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Del extremo sacrificio de Ucrania. Y del cinismo de Francia. Slava Ukraini.

04 Gonzalo Fernadendez foto

Escribía el pasado domingo sobre el cinismo y, por qué no, la crueldad, de criticar la percibida lentitud en el avance de la contraofensiva ucraniana. Exponía lo que, para cualquier persona con un mínimo de experiencia en el campo de la defensa, es una obviedad: plantear una acción ofensiva sin la adecuada superioridad aérea, o al menos sin la adecuada cobertura, es extremadamente difícil y costoso en vidas humanas y en material.

Es oportuno repetir, en voz muy alta, que los dirigentes de los países occidentales lo saben, sin ningún tipo de dudas, pero les importa más el miedo al abusador ruso que la sangre de los mártires ucranianos y el dolor de sus familias. Parece que la historia no existe para ellos. Quieren voluntariamente olvidar la enseñanza contenida en la frase que, durante la Segunda Guerra Mundial, dijo George Santayana: «Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla».

En unas declaraciones efectuadas muy recientemente, el general Valery Zaluzhny, jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, lo dejó muy claro cuando dijo que, para que la contraofensiva de Ucrania progrese más rápido, necesita más de cada arma y munición y lo necesita ahora, no dentro de unos días, o unas semanas, o unos meses. Es probable que los totalmente necesarios aviones F-16, prometidos recientemente, no lleguen hasta el otoño en el mejor de los casos. Lo que sería al menos unos cuatro o cinco meses demasiado tarde.

En la misma entrevista, el general dejó muy claro que, si bien sus mayores patrocinadores occidentales nunca lanzarían una ofensiva sin superioridad aérea, Ucrania aún no ha recibido aviones de combate modernos, pero milagrosamente se espera que recupere rápidamente territorio ocupado por los rusos. Dijo también que sus tropas también deberían ser capaces de disparar al menos tantos proyectiles de artillería como su enemigo, pero a veces han sido superados por diez veces, debido a los limitados recursos disponibles.

Dijo que, a pesar de todo, con extraordinario valor y sufrimiento, sus tropas han ganado todos los días algo de terreno, incluso si son solo 500 metros. Añadió, refiriéndose a la ofensiva, que «esto no es un espectáculo que todo el mundo esté viendo y apostando. Todos los días, cada metro, es ganado con sangre». «Sin estar completamente abastecidos, estos planes no son factibles en absoluto», agregó. «Pero se están llevando a cabo. Sí, tal vez no tan rápido como a los participantes en el programa, los observadores, les gustaría, pero ese es su problema».

Zaluzhny dijo que varias veces por semana, en conversaciones que pueden durar horas, transmite sus preocupaciones al general Milley, jefe supremo militar de los Estados Unidos. En estas conversaciones, Zaluzhny es franco sobre las consecuencias, diciéndole a Milley, por ejemplo: “Si no recibo 100,000 proyectiles en una semana, 1,000 personas morirán. Ponte en mis zapatos”.

Un peor escenario que Zaluzhny debe considerar es la amenaza de que Putin pueda desplegar un arma nuclear. Afirmó: «No me detiene en absoluto, estamos haciendo nuestro trabajo. Todas estas señales vienen del exterior por alguna razón: ‘Ten miedo de un ataque nuclear’. Bueno, ¿deberíamos rendirnos?», se pregunta.

Francia y Macron.

Si bien el vínculo trasatlántico de la OTAN, existente ahora con más fuerzas que nunca, incluye también a Francia, el presidente Emmanuel Macron se ha desmarcado repetidamente de la política común europea y de la OTAN, sobre cómo tratar con Rusia. Cuando la posición oficial era la de aislar a Putin, Macron le ha cortejado, mimado y se ha inclinado ante él, defendiendo unos supuestos intereses de Francia y de Europa, que no se alinean ni con los de los Estados Unidos ni con los de otros países europeos.

Todo aquel que haya tenido experiencia internacional sabe que la postura de Francia es, con inusitada frecuencia, la contraria a la que adopte Estados Unidos. Francia no puede dejar de pensar que sigue siendo una gran potencia, pero aunque es claro que son una potencia, no lo son en el ámbito mundial. Su postura con frecuencia radicalmente antiamericana se entiende aún menos cuando se han podido visitar los cementerios americanos en Normandía, con fila tras fila de lápidas de aquellos estadounidenses que dieron su vida liberando a Francia del yugo nazi.

Fue revelador que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en una entrevista que le realizaron el mes pasado, tuviera palabras más duras para la búsqueda que parece hacer Macron de la «autonomía estratégica europea” que para el expresidente Donald Trump, quien amenazó repetidamente con destruir la alianza transatlántica, retirando a los Estados Unidos. «Creo en la solidaridad estratégica», dijo el jefe de la OTAN. «Porque si hay algo que hemos aprendido de la guerra en Ucrania, es que América del Norte y Europa tienen que estar juntos».

Pocos culparon al líder francés por sus intentos iniciales para evitar una guerra total a través de la diplomacia personal con Putin, con quien habló más de una docena de veces cuando las tropas rusas se concentraron en las fronteras de Ucrania a principios del año pasado, e incluso después de que invadieron. Al hacerlo, consultó estrechamente con otros aliados clave de la OTAN. Pero muchos en la alianza se asombraron cuando Macron insistió en que Occidente no debe «humillar» a Moscú, sino más bien otorgar garantías de seguridad para abordar su supuesto temor de que Ucrania represente algún tipo de amenaza. Confundió al agresor con la víctima y se plegó a la propaganda de Putin.

Conclusión.

En este punto muchos se preguntarán, lógicamente, por qué Ucrania ha iniciado la ofensiva cuando tiene evidentes carencias en medios de todo tipo y, muy especialmente, en medios de combate aéreos. Podemos aventurar que Ucrania no quería que se mantuviera, durante mucho más tiempo, el statu quo provocado por la época invernal. Muy posiblemente pensaron que mantener durante más tiempo la situación existente favorecía a Rusia, ya que podría invitar a los países occidentales que apoyan actualmente a Ucrania a contemplar imponer, de hecho o por cese y limitación de ayudas, un alto el fuego en las zonas ocupadas en ese momento por los contendientes, lo que ocasionaría que Ucrania perdiera casi una quinta parte de su territorio.

Además, de producirse ese alto el fuego, se cerraría ‘en falso’ la herida infringida al pueblo ucraniano, invitando a Rusia a reabrirla en el futuro.

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Gonzalo Fernández

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