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El rincón de Aranda

Carta desde La Purísima LXXXIII

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Cuando se entra al Cementerio de la Purísima, si vas con el alma limpia, siempre te encontrarás a los Héroes paseando por sus jardines, alrededor de las tumbas. Los verás pasar a nuestro lado en silencio; unos abrumados por lo que está ocurriendo en la actualidad, en la ciudad, con los “españoles de nuevo cuño”. Otros doblando la espalda, sin apenas sonreír.

Van por el viejo sendero acogedor, con el aroma de la lejanía que han conservado desde hace décadas; queriendo navegar por el gran río del tiempo, comentando sobre las actitudes de las generaciones que les siguieron. Ese río es el que todos conocemos; es el que desemboca en el lago aprisionado por la dulzura de nuestros corazones.

La “Carta” de hoy la escribe un Cabo 1º de la Compañía de Mar, y dice así:
“Queridos melillenses, aunque debiera decir paisanos, porque yo también tuve el privilegio de que mi madre me trajera a la vida, en nuestra preciosa ciudad, hace 31 años. Me llamo Juan Garbín Espigares, y les estoy escribiendo junto a los compañeros muertos, como yo, en acto de servicio, de nuestra centenaria Compañía de Mar. Desde el 28.05.1997, me encuentro descansando en estos jardines, y la verdad es que solo me entristezco, y a la vez siento una alegría interna, cada vez que mis padres me visitan; porque los veo con el espanto de la pena en sus semblantes; aunque yo siempre deseo darles el ánimo que se merecen, pero sé que con todo su amor, me llevan consigo en lo más profundo de sus almas. Mi padre, como buen trovador, me ha escrito poemas de amor y de dicha, y tantos otros que aun los lleva en su corazón; sin que se encuentre capaz de sacarlos a la luz; esos los llevo siempre conmigo, como el precioso cuento de “Rusadín y Anforita”. Y mi madre: ¡Oh!, mi dulce mamá; qué les voy a decir a ustedes, sobre el sentimiento que puede sentir una madre buena por su hijo; cuando aún cree que lo lleva en su tibio vientre. Mi muerte fue a causa de un fatal accidente en la Isla de Alhucemas. Pero ahora no les voy a hablar de ello; lo que sí deseo comunicarles es que, desde junio de 1913, cada año por esas fechas se desplazan desde el Panteón de Marinos Ilustres, de la población militar de San Carlos, en San Fernando, Cádiz, personajes tan relevantes en nuestra Historia, y la vida militar de España, que yo, desde que me encuentro en La Purísima, jamás pensaba conocer. Cada año viene una comisión, y lo mismo se presenta el Almirante Cervera, junto a Ignacio María Álava, Álvaro de Bazán, Blas de Lezo, Vicente Tofiño, Fernando Villaamil, Federico Gravina, y tantos que ya se me han olvidado algunos de sus nombres. Todos ellos vienen a charlar, y rendirles un emotivo homenaje, a los marineros del Cañonero “General Concha”. Al Capitán de Corbeta, señor Castaño Hernández, que mandaba ese barco el 11.06.1913, se le puede ver cuadrándose ante ellos, pero éstos siempre terminan aproximándose al Cabo de Cañón, Antonio Mesa, para que les narre aquélla gesta en el barco. El año pasado, al verme cerca de ellos, el Almirante Cervera, me preguntó por qué no lucía en mi pecho la Cruz de la Orden al Mérito Militar, que me concedieron el 24.06.1988. Yo, la verdad es que me sentí un poco avergonzado, y sin dejarme responder, no sé de donde sacó mi Medalla, que él mismo me la colgó en el pecho, con la advertencia de que jamás se me olvidara llevarla. Así que, aunque peque de falta de modestia, desde entonces, dicha medalla, siempre lucirá en mi pecho. Muy cerca de donde estoy, se encuentra el mismísimo General, D. Manuel Romerales Quintero, que fusilaron en 1936 en Melilla, cuando defendía la legalidad de la II República.

Deben disculparme, si les dejo, no sin antes desearles que sean muy felices, y si alguna vez se acercan a este Camposanto, no se olviden que me encuentro junto a varios de mis compañeros, o charlando amigablemente, tanto con los Generales Margallo, Pintos, o Romerales, Héroes por una u otra causa, entre otros. Reciban un fuerte abrazo, y que sea extendido a los amigos que aún quedan con ustedes. A mis padres: ¡Ay!, mis padres, que siguen regando mis huesos con sus llantos, como diamantinos cristales por mi ausencia: A ti papá te digo, que tus versos, que siempre pones en mi alma invisible, sabes que siempre estoy en vuestra sombra ajardinada, como ardientes luciérnagas, que fluyen por vuestras limpias almas, de buenos padres, y amarradas de luz, con los gritos de estos cipreses, mecidos por el impertinente Eolo, en la Gloria Eterna en estos sublimes patios.”
Mi querido amigo Juan, y esposa, padres de este gran Soldado: Como veréis, ya no me quedan palabras para expresar el significado de todo lo escrito aquí. Bien sabes, trovador amigo, que siempre he deseado incluir a vuestro añorado hijo, en este Correo Epistolar. Desde esta ciudad, hermana mayor de nuestra Melilla, os deseo un feliz día al término de su lectura, y sabed que aquí, tenéis un amigo.

Un abrazo.

Para terminar, desde hace siete años, no me cansaré de recordar a las autoridades competentes, que la Purísima sea denominado: “Cementerio Nacional de Héroes de España”. Igualmente que el nombre de mi profesor de música, D. Julio Moreno figure en una calle de la ciudad.

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