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Ventana al mundo

Crisis y Solidaridad: Ideas fuerza para construir la Unión Europea (IV) La importancia de los valores éticos y morales en el marco de la convivencia social

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De todos modos, pese a tantas carencias, existe un creciente acceso a la información y al conocimiento, si bien nos queda infinito saber por descubrir. De ahí también las poderosas razones para la esperanza, tanto más si logramos progresar en sabiduría, la cual va siempre de la mano del ejercicio de valores éticos y morales.

Lamentablemente, sin embargo, es la crisis de valores y de liderazgo la peor de todas las crisis y problemas que actualmente sufre el mundo. En Europa campa el relativismo moral y, en general, el mundo está atenazado por el egoísmo, la intolerancia, el odio genocida de etnias y los nacionalismos exacerbados, la disparidad creciente entre pobres y ricos, así como por los rescoldos o repuntes del racismo y del fanatismo que creíamos superados. Todo ello está además enmarcado en la insolidaridad y la ignorancia frente a una grave carencia de visión a largo plazo y de voluntad política para llevarla a cabo entre todos.

Sin embargo, el aislamiento ya no es viable ante la creciente movilidad y entrecruzamiento de culturas. En ese amplio y complejo contexto, cuajado de interdependencias, también se plantea la economía, el comercio y las finanzas globales ligados al devenir de los países, individualmente y en su conjunto. Esa es la mundialización o globalización que, de ser justa, no debiera ser arma arrojadiza de nadie sino más bien punto de partida de un nuevo orden internacional para un desarrollo sostenible humano y social de todos. Frente a estos desafíos no se trata de proponer soluciones concretas paradigmáticas sino abrir el debate en torno a diversos escenarios globales posibles y promover la conciencia colectiva sobre el alcance de los problemas y la viabilidad de las soluciones globales o locales posibles, a la vez que invitar a la creatividad, a la innovación y a la participación ciudadana, en el seno de las más diversas sociedades y culturas, desde una convivencia democrática activa.

La convivencia, condición esencial para la paz, nunca será eficaz ni viable a la larga si se pretende imponer por la fuerza sin mutua solidaridad, tolerancia y justicia. Tratar de conocer y entender a los demás, empezando por respetar sus respectivas convicciones religiosas, culturales y políticas, es la única manera de poder ser auténticamente tolerantes y lograr ejercer el imprescindible diálogo que cimiente la justicia, la cooperación y la paz. Negarse al diálogo que inspire y ponga en marcha la acción, es negarse a ser personas, a ser humanos. Una paz activa y generalizada entre todos los habitantes del mundo, basada en el diálogo constructivo, es prerrequisito indispensable de un desarrollo sostenible para permitir vivir en plenitud espiritual y material, con bienestar y felicidad, en armonía entre todos los hombres y de éstos con la Naturaleza o el medio ambiente.

Nuestros pueblos tienen que despertar y reconocer que la paz es una y solidaria para los ciudadanos de cada localidad, de cada Estado y, en consecuencia, para los ciudadanos del mundo de todos los Estados. Que la paz es inseparable de la libertad, de la justicia social y de la democracia. Que la paz de cualquier región del mundo, aunque distante, es también parte de la garantía de paz para todos. Y que la paz es el primero de los frutos de la educación y de la cultura de los pueblos. De hecho, la paz es el mejor "caldo de cultivo" para la única gran batalla que vale la pena pelear por parte de cada generación y de cada pueblo: La batalla por el desarrollo cultural, social, económico, es decir, por los bienes del espíritu y del progreso en libertad y justicia.

Sin embargo, para esa gran batalla es indispensable que todos los Estados, ricos y pobres, co-participen dentro de un marco jurídico mundial que establezca los derechos y deberes de todos desde una nueva teoría y práctica sobre el ejercicio de las soberanías nacionales. Todo esto requiere un liderazgo de nuevo corte y talante que contribuya a superar los conflictos en vez de crearlos: Líderes con visión global, capaces de ilusionar y orientar la acción, dejando amplio margen a la iniciativa local y privada, colectiva e individual, porque cada uno de nosotros puede y debe contribuir a la solución de los problemas dentro de una estrategia global, multisectorial e intercultural.

Cierto que muchas situaciones de inestabilidad están cargadas de razones de Estado geopolíticas, pero en su trasfondo obra con mucha frecuencia la ambición de dominio ideológico, económico y militar, reforzada por los orgullos nacionales y las incomprensiones más profundas a falta de un sólido diálogo intercultural e inter-confesional(como el que propugnamos intensamente en el seno del Club de Roma a fin de facilitar el juicio sereno y la interpretación correcta de la información disponible). Si a ello se suman el egoísmo materialista que no respeta los valores éticos como patrones de conducta individual y colectiva — porque la simulación ha sustituido muchas veces a la autenticidad — no es de extrañar la carencia de un liderazgo realmente comprometido en favor de la paz, tantas veces proclamada gratuitamente a la vez que mancillada y empequeñecida.

De ahí también la necesidad de los gobiernos, de las instituciones públicas y privadas, de las empresas, de las fundaciones, ONGs y de todo el entramado de la sociedad civil, de entender mejor la interdependencia de todos los problemas de la situación mundial, nacional y local, junto a la conveniencia de formular una visión prospectiva. A tal fin, debemos lograr trascender las diferencias culturales enraizadas en las psicologías individuales, buscando más bien cuanto de positivo nos une gracias al diálogo basado en nuestra común humanidad.

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