roma, encargara un nuevo Informe al equipo inicial del Profesor Dennis Meadows para que revisara el primer texto de 1973 e incorporara las críticas metodológicas y los nuevos datos aportados entre tanto, a fin de conocer qué había ocurrido en verdad con las previsiones prospectivas contenidas en los escenarios alternativos descritos. Ese trabajo, publicado en 1992 bajo el título de “Más allá de los límites del crecimiento” y debatido en Punta del Este ese mismo año bajo la honrosa presidencia del entonces S.A.R. el Príncipe de Asturias, vino sin embargo a reconfirmar en lo esencial las hipótesis de partida y permitió comprobar cómo se habían hecho ya realidad, en más de un 80%, algunos de los peores escenarios formulados hacía apenas 20 años antes.

La Cumbre de la Tierra del año 92 tuvo la virtualidad de proponer un nuevo lenguaje político desde la responsabilidad del largo centenar de gobernantes que hicieron declaraciones convergentes sobre la gran vulnerabilidad actual de la biosfera, nuestra verdadera y única casa común.

En la conferencia “Río + 5” y más tarde en las de Buenos Aires, Kioto, Copenhague o Berlín, todos pudimos comprobar la grave frustración general existente por la insuficiencia de medios y de acciones coherentes, pese a no pocas resoluciones inteligentes e iniciativas valiosas puestas en marcha en bastantes países, aunque de alcance demasiado limitado. Una de las mejores noticias posteriores fueron la ratificación por parte de los 15 países de la UE, incluido Japón, del Protocolo de Kioto de 1997, con lo que pudo entrar en vigor (ahora son ya 70 los países signatarios). El hecho es que tanto los individuos como las sociedades no cambiamos nuestros comportamientos ni asumimos nuestras responsabilidades si no somos previamente motivados por razones éticas o, más fácilmente, por egoísmo ilustrado a la vista de las amenazas serias que afectarán directamente y a corto plazo nuestros respectivos intereses.

Para prevenir hoy en día las guerras o los conflictos armados no sólo es preciso consolidar los derechos humanos y practicar una diplomacia preventiva, sino promover, además, un desarrollo sostenible. Esto último, sobre todo porque los conflictos tienen siempre un trasfondo complejo que incluye muy diversas causas históricas, de presente o de cara al futuro, entre las que aparece cada vez más frecuentemente la dimensión ambiental. Concretamente, más de un 40% de los conflictos armados pasados han tenido, entre sus diversas causas más directas y entre sus consecuencias más importantes, precisamente a factores medio ambientales así como aspectos relacionados con los recursos naturales, estimándose que, como ya he apuntado antes, la escasez mundial de agua en un futuro nada lejano alcanzará a más de la mitad de la población mundial (como lo reafirma también el World Watch Institute que dirige mi amigo Lester Brown) y será, por lo tanto, causa de muchos de los más graves enfrentamientos.

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