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Bulbul naranjero: “El ruiseñor de África”

Pareja de bulbules naranjeros

Por Manuel Tapia, miembro de la Sociedad de Estudios Biológicos Iberoafricanos y responsable del área de conservación de la naturaleza de Guelaya-Ecologistas en Acción Melilla

Bulbules y mirlos
Desde que el bulbul naranjero (Pycnonotus barbatus) se ha convertido en un habitual de nuestros parques y jardines, hay muchos melillenses que se interesan por esta ave y por su origen. En sus orígenes solía habitar las zonas boscosas, pues su alimentación consiste en gran parte en las bayas y frutos que crecen en los árboles y arbustos del norte de África, de ahí lo de “naranjero”, aunque no desdeña los insectos y coleópteros que encuentran en sus correrías. El bulbul naranjero (Pycnonotus barbatus) tiene ciertas similitudes con el mirlo común (Turdus merula), lo que puede llevar a confundirlo con él fácilmente. Para empezar coinciden en el tamaño, bastante más grande que el de un gorrión en los dos casos. Además, aunque la librea del bulbul, con cabeza y cola más oscuras que el resto del cuerpo y con el vientre bastante más claro, es totalmente diferente a la del mirlo macho, completamente negra, sí que es parecida a la de las hembras del mirlo, con un colorido menos acentuado que el de los machos. Además, el bulbul, como el mirlo, es cada vez más habitual en los parques y jardines de la ciudad, a los que se ha ido adaptando sin dificultad aparente. En ellos encuentran las bayas de las que se alimentan, aunque en muchos casos sean diferentes a las que solían comer en sus hábitats boscosos originales.

Diseminadores de semillas
 En los bosques y manchas boscosas norteafricanas estas aves cumplen una misión de primer orden, pues ayudan a diseminar las semillas de los árboles autóctonos. De hecho, una iniciativa muy interesante por parte de las autoridades que regentan las masas forestales españolas, que están  sufriendo una merma de su biodiversidad vegetal por los problemas para reproducirse de ciertas especies a consecuencia de la alteración del medio,  consiste en instalar comederos con los frutos de las especies cuya presencia se quiere potenciar, para que estas aves frugívoras contribuyan a diseminar sus semillas por el bosque. Si se llevaran a cabo iniciativas como esta en los bosques y matorraledas marroquíes, el bulbul haría una labor mucho más eficiente que las reforestaciones que actualmente se están llevando a cabo en este país, centradas siempre en no más de cinco especies forestales, algunas de ellas de dudoso valor ecológico.
Aunque en las arboledas urbanas el bulbul no es útil como propagador del bosque, su canto es un gran aliciente que anima a pasear por nuestros parques; no en vano muchos aficionados a las aves se refieren al bulbul como “el ruiseñor africano”. Para algunos su canto recuerda al sonido que produce el agua cuando cae de una fuente; de cualquier manera, sus trinos son un complemento perfecto para los jardines de la ciudad, e invitan a pasear por ellos.

Salto a Europa
El bulbul naranjero era hasta hace muy poco una especie estrictamente africana; a pesar de su abundancia en Marruecos, su distribución geográfica no alcanzaba el otro lado del estrecho. Era ciertamente curioso, teniendo en cuenta que el bulbul se ha hecho tan habitual en los espacios ajardinados de las poblaciones costeras de este lado del mar de Alborán, y que cada vez son más las especies de aves, como el ratonero moro o el colirrojo diademado, que han dado el salto y ya son especies presentes en España. Además, para un ave del tamaño del bulbul no es tan penoso cruzar el estrecho como para aves más pequeñas, y que sin embargo lo cruzan en cada migración primaveral u otoñal. Ya no hay razón para preguntarse el porqué de que el bulbul no haya conquistado la otra orilla; recientemente se ha comprobado que los bulbules están criando en Doñana, lo que sin duda es el primer paso de una ocupación definitiva del territorio español por esta especie.
Aun así, no son pocos los aficionados a las aves que se dejan caer por Melilla para poder incluir al bulbul, entre otros, en sus listados de especies avistadas, y sigue sorprendiéndoles gratamente lo fácil que es poder verlos, ya que mientras otras especies más esquivas requieren una búsqueda más exhaustiva por los cada vez más escasos espacios naturales de Melilla y su entorno, para ver al bulbul sólo es necesario ir al parque Hernández o al parque Lobera. Es un atractivo natural que debe enorgullecer a los melillenses, y una razón más para cuidar nuestro aún valioso patrimonio natural.

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Redacción

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